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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Con ocasión del libro

He paseado varias tardes la Feria del Libro de Ocasión, del libro como ocasión, y con ocasión del libro quisiera decir que yo no estoy en contra de los zocos culturales, artísticos, bohemios, mercachifles, chamarileros y pasés que hoy denuncian en Madrid la izquierda y la derecha, los partidos y los periódicos de-uno-u-otro-signo. Me parece que son ustedes unos estrechos.Desde Guillermo Díaz-Plaja, querido y admirado amigo, hasta los memoriones editorialistas de este periódico, todo el mundo clama contra el zoco y el mercadillo. Mantenga limpio Madrid, ya que es tan feo. El personal ha viajado, claro, el personal conoce las capitales europeas y conoce Nueva York, y sabe que estas grandes ciudades son metrópolis con festón de fantasía y miseria, con espuma sucia de imaginación y compraventa. Nunca se vuelve atrás en nada, y menos que en nada en urbanismo, y hay que decir que esa utopía monjil que quiere hacer de Madrid una especie de Aranjuez con ministros es una bobada.

O crece o muere. Madrid ha crecido muy mal, porque aquello que los reporteros franquistas llamaban el Gran Madrid, prolongando con sus teleobjetivos y ojos de pez la avenida del Generalísimo, no era sino la más caótica, espontánea y hortera realización del Régimen. Pero Madrid seguirá creciendo y lo que hay que procurar, señores alcaldes y tenientes de, es que crezca bien, pero no barrer la casa y sacudir el polvo, como mujercitas hacendosas, para recibir de visita en el tresillo/skay al tío de América, o sea los multiejecutivos de la Tri.

Viva Madrid, que es mi pueblo. Nuestros políticos de hoy, en la Atenas de siempre, hubieran cogido a Sócrates y a Diógenes y les hubieran metido en los calabozos de Sol por vagos y maleantes. En cuanto a Platón, se ve desde la primera página que es un peligroso social. Carmen Diez de Rivera me lo decía la otra tarde:

-Me gustaría un Madrid con muchos puestos callejeros.

Yo, por consolarla, en el único puesto que encontramos, le compré de segunda mano Opio, de Cocteau, a ver si se intoxica un poco de opio y se desintoxica de política, que ya lleva bastante bien la desintoxicación. Lo dice Cocteau en ese libro:

-De lo que hay que curarse no es del opio, sino de la inteligencia.

No puede decirse que la mayoría de nuestros políticos necesiten precisamente una cura contra la inteligencia, que no es ese el exceso ni el mal que les va a matar. Pero, inteligentes y subnormales, enteradillos y carrozas se han puesto ahora de acuerdo para devolver Madrid a la geometría franquista.

El mito de la gran ciudad nace de un libro, como todo: Las flores del mal. Ya no podemos creer en la modernidad como creía Baudelaire, porque hoy la modernidad equivale a unidimensionalidad, consumo y contaminación. Pero la gran ciudad no es necesariamente la peor ciudad. Yo circulo y respiro mucho mejor y más limpio por Londres y Nueva York. Madrid es hoy una ciudad sucia porque hemos tenido cuarenta años de alcaldes sucios.

En la Feria del Libro de Ocasión, presidida involuntariamente por una Mariblanca en piedra blanca de Colmenar que es como el monumento a la analfabeta, entre tanta cultura, he visto aflorar, como en un seísmo de la literatura, todo lo de antes y después de la guerra que estaba prohibido, de Marx a Blasco Ibáñez, de Joaquín Belda y la novela verde a Fourier. Libros con perfume de sombra, que han estado muchos años en la penumbra de los hogares dudosos, de las bibliotecas entornadas. Me compro un Anatole France, un Supervielle, un Pedro Luis de Gálvez, poeta maldito de La Novela Corta, Zola madriles a cinco céntimos. Los libros, nuestros libros, buenos y malos, han vivido su temporada en el infierno, su cuarentena de topos, como los de Leguineche, y toda esta tierra de letras ahora removida nos ofrece las capas geológicas de la enterrada cultura universal.

Madrid como zoco cultural, pictórico, artesanal y trashumante. En la asepsia franquista ponía su relieve oscuro y carcomido la gitana canastera y pedigüeña. Eso es lo que hay que salvar, suprimir y resolver. No confundamos la imaginación con la miseria. Ya que no la imaginación al poder, cuando menos, la imaginación a la calle.

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