Un testimonio personal de historia contemporánea
Alborada de la revolución en Asia. Un testimonio personal de historia contemporánea. Edgar Snow. Fondo de Cultura Económica. México, 1978.
En 1928 unjoven norteamericano, sólo veintidós años, llegaba a Shanghai; permanecería en China hasta 1941, adonde luego regresaría repetidamente. Se llamaba Edgar Snow y pocos son los que, en la actualidad, discuten su conocimiento de la revolución maoísta, basado en obras tan divulgadas como La China contemporánea y, por ejemplo, su libro póstumo, China: la larga revolución, donde reúne sus conversaciones con Mao y Chu En-lai, recogidas poco antes de su muerte, en -1972. Pero bajo este conocimiento científico, apoyado en una plataforma indispensable, el abandono del pesado fardo colonial, latía un ejemplar de humanista de su tiempo que hoy resulta dificilmente repetible. Ahora, con notable retraso, aparece la versión española de uno de sus libros más aleccionadores y más apasionantes: Alborada de la revolución en Asia; veinte anos median entre la edición original, año 1958, y su traducción, que traiciona su significativo título inglés: Journey to the Beginning. Aunque, como sucede con toda obra valiosa, el tiempo ha multiplicado su interés.
Edgar Snow, a sus veintidós años en la China insurgente, ofrece una visión muy distinta a la del condotiero que se llamó Malraux: la condición humana del norteamericano superará en mucho al aventurerísmo exótico del francés. Snow arriba al continente asiático con mentalidad de misionero agnóstico, fervoroso creyente en un liberalismo por el que comienzan ya a doblar las campanas. Poco a poco, con segura lentitud, va comprobando la proximidad de un hecho histórico ineluctable: el fin del dominio del hombre blanco. Y, sobre todo, tras su primera conversación con Mao, en Pao-an, verifica sobre el terreno la seguridad de los que hasta entonces dominados tenían en su futuro; hablándo del líder chino, dice, recordando a Mark Twain, que poseía «la tranquila confianza de un cristiano con cuatro ases en la mano», Estos cuatro ases eran: el marxismo asiático, su conocimiento de China y de la historia china, su inagotable fe en el pueblo chino y su experiencia práctica en «modelar generales de barro». Frente a Mao y su pueblo sólo estaba el régimen policíaco y la corrupción del generalísimo Chang; tras Mao, en la revolución, en los tiempos aún dificiles del Yennan, escribe Snow que estaban «los chinos más libres y más felices que había conocido. Nunca después llegué a sentir tan fuertemente el impacto de la esperanza, el entusiasmo y el sentimiento de invencibilidad juveniles en hombres dedicados a lo que concebían como causa completamente justa» (página 257).
Este viaje de Snow a los orígenes, aparte sus muy poderosos apuntes personales, es también una muestra de reportero del siglo XX, de toda una raza de periodistas. Testigos de su tiempo, en frase ya acuñada, son también observadores infatigables de un futuro que ven dibujarse nítidamente en un horizonte que trasladó a Snow desde China al sureste asiático, a la India de Gandhi y de Nehru para testimoniar de la torpeza del postrer imperialismo británico, a la Unión Soviética en los años trágicos de la guerra mundial, a ser el primer periodista occidental que entrase en la Viena liberada por el Ejército Rojo... Y, también, a con vertirse en acusador implacable de su propio país en la época del macartismo y de la guerra fría: «Aquel triunfo de mentiras y de calumnias cuya punta de lanza eran McCarthy y Nixon.» AIborada de la revolución en Asia está fechado en 1958; sin embargo, el conocimiento que Snow tenía del mundo, llamado torpemente tercero, se, adelantó a su tiempo. A la vez que mantenía intactas sus creencias en las virtudes del liberalismo más riguroso, Snow constataba que el camino de la salvación nacional pasaba sin ambigüedades por la revolución social. Conocedor a fondo de los errores y crímenes del estalinismo, detectó una vía socialista diferente para los países en lucha por su independencia. Admirador de los líderes, sólo confería esta cualidad a los dirigentes que se fundían con su pueblo. Pocos libros hay, escritos «desde el otro lado del río», tan reveladores y tan sinceros como este reportaje personal que abarca casi treinta años de historia contemporánea.
Snow, que alternaba su condición de informador diario con la de investigador reposado, y que llegó a ser confidente de excepcionales figuras históricas (Mao, Gandhi, Nehru, Roosevelt, Litvinov, Madame Sun Yat Sen, etcétera), también previó la sima imperialista en la que se hundía su propio país; su condición democrática era incompatible con el nuevo proyecto imperialista, que defraudó tantas esperanzas y truncó tantas posibilidades. Sobre la política norteamericana en Extremo Oriente es difícil escribir tanto en tan pocas líneas: «Así, poco tiempo después de la victoria sobre Japón, los estadounidenses se encontraron manipulados hasta apoyar en Indochina a Bao Dai, un emperador títere de Francia, muchacho despilfarrador, contra una legítima revolución de independencia; interviniendo activamente en la guerra civil china para salvar una dictadura que representaba la propiedad privada contra otra que representaba la propiedad del Estado; suprimiendo una incipiente revolución socialista que ya estaba en el poder en Corea cuando nuestras tropas llegaron a Seul e importando a Rhee, desterrado hacía largo tiempo, para que estableciera un estado policía en ese lugar; financiando y armando a los holandeses en su perdido sueño de derrocar al régimen nativo en Indonesia y volver a poner el territorio a cargo de su reina; apoyando en Tailandia al cabecilla Pibul Songrram, que había conducido su país al lado del del durante la guerra; y en España y en las Filipinas, siguiendo políticas que tuvieron como resultado estabilizar en el poder a colaboradores políticos del Eje» (páginas 552-553). El recuerdo de Snow no es, afortunadamente, un manual de historia, ni tampoco un texto intocable; es un libro que contiene la sencillez apasionada de un viajero sin prejuicios ante un mundo emergente; sencillez que entronca con la ingenuidad de su más directo antepasado: Marco Polo a la búsqueda del Gran Khan.
Babelia
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