Un cordobés decadente aprovecha los últimos coletazos del mito
Plaza de Benidorm. Toros de Carlos Núñez, pequeños, romos, flojos, de gran nobleza. El Cordobés, único espada: estocada (oreja). Estocada (dos orejas y el rabo). Siete pinchazos y estocada corta (palmas y pitos). Pinchazo perdiendo la muleta, dos más y estocada atravesada (silencio). Pinchazo, que el propio diestro ahondará con la muleta, rueda de peones y descabello (división). Pinchazo perdiendo la muleta, otro, media y rueda de peones (oreja).
Reapareció El Cordobés, a quien alentó su público. Toda la plaza de Benidorm era su público. Ganó trofeos, perdió fuelle, estuvo a punto de naufragar, emergió, pimpante y triunfante, en el último minuto, salvó con bien la prueba de los seis toros. El recibimiento tuvo más calor que la despedida. Hizo el paseillo entre un tropel de fotógrafos y cuando se fue sólo le acompañaba la cuadrilla. Su «tirón» populares mucho más grande en la calle que en el ruedo. La fiesta había sido amable, eso es todo.Toros en miniatura mató El Cordobés, y si hubo toreo lo hicieron, en fugaces pinceladas, el sobresaliente y un espontáneo. «Es un toreo distinto». «Pone el alma en cuanto hace, mientras los demás toreros no hacen nada». El mito es más fuerte que el propio Cordobés y el cordobesismo militante dibuja a su antojo los perfiles del ídolo. Fantasea. Su toreo no es en nada distinto sino exactamente el mismo, sólo que mal hecho. Pone el alma en cuanto hace, pero los demás toreros también, con la diferencia de que a éstos los miramos con lupa -si retrasa la pierna, si templa, si mete el pico, si equivoca los terrenos, si da la distancia exacta, si se encorva, si se endereza, si pone la mano arriba o abajo, si pestañea, ¡qué sé yo!- mientras que con El Cordobés todo da igual.
Los seis carlosnúñez eran perritos falderos, recortaditos, despuntados, flojos y dulces. A todos les pegó pases con insistente abundancia de derechazos y naturales, de los cuales -¿trescientos, quizá?- quitamos media docena y el resto consistió en trallazos y enganchones.
Sin embargo, El Cordobés fue absolutamente honesto en lo técnico y en lo artístico, pues hizo lo que sabe. Todo iba bien hasta que el sobresaliente y el espontáneo le dieron un repaso de torería. Estaba a su número, el que encandiló a tantas almas en la década de los sesenta. Se trataba de un revival a bombo y platillo que cuanto más se parecía a lo de aquellos tiempos, más, acentuaba su imagen decadente. Público y torero eran dos trasnochadas ficciones, que ya no encajan ni en la realidad actual de la fiesta ni en la del país en que vivimos. Tan enternecedora antigualla era el diestro fondón artífice de torniquetes y saltos de la rana como el espectador que excitaba su entusiasmo con los sobados argumentos: robó gallinas, tiene 10.000 millones y un avión.
Mientras este público subsista y la autoridad tolere que salten al ruedo carlosnúñez falderos, El Cordobés aprovechará con rentabilidad los últimos coletazos del mito. Pero si el público tuviera el mínimo sentido crítico y los toros simplemente genio, Cordobés y mito habrían terminado. Porque con todo, ya no hay aquel delirio en los tendidos, ni en el torero fuerza física.
La plaza se llenó. Según la empresa, el jueves se había puesto el cartel de «No hay billetes», y si el aforo (unas 9.000 localidades) hubiera sido doble, se habría cubierto igual. Dos horas antes de empezar la corrida los revendedores, que tenían en sus manos una parte del taquillaje, ofrecían entradas al doble y al triple de su importe. Hora y media después seguían con casi todo el papel sin vender y lo abarataron espectacularmente.
La llegada del diestro a la plaza fue tumultuaria y hubo que protegerle de la masa de curiosos y enfervorizados partidarios. A las 6.37 sonó el clarín. Empezaba el acontecimiento.
Gran ovación cuando aparece El Cordobés, vestido de grana y oro, al frente de las cuadrillas. Se apelotonan a su alrededor los fotógrafos y el paseíllo se hace con un desorden inusitado. Hay en el ruedo muchos más fotógrafos que toreros y a El Cordobés a penas se le ve. Nueva ovación y saluda montera en mano. Clarinazo y empiezan a salir las miniaturas.
Primero. Un torito de pitiminí, gordito, cornicorto y romo, que es una hermanita de la caridad. Trapazos a la defensiva y dos chicuelinas, con enganchones. Puyacito. El toro se cae dos veces. Muchos derechazos y naturales destemplados, que el burelillo acepta con docilidad, cuando no se arrodilla. Arroja El Cordobés los trastos y hace como que boxea (risas y ovación). Estocada en lo alto. Oreja.
Segundo. Colorao, pequeño e infeliz. Verónicas horrendas perdiendo terreno y dos chicuelinas macarronas. Toma el toro un puyazo, con clase. Dos chicuelinas de parón. Por diversos terrenos, derechazos, naturales y de pecho, todos a tirones. Una de mosqueo y saltos de la rana (carcajadas y ovación grande). Estocada. Dos orejas y rabo.
Tercero. Terciado, seriecito, chorreao. Trapazos sin disimular las precauciones. El carlosnúñez toma un puyazo con gran fijeza. El sobresaliente, Fernando Tortosa, cuaja con temple y gusto verónicas rematadas con media magnífica (público y Cordobés quedan estupefactos). El torito es sensacional y El Cordobés vuelve a los derechazos y naturales, estilo segador de los anchos campos de Castilla, excepto en tres con la izquierda, correctos de temple y bien ligados con el de pecho. Aparece un espontáneo que va al toro, dibuja con arte la suerte en redondo y remata con el de pecho impecablemente ligado y bellísimo (hay quien empieza a intuir que el toreo quizá sea así y no de la otra manera). El reaparecido de grana y oro, sudoroso, desfondado y de mal talante, reanuda la faena con unos latigazos que quieren ser molinetes. Siete pinchazos feísimos y estocada. Hay palmas y pitos.
Cuarto. Terciado, pero más largo que los anteriores, con casta y
La Corrida de Benidorm
noble. El Cordobés, claramente sin facultades, maneja el capote como quien sacude la alfombra, mientras regatea en desordenada huida. Dos varitas. Pese a la nobleza grande de la res, el matador no se confía y aplica los consabidos derechazos y naturales, de grosera factura. Un desarme y se precipita a matar, lo que hace con trampa y cartón. El gentío disimula y silba el Sitio de Zaragoza mirando al cielo.
Quinto. Terciado, seriecito, bien armado (en romo). Dos telonazos y aparecen tres espontáneos, tres. Los peones les persiguen, les arrebatan imprudentemente los capotes. Uno de los espontáneos es empujado, cae ante la cara del toro y recibe un pitonazo. Tan poca fuerza tiene el carlosnúñez que la suerte de varas es un simulacro. Pases por alto, derechazos y naturales como siempre (o peor), tres manoletinas achuchadas, y de súbito da por concluida la faena.
Sexto. Especie de muñequito, óptimo para un fin de fiesta sonado. El Cordobés trapacea, visiblemente desmadejado. La res toma un leve puyazo con gran clase, y es de una bondad infinita. Media docena de estatuarios (ovación). Un natural templado entre muchos destemplados (ovación), derechazos a juego (ovación); circular con remate al revés (gran ovación). Molinete de rodillas y cansinos saltos de la rana (ovación enorme). Tira los trastos y toca el testuz (entusiasmo en el personal). Dos pinchazos, media, y la rueda de peones acaba de tirar al toro. Petición minoritaria. Confusión: el presidente, juraría, ha sacado una sola vez el pañuelo y, sin embargo, El Cordobés exhibe dos orejas. 0 para ser exacto: es una partida en dos mitades, que arrojará al tendido durante la vuelta al ruedo. Saluda desde el platillo y se va hecho unos zorros. Le acompaña una ovación sostenida. Fuera, en Benidorm, la gente habla de El Cordobés y de muchas otras cosas. La reaparición ya sólo es un vago recuerdo.
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