Señores de horca y Caudillo
Mucho antes de que se ganasen o perdieran las municipales, yo lo tengo escrito sobre los gobernadores franquistas: «Señores de horca y Caudillo.»Bueno, pues como al Poder nunca le faltan poderes, resulta que los señores de horca y Caudillo siguen ahí, vuelven de donde no se habían ido, como cuando eran el brazo derecho de Franco.
El izquierdo era el de Santa Teresa.
Señores de horca y Caudillo, gerifaltes de antañazo, cruzados de la causa franquista, calentándose todavía las manos varicosas al rescoldo de la hoguera civil. Tiranos del pecado y la cosecha, virreyes del decreto y el adobe, príncipes fronterizos entre la cárcel y el episcopado.
Don Tomás Romojaro fue todo eso en mi provincia:
-No me beses con descaro que nos multa Romojaro -decían mis tías a los novios de mis tías.
Déspotas de los meses y del beso, Miguel Delibes está contando en una gran serie periodística cómo hasta su periódico, tan liberal, El Norte de Castilla, tenía que dirigirse en los cuarenta por el excelentísimo señor gobernador civil de la provincia:
-Nos dirigían por teléfono, Paco, hijo.
Bien, pues en eso estamos, que al tercer año resucitó.
Tenía toda la razón Vizcaíno Casas y yo se la respeto. Le han resucitado en cuanto ha hecho falta. Mientras ellos podían hacerse pasar por nosotros Franco no hacía aquí ninguna falta. Hasta dejaban los chistes sobre el reloj de las Cármenes.
Pero las urnas, con esa cosa mágica que tienen, entre ensalmo griego y oráculo municipal, han revelado lo que ya se sabía: que ellos no son nosotros, que la España municipal y retejada quiere justicia socialista, mientras la España gubernamental y, abanderada quiere la ingeniería política en la que todo irá bien si el pueblo se comporta. Que a don Alfonso de Marbella, por ejemplo, se le ha puesto una angina con la huelga.
No me beses con descaro que nos multa Romojaro. Y no votes alcalde socialistas, porque el gobernador civil de la provincia tiene cinco rosas simbólicas para ponérselas en la mantilla si hay que ir a la corrida de Beneficencia por las viudas de los rojos de siempre y de los otros. Y cinco flechas de madera pintada que ahora, con el nuevo decrete, con el BOE, con los plenos poderes, son otra vez mortal ballestería. Casi preferíamos aquellas flechas de palo, pintorescas y representativas, tan representativas que no representaban nada.
Todo está en nuestros cancioneros primitivos:
A las que sepas, mueras. / Y sabía hacer saetas.
Alcaldes socialistas, andaluces y saeteros, no os andéis con saetas al Cristo de los pobres, que las cinco flechas simbólicas serán ahora munición legal para condecoraros el pecho de fracaso. Han quitado las flechas de madera para poner las de papel de barba, las de forja gubernamental y autoritaria. En la Moncloa, fragua de Vulcano que va a pintar Revello de Toro, con Suárez coronado de acanto (que seguramente Suárez no sabe lo que es, como le pasaba a Lorca), y Abril Martorell con la sábana bajera cruzada sobre el pecho, en esa fragua, digo, se están forjando ya, a punta y fuego, las flechas nada simbólicas que refuerzan al gobernador civil contra el incivil alcalde socialista y elegido.
Ya la provincia es una humillación etimológica y un dispárate administrativo de Isabel II, pero Franco (que no hizo sino rubricar seculares errores nacionales) elevaría al gobernador civil, de cacique caliqueño, a señor de horca Caudillo.
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