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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Últimos papales de Bonifacio

Son ya muchos años de conocer a Bonifacio, de estimar su pintura, de ver cómo de pintor para pintores ha pasado a ser un valor seguro. Pero quiero escribir algo sobre esta historia, y me doy cuenta de que, puesto a «explicar», puesto a «explicar» renglones en forma de crítica, no tengo la menor idea de cómo empezar la faena. La obra de Bonifacio está ahí. Pocas veces se verifica tan palmariamente como en este caso la gran verdad, el gran tópico, de que a cada obra le debe corresponder idealmente un tipo de discurso. Sólo que aquí, o uno se lanza a un discurso puramente literario (para el cual tal vez no fuera este el lugar apropiado), o uno se limita a recordar algunas cosas y a recordar, ante todo, bonifaciescamente, que la obra de Bonifacio está ahí.Refrescando la memoria, está la imagen primera de un Bonifacio conquense, en el sentido más refinado y más manido de la expresión. El Bonifacio de sus primeras exposiciones importantes, a finales de los sesenta, con cuadros luminosos, blanquísimos, en los que se deshacían filamentos y grafías, y aquí y allá una nota de color. Está el Bonifacio más gestual, más action painting, más picassiano, más sauresco, más Cobra. El que se afirmó con el tiempo, sin que esas referencias diversas dejaran de ser para él otra cosa que eso, referencias. Está el Bonifacio detallista, minucioso, que dibuja, graba, retrata con precisión de entomólogo -nunca mejor dicho- a los más peludos e inquietantes insectos.

Bonifacio

Galería De la Mota. Núñez de Balboa, 27.

Está el Bonifacio taurino. El que, recurriendo a Eugenio Noel, a Bergamín, a José María de Cossío, a Corrochano, se marca una magnífica tauromaquia que titula Cuatro orejas y rabo, en la que se entreveran apuntes del corral, violentos dibujos y, dándole sentido hondo al asunto, probablemente sus propios recuerdos (finales de los cuarenta, comienzos de los cincuenta) de oficiante en el ruedo. Está el Bonifacio socarrón y desconfiado. El que Kico Rivas y yo intentábamos entrevistar allá por el 71, con nuestra árida voluntad analítica a cuestas y sin otro resultado que una acumulación de paradojas para la que entonces estábamos mal preparados. Está el Bonifacio de los apuntes televisivos, de los cómics sobre caribeñas dictaduras, de los castizos Ritos y leyendas. Está el Bonifacio de las Sopas y manjares que golosamente resucita las delicias del gran Ruperto de Nola. Está el último Bonifacio. El de la alegría hiriente de Triana, el de los oscuramente luminosos aguafuertes -con sonetos bergaminescos- de Serán ceniza. Está también, no lo olvidemos, el Bonifacio pescador de truchas conquenses, el que mantiene puntualmente informados de sus peripecias por el río a los amigos...

Tal vez algunas de estas cosas no tengan que ver directamente con la pintura. Pero entre todas han ido conformando al artista, se han ido canalizando hacia una pasión central: pintar. No le preguntéis por ello abstractamente, como lo hacíamos los ingenuos de 1971. Sus mejores calas en el parler peinture tendrán siempre un carácter de taller, muy inmediato. Si hay un pintor que no se vaya por las ramas, que nunca ejerza de artístico inquisidor de nadie, ese es Bonifacio. Tampoco un pintor «a lo bruto», aunque se entregue visceralmente a la pintura. En sus lienzos más descoyuntados, con aire de carnicería, de tiberio o de bacanal, se mantienen (como sin querer) el saber hacer, la mano, el buen gusto que tan a flor de piel se manifestaban en los lienzos blancos.

Concretando en el último Bonifacio, lo que más me sorprende de él es precisamente su capacidad para ser a la vez casi un action painter, y casi un Cecilio Pla de pura delicadeza colorista. Manejando sus recursos con maestría, Bonifacio posee una enorme facilidad para despistar al desprevenido. Fuerza cultivada, cultamente inculta, inteligentemente espontánea, en el ardor de la pintura se permite filigranas casi invisibles y conjugando las más varias maneras en un todo que fluye sobre el papel sin amaneramientos. En la explosión de los colores, en los juegos de luces y sombras de Serán ceniza, en el articularse lo animalmente sexual con lo ornamental y lo vegetal, el apunte con el trallazo, la caricatura con el dibujo, se acaba percibiendo la unidad profunda de todo lo que hace, de todo lo que pinta Bonifacio: una obra que enganchará a aquellos que sepan degustar en la tormenta el matiz y la gracia.

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