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Un paso decisivo en el equilibrio del miedo

Cuando el presidente Carter y el secretario general Leónidas Brejnev pongan su firma, el mes próximo, a los acuerdos SALT II, el camino hacia el desarme nuclear habrá dado tan sólo un paso hacia el objetivo teórico final de los inspiradores históricos de las conversaciones sobre limitación de armamento estratégico: reducir paulatinamente los actuales arsenales atómicos de los países que, independientemente de la fase de desarrollo nuclear en que se encuentren, dispongan de bombas atómicas y de misiles o transportes capaces de convertirlas en un arma bélica.Este paso -los SALT II- será, sin embargo, el más importante que las dos principales potencias mundiales habrán dado para poner un primer coto al desarrollo ¡limitado de la tecnología nuclear. Por vez primera, Estados Unidos y la Unión Soviética no sólo habrán puesto un límite teórico a sus armas ofensivas -como ya lo hicieron con el acuerdo de Vladivostok de 1974-, sino que habrán reducido en algunos números sus actuales arsenales estratégicos.

Pero si la meta es, en términos de costos y resultados, espectacular, no deja de ser paradójico que tan solo con una pequeña cantidad de los sistemas limitados por los acuerdos SALT II resulte suficiente para dejar hechas trizas a las dos potencias en el caso de un conflicto nuclear global. Según algunos expertos, ninguno de los dos países podría rehacerse con suficientes garantías de supervivencia de un ataque nuclear total y, eventualmente, ninguna nación del globo se vería libre de los efectos de la guerra.

Historia

Históricamente, el primer paso para un eventual inicio de conversaciones de armas nucleares lo dio el presidente Kennedy en 1963, pocos días antes de caer asesinado en Dallas (Texas), en el curso de su famoso discurso en la American University. Este truncado intento fue continuado, sin embargo, por su secretario de Defensa, Robert McNamara, que en noviembre de 1966 reveló la existencia, en las cercanías de Moscú, del que sería el primer sistema de defensa antimisiles.

El sucesor de Kennedy, Lyndon B. Jhonson, hizo suya, en 1967, la idea de Kennedy, tras el reconocimiento por McNamara de que ambas naciones estaban en disposición de defenderse, con más o menos éxito, de un ataque nuclear por sorpresa del contrario mediante la utilización de los misiles antimisiles.

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Pese a que la intervención de las fuerzas del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia interrumpió el proceso de acercamiento entre Moscú y Washington en este tema, el 17 de noviembre de 1969 se reunían en Helsinki el viceprimer ministro de la URSS, Vladimir S. Semyonov y Gerald Smith, director de la Agencia norteamericana de Desarme. En su mente, y con Nixon instalado en la Casa Blanca, estaba el elaborar toda una filosofía de desarme que fuese el instrumento necesario para llegar mediante una, serie de acuerdos en fases a la total desaparición de armas nucleares.

Y, curiosamente, ambas delegaciones eligieron, a la hora de controlar, comenzar por las armas defensivas. Así, tras tres años de intensas conversaciones, el presidente Nixon y Leonidas Brejnev firmaban el primer acuerdo SALT, conocido como SALT I. En este acuerdo ejecutivo ambas limitaban a dos el número de plataformas ADM, esto es, el sistema balístico antimisiles encargado de defender un eventual blanco contra un ataque nuclear enemigo.

El acuerdo SALT II

Aunque en el acuerdo SALT I se establecía un primer límite, más simbólico que otra cosa, de las armas defensivas, no sería hasta el acuerdo de Vladivostok, de 1974, cuando Gerald Ford (que había sustituido a Nixon en la Casa Blanca) y Brejnev colocan un primer límite a las armas estratégicas. Este límite fue exclusivamente explicatorio -un máximo total de vectores de 2.400-, ya que de hecho ningún país se vió forzado a destruir ningún sistema o proyectil de su arsenal. No obstante, serviría para que las dos naciones colocaran sus puntos de mira en un nuevo tipo de desarrollo armamentista: el de la calidad en lugar de la cantidad.

Y así ocurrió que, a partir de esa fecha, el principal obstáculo para negociar la segunda fase de los acuerdos SALT se presentó en el análisis de la calidad y precisión de cada respectivo arsenal. Simultáneamente, las dos naciones comienzan a proyectar nuevas armas -el misil Crucero, el proyectil intermedio SS-20 y el bombardero soviético Backfire- que los negociadores, dadas las facultades mixtas de estos sistemas, les resultan dificil de catalogar y hasta controlar. Posteriormente se suceden los problemas de la verificación de los acuerdos y, por último surge el problema de los aliados que, también incluidos en la fase III, de las conversaciones como posibles participantes, creen verse aislados y hasta marginados de unos acuerdos hechos a sus espaldas.

Las armas

En sus aspectos concretos', las SALT II controlan tres sistemas diferentes de armas estratégicas:

A) ICBM o misiles intercontinentales de largo alcance.

B) SLBM o submarinos capaces de lanzar misiles

C) Bombarderos y aviones. Los de largo radio de acción, como el B-52 norteamericano o los Bear and Binson soviéticos, pueden lanzar, por caída libre, bombas o disparar misiles a un blanco determinado.

Tanto Estados Unidos como la Unión Soviética cuentan con armas características de estos tres sistemas generales de armamento estratégico. Sin embargo, algunos técnicos estiman que los norteamericanos disponen de una mayor ventaja tecnológica que los soviéticos, que, por el contrario, cuentan con una superioridad numérica.

Si, bajo este prisma, los acuerdos SALT limitan sólo la cantidad, el tratado número dos beneficiaría a Washington, extremo este que es discutido e incluso negado por un amplio sector de especialistas. Sus argumentos van en función no sólo de los enormes adelantos de la tecnología de la URSS en este campo en los últimos años, sino, y con mucha más razón, en las características estratégicas de ambos países. Así, Estados Unidos necesita cubrir la Unión Soviética. Para Washington, los blancos están más alejados y distanciados y la precisión tiene que ser mayor. Para Moscú, la precisión cuenta menos y con una sola bomba, para citar un solo ejemplo, puede acabar con Washington y paralizar el centro industrial de Filadelfia.

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