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Ha muerto el novelista francrés Marcel Jouhandeau

Su obra consta de 120 volúmenes

El pasado domingo murió en Rueil-Malmaison, cerca de París, a los 91 años de edad, Marcel Jouhandeau. Era el más inmenso provocador de las letras francesas. Sus 120 libros, sin embargo, no lo hicieron popular, aunque sus colegas, los críticos y quienes lo han leído piensan que anteayer dejó de respirar un maestro de la prosa francesa y el creador de una «comedia humana» que podía recordar a Proust y a Balzac, pero de los que le separaba su afición mística por el escándalo.Hijo de un carnicero, joven aún, quiso ser cura. La religión católica fue su hobby; su amor, su amante, su fulana, su igual; su infierno, su vida. «Dios es grande, yo también», decía. Para intentar liberarse de su homosexualismo se casó con Lise en 1929 y su vida conyugal le sirvió de tema para narrar con minucia la «guerra santa» de una pareja que, en definitiva, a través de todas las incompatibilidades humanas y divinas, realiza el sueño de todas las perversiones reales o imaginarias, es decir, se realiza, vive.

Hace pocas semanas aún, ciego ya, apareció en una emisión de TV e impresionado por la serenidad entusiasmada con la que aseguraba esperar la muerte para reunirse con Dios y con Lise, un crítico decía al día siguiente: «Seguro que ese día convencerá al Señor para organizar, en presencia de Lise, la orgía suprema del impudor. » La regla de su existencia fue «hacer de la vida una fiesta». Y no se detuvo ni un solo instante, hasta el domingo último. Sus libros son eso, una fiesta con su personaje como protagonista: y lo que la moral católica considera escándalo, pecado, infierno, indecencia, fueron sus armas para, proclamándose católico, encontrar en la contradicción el goce de los goces.

Los seis tomos de Memorial, los veintiséis de Journaliers, Crónicas maritales, El impostor, son algunos de sus libros más característicos. Los especialistas franceses están convencidos de que, con su muerte física, ha empezado la vida literaria de este vividor, artista verdadero de las letras galas, que, hace cincuenta años ya, precediendo a los movimientos de homosexuales, afirmaba: «Estoy seguro de que Dios reconocerá a los suyos. »

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