Gabriel Miró en su centenario y la Academia
Resignado lamento el de Gabriel Miró, que nunca tuvo buena fortuna con la Real Academia de la Lengua. Así se expresa en su breve nota autobiográfica:«¿Que si me atrae ser académico? Estoy en la edad exacta en que puede agradarme y convenirme. Joven, no se desea; viejo, ya no es menester; no me lleva a mirar con mal humor a los que bullen y se afanan por alcanzar sus deseos. Ellos ejercen verdaderamente su oficio de escritor. Si yo no lo hago, no es por humilde ni por orgulloso, sino probablemente por carecer de aptitudes.» Marzo de 1927.
En febrero de 1927 firmó Azorín, con Palacio Valdés y Ricardo León, la propuesta de Gabriel Miró para cubrir la vacante de la Academia producida por el fallecimiento de don Daniel Cortázar. No tuvo éxito «por razones de circunstancias, que nada tienen que ver con la obra literaria de Miró». Lo relata Gabriel Maura Gamazo, duquede Maura, y añade: «Si el modernismo de Gabriel Miró puso en guardia hostil a la grey beata, ¿cómo no había de chocar con la inercia literaria de la generación anterior a la suya, que ocupaba aún las eminencias intelectuales y sociales? ... » Y continúa: «Cierto que el daño inferido a las letras españolas por la incomprensión cortical y retardataria de nuestro público lector era ya irremediable. Por ello no le fue concedido a Miró, en 1917, por la Academia de la Lengua, con ocasión de haber publicado la segunda parte de sus Figuras de la Pasión del Señor, el premio instituido por el hispanófilo alemán Fastenrath, a pesar del apoyo que le prestó eljefe del partido conservador y entonces presidente de la docta casa, Antonio Maura, el cual públicamente protestó que se considerase lesiva para la piedad de los creyentes la trayectoria fundamentalmente esteticista con que Miró interpreta las Sagradas Escrituras.
Fracaso de su candidatura a la Academia
Por idénticos irracionales motivos, según Miró se lamentó, fracasó su candidatura para miembro de la Academia propugnada en 1927 por Azorín, como ya se ha referido, ante cuya decisión, según corrobora Ramón Gómez de la Serna en su devota biografía de José Martínez Ruiz, éste dejó de asistir a la Academia como protesta, protesta que luego hizo extensiva a la designación en propiedad de bibliotecario perpetuo al también miembro de la coporación Vicente García de Diego, en 25 de diciembre de 1943, según el propio Azorín me comentó con amargura en una de nuestras entrevistas; cargo,al que aspiraba por llevar aparejada la residencia en el domicilio social. Como también disfrutaba Marcelino Menéndez y Pelayo de vivienda en la Academia de la Historia. Tampoco en 1926, y por similares causas, el novelista obtuvo el citado Premio Fastenrath por el Obispo leproso. En esta ocasión pudo influir parcialmente la crítica de José Ortega y Gasset, publicada en el matutino diario de Madrid El Sol, que empezaba así:
«Varias veces me he acercado a algún libro de Gabriel Miró. He sorprendido unas líneas, tal vez una página, y me he quedado siempre asombrado de lo bien que estaba. Sin embargo, no he seguido leyendo. ¿Qué clase de perfección es esta que complace y no subyuga, que admira y no arrastra? »
«Ahora he leído entero un libro de Miró: El obispo leproso. Lo he leído del principio al fin con bastante jadeo. Pero no se me haga caso. Es muy posible que el defecto esté en mí y no en el libro. »
«No creo que haya actualmente escritor más pulcro y solícito. Cada frase está hecha a tórculo... Miró es un gran escritor. Por ejemplo: "De Andalucía y de Orán venían mozas galanas, como La Argelina, de tan curiosos afeites, olores y ringorrangos que las pobres mujeres pecadoras del país se paraban y se volvían mirándola con ojos de mujeres honradas." O bien este dibujo de dos solteronas: "No se las podía imaginar sino en su presente: altas, flacas y esquinadas; los ojos, gruesos, de un mirar compasivo; el rostro, muy largo; los labios, eclesiásticos; la espalda, de quilla, y sobre todas las cosas, vírgenes." »
Y Ortega termina: « Es una lástima que estos escritores se queden siempre sin definir. No sabemos nada de Galdós -a pesar de tener tantos "amigos"-, ni de Valera. No sabemos de Valle-Inclán, ni de Baroja, ni de Azorín. Desconocemos la ecuación del arte admirable que ejercitaron o ejercitan aún.»
Tal vez pueda rellenar, en parte, ese vacío crítico el poema Peristilo, en el que el académico de la lengua Manuel Machado se expresó:
«Místico del color. Y del aroma. / Y del tocar suave... / Del sabor y de la dulce melodía. / Místico de los cinco / sentidos corporales... / ¡Y todo alma: enojos, gusto, olfato, / tacto y oído! Novio del paisaje, / en íntimo coloquio con Natura / -por el Estilo convertida en arte-, / vivió y murió, / Gabriel, elbien nombrado / Miró, Gabriel Miró.»
Prosa poética
Por nuestra parte, y en la misma línea de Manuel Machado, no nos parece discreto calificar de poética la prosa de Miró, ni siquiera por su evidente ritmo y musicalídad. Más bien lo que acontece es que Miró en prosa se expresa con una riqueza tan densa como sólo literariamente es posible hacerlo en poesía. Esa riqueza expresiva no es que obliga al lector a leer a Miró con los cinco sentidos; lo que sucede es que la lectura de Miró incide en todos los sentidos del lector: en Miró, el rumor o el estruendo de la acción novelesca aparece en algunas ocasiones con música de fondo; en otras, destacando en el silencio o sobre una algarabía. La polícroma prosa de Miró se amplía en el lector, con matizaciones de luces o de sombras, más el cambiante ambiente general del rutilante pictórico escenario. El contorno gélido o caliginoso de cada escena trasciende a la propia epidermis del lector, quien a veces parece impregnarse con el sudor de los personajes.
También compartimos con esos personajes la fragancia de los aromas primaverales en el abierto paisaje o en los recoletos huertecillos y jardines. Y saboreamos, participando en el regalo, del tibio pan recién cocido que deleita al personaje.
Veamos una muestra:
«Pasaba Jesús; los cabellos le caían por toda la faz, costrosos, goteantes, como pelos de un ahogado; alargaba el cuello con ansia; le subían los hombros por la violencia de los brazos atados brutalmente a la espalda... Su cuerpo semejaba de una arcilla pegajosa, con placas azules de los trastornos circulatorios, con coágulos desprendidos de la espalda flagelada. Le resbalaba un sudor graso por las axilas, por los riñones, por los muslos; palpi taba horriblemente su cuello abotagado, corto, confundiéndosele las mejillas infladas, blandas, lívidas. Los labios, fláccidos, amora tados, con arborizaciones venosas, se torcían sobre la escara de los dientes; y entre sus párpados cárdenos se perdía su mirada tur bia, cuajada de una lágrima, agonía del Señor.»
También se lamentaba y resignaba Miró de que el ministro de Instrucción Pública durante el Gabinete civil de la dictadura del general Primo de Rivera, Eduardo Callejo, al leer la convocatoria para un concurso de dicho Ministerio que le presentaba su subordinado Gabriel Miró, el señor Callejo expresó: «Por ahí se dice que es usted un gran escritor; perd por esta convocatoria no lo parece. »
Si Gabriel Miró no tuvo éxito con la minoría selecta de los ilustres miembros de la Real Academia Española, los editores de una publicación masiva y popular premiaron la novela de Miró Nómada en el concurso convocado por El Cuento Semanal. Por su parte, el diario de Madrid Abc le otorgó el Premio Mariano de Cavia, por el artículo «Huerto de cruces», publicado en su colega periodístico El Sol (y recogido después en el volumen Años y leguas). Transcribimos el segundo párrafo del artículopremiado: «Trae la cruz parroquial un mozo labrador de sotana corta y alpargatas nuevas. Los monacillos alzan los ciriales cómo follajes frescos, y el sacristán, con gafas de mal lector y cráneo moreno, calvo y español, lleva el acetre de bronce en el brazo como cesto de frutas; en el puño, el libro de los responsorios, y de su belfo le mana el caño de un réquiem.»
Desagravio final
Finalmente, y también como desagravio al fallecido Gabriel Miró, un grupo de sus amigos organizó un comité para publicar una edición crítica conmemorativa del autor, con una bibliografía general y lag variantes y notas de cada volumen. Escribieron prólogos para la misma Azorín, Miguel de Unamuno, Dámaso Alonso, Augusto Pi y Suñer, Pedro Salinas, Oscar Esplá, Salvador de Madariaga, Gerardo Diego, el duque de Maura, Gregorio Marañón y Ricardo Baeza, algunos de ellos miembros del citado comité, en el que también figuraron Ramón Menéndez Pidal, Nicolás María de Urgoiti, Ramón del Valle-Inclán, Victorio Macho, Félix Lorenzo, director del diario Luz; el marqués de Luca de Tena, director de Abc, más el presidente de la Cámara Oficial del Libro y editor de las Obras completas de Gabriel Miró, José Ruiz-Castillo Franco.
Babelia
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