Una reflexión sobre la paz
ANGEL MARIA DE LERACon la comparecencia de escritores procedentes de los países que refrendaron el Tratado de Helsinki, más otros tantos nacionales, acaba de celebrarse en Sofía (Bulgaria) el II Encuentro internacional de Escritores bajo el lema La paz, esperanza del planeta, entre los días 7 y 10 de junio. La entidad responsable ha sido la Unión de Escritores Búlgaros. Por parte española figurábamos Rafael Alberti, Camilo José Cela, Jaume Fuster y el que esto escribe.
Abrió la primera sesión el poeta español Rafael Alberti, con un recuerdo al II Congreso de Escritores Antifascistas reunido en Valencia y Madrid en 1937, y luego se sucedieron las diversas intervenciones en las cuatro sesiones plenarias, con total asistencia de congresistas casi siempre. Los idiomas de trabajo, tanto en discursos como en documentos, programas y carteles anunciadores, fueron, por este orden, el búlgaro, ruso, inglés, francés, español y alemán. Por supuesto, el común denominador de todas las comunicaciones fue la denuncia de la guerra, la exaltación de la paz entre los pueblos y, concretamente, una apelación a los Estados para el cumplimiento de los acuerdos de Helsinki. La política partidaria hizo su aparición en algunas de ellas, pero más bien como un soplo solamente. En sus turnos respectivos, Cela sostuvo su postura liberal y antibelicista en tono académico, y Jaume Fuster correspondió plenamente a su cualidad de secretario de la Asociación de Escritores en Lengua Catalana, recordando que la Constitución española ha reconocido la personalidad histórica de Cataluña, su lengua y su cultura autóctonas.
A mí, personalmente, me parecía, y así lo dije, que predominaba un tono excesivamente literario y lírico, como en unos juegos florales. Ateniéndome a los acuerdos de nuestro Congreso de Almería, pedí la libertad de creación, el respeto a los derechos humanos, la excarcelación de todos los escritores que padecen prisión por sus ideas, porque el pensamiento no delinque, y, además, por tratarse del Año Internacional del Niño, solicité del congreso una condena unánime contra el fantoche emperador Bokassa, que ha sido denunciado por haber intervenido personalmente en el asesinato brutal de trescientos niños. Dije también que no creo en la paz de los tratados, que la guerra no está en las armas, sino en el corazón de los hombres y que, por consiguiente, lo que incumbe a los escritores es crear una nueva conciencia, por encima de fronteras, lenguas, religiones y facciones políticas, que haga imposible que esas armas disparen. De lo contrario, es decir, llorando líricamente al pie del muro de las lamentaciones, no impediremos que continúen esas matanzas en las que nadie resulta vencedor y sí un solo perdedor: el hombre. Y señalé como verdaderas causas de la guerra la violencia en cualesquiera de sus manifestaciones- los nacionalismos, el racismo y el insaciable espíritu de dominación.
Al término de las sesiones fuimos recibidos por el presidente del Consejo de Estado, Teodor Yivkov, en su residencia oficial, en las afueras de Sofía, un modesto palacete con una hermosa terraza sobre un precioso jardín de surtidores iluminados. Nos dirigió un saludo en tono casi familiar y exaltó a la cultura que, dijo, «es aquí como un cáncer que lo invade todo, pero que, en vez de matar, vivifica».
Por coincidir el Encuentro con el Año Internacional del Niño, se redactó un mensaje a las generaciones futuras, que firmamos todos, previa lectura, del que entresaco estos párrafos: «Actúen en forma tal que la guerra sea para ustedes, los artistas del futuro, tan sólo un tema histórico. Envídiennos todo lo que quieran, excepto en el hecho de que la guerra haya sido nuestro tema contemporáneo. Para nuestra generación y todas las generaciones venideras, el problema de la paz y la guerra es el problema de la existencia o la aniquilación de la Humanidad.»
Babelia
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