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Extremadura: del analfabetismo crónico a la miseria de las escuelas rurales

A pesar de todo, Félix Gutiérrez confia en que sus alumnos sean una generación que coja gusto a la lectura y que rompa el hechizo del analfabetismo en estas zonas sin tradición escolar. Los padres de Loli y de Pili son analfabetos y no entienden la utilidad de la escuela para sus hijas, destinadas a las tareas domésticas o, en los casos más excitantes, a la recogida temporera del pimentón en Plasencia o a colocarse de criadas en la capital. En el caso de los hijos, la rentabilidad de la escuela es más evidente: saber cuentas es un necesario y pesado trámite burocrático para trabajar fuera del campo, para sacar el carnete de conducir, para sel alguien.

Y, sin embargo, aún es peor la situación de El Gasco, una aldea en la punta de la sierra, con una carretera en construcción, que, hasta hace un año, sólo se comunicaba con el exterior a través de escarpados caminos de montaña El Gasco ofrece la miseria morbosa que el tópico cliché sobre las Hurdes obliga a esperar. Pero no es su pintoresquismo mugriento ni sus casas de pizarra y de lanchas lo más desolador, sino la realidad de que los mayores de veinticinco o treinta años son analfabetos. Eusebio aprendió algo c uando hizo la mili y, como un sabio de increíble dentadura curvilínea y carcomida, se ríe sarcástico de su salvajismo y de los turistas y periodistas que van a contemplarles como si fueran seres deformes. Su mujer, Catalina, ni siquiera sabe dibujar su nombre y sólo ha estado en Cáceres dos veces, en ambas ocasiones para dar a luz, ya que «era muy estrecha y me tuvieron que hacer la cesárea». Una de sus hijas, María Jesús, dejó la escuela el mismo día que cumplió los catorce años y su único sueño es ir a servir a Barcelona. Los pocos jóvenes del pueblo apenas han tenido infancia y sólo desean tener dinero y vestir y vivir como la gente que sale en televisión. Pero el padre, Eusebio, menea la cabeza y dice que a Barcelona, no, que está muy lejos, que ella se queda allí con su madre, ayudando en el pequeño huerto cultivado en plena montaña y donde recogen patatas y castañas.

La televisión es el único vehículo seudocultural que tienen estas gentes. «Nos la vendieron a plazos unos viajantes de Ciudad Rodrigo, pero lo peor es saber entenderla. A veces habemos de apagarla porque empiezan a decir tonterías y no les entendemos», dice Eusebio. En cambio, María Jesús, prefiere leer si encuentra un libro a mano, cosa que ocurre muy de tarde en tarde. «A mí me gustaría seguir en la escuela, pero me da vergüenza por que soy mayor, tengo ya dieciséis años.» Y es que en El Gasco, sólo hay un maestro que da clase a veintiséis niños de todas las edades, generalmente con un nivel inferior a la edad que les corresponde. «El ambiente, la consanguineidad de los padres e, incluso, la alimentación que reciben, a base de sopa y «chicha» de matanza, crea en estos niños unas dificultades de comprensión que no se subsanarán hasta las próximas generaciones», dice Jorge, el maestro. «Aunque no se ha hecho un estudio riguroso, la experiencia nos dice que el 30% de los niños delas Hurdes presentan deficiencias intelectuales, dislexias, retrasos en el lenguaje y dificultades en las matemáticas», opina Juan Iglesias, inspector-jefe de EGB de Cáceres. Y, para remate, la llamada escuela de El Gasco, es oscura, insalubre, con una temperatura inferior a los seis grados y con unas paredes donde la humedad se coagula y se infecta con varios milímetros de polvo.

Pero no son las Hurdes un testimonio aislado. Todo el norte de Cáceres, exceptuando las poblaciones de Coria, Plasencia, Montehermoso, Moraleja y otros pueblos grandes, presenta unas deficiencias culturales muy notables. Se estima que de los 400.000 habitantes que fiene Cáceres, al menos 50.000 personas, entre quince y sesenta años, son analfabetos totales o funcionales. En 1970, las estadísticas hablaban de un porcentaje del 5,8% de varones analfabetos y del 6,83 % de mujeres, hoy reducido a un 2,6%. Pero esta cifra es engañosa, ya que se obtiene contando el número de personas que no firman en el DNI y relacionándolo con el total de la población entre quince y sesenta años. «En mi pueblo, unos quinientos habitantes, habrá más de cincuenta vecinos que no saber leer ni escribir. Y los que sabernos, nos defendemos regular, ya que tuvimos un maestro que era alférez de guerra y no maestro de carrera y no nos enseñaba nada», dice Dativo Antón Batuecas, taxista, fontanero y dueño de un bar en Santa Cruz de Paniagua, un pueblo como tantos otros, hasta hace poco desangrado por la emigración y que ahora empieza a respirar y a mantenerse.

Cáceres y Badajoz son dos provincias distintas a pesar de que la geografía les haya hecho reunir entre las dos una extensión superior al País Vasco y Navarra juntos. La zona norte de Cáceres está salpicada de pequeños pueblos con escuelas unitarias, con uno o dos maestros, algunos con nueve niños, como en El Bronco. Al sur del Tajo, la situación se asemeja más a Badajoz, y surgen pueblos grandes y dispersos, dehesas y cortijos que diseminan la población, y grandes cotos y propiedades que dejan a los pueblos a merced de la ganadería y de los grandes propietarios. En ambas provincias, el 20% de sus hombres conocen la experiencia amarga del paro.

El 9% de la población extremeña es dispersa, hecho que ha motivado el aislamiento y falta de escolarización de los adostos, y que ha obligado a recurrir a las concentraciones escolares, el transporte y comedor escolar y la creación de escuelas-hogar, residencias dond viven niños de seis y siete años sometidos al trauma psíquico de estar alejados de sus padres. Aproximadamente 9.000 niños de la región utilizan el transporte escolar o viven en residencias, y muchos de ellos tienen que desplazarse diaria mente más de veinte kilómetros para asistir a clase. Traslados dobles a través de pésimas carreteras que contribuyen a marear a algunos chiquillos.

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Los padres de estos niños transportados suelen ser guardese de cortijo, porqueros o pastores; casi todos, analfabetos o con conocimientos muy rudimentarios. Algunos alternan temporadas de estancia en un pueblo con traslados a dehesas solitarias, lo que hace que hava más de quinientos niños incotrolados en la provincia de Badajoz que siguen a sus padres a majadas y riscos y sólo van a la escuela durante un trimestre. Otros padres, como Manuel Rey 55 años, pastor desde los once, ha trasladado a su familia a Badajoz para que sus hijos puedan asistir a clase con regularidad. «No quiero que sean como yo, que lo único que sé es lo que he aprendido detrás de un árbol.» Y es que también en Badajoz las tasas de analfabetismo son brutales, estimándose en un 15 % entre la población de cuarenta a sesenta años. En Roca de la Sierra, una población cercana a la capital cuyos habitantes viven del carbón de encina, la mayoría de los hombres cincuentones que a las doce se reúnen en los bares a echar una partida, o no han ido a la escuela o han acudido a ella irregularinente. Uno de ellos, Antonio Boza, se crió en un cortijo y no pisó nunca un aula. «En el servicio militar quisieron enseñarme a leer, pero pasaba tanta hambre que no tenía tiempo de pensar en las letras.»

Más revelador es el dato de que sólo cuatro de mil cabezas de familia han cursado estudios medios o superiores en la región. A pesar de todo, la situación está empezando a cambiar y, salvo las excepciones señaladas, la población infantil está escolarizada casi en su totalidad. Pero el 50% de los escolares de Cáceres y el 36% de los de Badajoz se encuentran insuficientemente escolarizados y con serias deficien cias en las instalaciones habilitadas para las clases. Es frecuente que algunas escuelas sólo tengan luz eléctrica cuando en ellas se celebran elecciones u otras convocatorias a urnas, y que, una vez finalizadas éstas, se corte el fluido eléctrico. Muchas no cuentan con servicios higiénicos, algunas tienen rotos los cristales de las ventanas y se tapan los huecos con cartones, y en casi todas, en invierno, los niños están con el abrigo puesto durante las clases, ya que no suele haber más calefacción que un brasero eléctrico, para la mesa del profesor. Las paredes agrietadas y los hongos y otras hierbas creciendo por el entarimado son realidades frecuentes. «En algunas aulas no hay más material que una pizarra, una tiza y la creatividad del profesor. En ocasiones, las clases se dan en casa del maestro, generalmente al lado de la cocina. Y en Aceitunilla (Cáceres) el techo se ha caído a trozos», afirma Pedro Cañada, parlamentario extremeño, que ha recorrido gran parte de las escuelas y ha constatado vicisitudes sin número. En Roca de la Sierra, como en otros muchos pueblos, las distintas clases están habilitadas en diferentes edificios del pueblo y los niños juegan en la calle durante el recreo por falta de patio. En otros pueblos hay clases desdobladas y niños entallados y encajados en pocos metros.

En Pueblonuevo del Guadiana, zona de regadío y de colonización, los niños mayores no asisten a la escuela durante la recolección del tomate o en época de matanza. Incluso una boda familiar o un viaje de los padres son motivos para que el chaval se ausente de la escuela durante una semana. Pueblonuevo es una localidad sin identidad, formada por proletarios de secano, que se asentaron en este lugar como colonos arrastrados por el atractivo inicial del plan Badajoz. Sus raíces socioculturales son exiguas y ni siquiera algunos de sus hijos, alumnos de octavo de EGB, saben si la escuela les va a servir de algo en su futuro. Sólo el 10% de ellos va a seguir estudiando formación profesional o bachillerato y Magisterio, la carrera más asequible a los extremeños; no en balde es Extremadura la región que más maestros exporta. Pero la vida en Pueblonuevo es muy parecida a la de los demás pueblos de regadío de Badajoz: padres que piden a sus hijos que les escriban las cartas o les rellenen los papeles, casas sin libros y sin habitaciones donde estudiar, dependencia del padre patrón para cuidar la tierra y para ir a la escuela y absoluta despedida de la lectura (novelas y periódicos no deportivos) al llegar a los catorce años. «A veces, un chico viene a estudiar formación profesional -y generalmente con poca base, puesto que se identifica la FP con la incapacidad para hacer BUP- y a los tres meses su padre viene a buscarle porque le necesita en el campo», dice Andrés Rivera, profesor del instituto de Formación Profesional San José, de La Coronada (Badajoz).

El fracaso escolar entre estudiantes de EGB es abrumador en Extremadura, hasta el punto de alcanzar un 44% en octavo. Además de la secuela del ambiente, una de las causas de este fracaso es la inexistencia de una enseñanza preescolar sistemática, lo que hace que muchos niños no empiecen hasta los seis y los siete años. «Se sabe que en Cáceres hacen falta 7.000 puestos de preescolar», afirma Juan Iglesias. Y, según datos estadísticos, en Badajoz necesitarían cerca de 5.000. Pero hay otras causas, como indica David de la Maya, de la Comisión de Servicios del ICE de Badajoz: «Desinterés y falta de motivación para el estudio, escaso interés familiar, desajustes motivados por el cambio de profesores y deficiente preparación de lenguaje en los primeros cursos de EGB.» «Sólo de EGB pasan a BUP la mitad de los que nos corresponden por población », dice Desiderio Guerra, de UGT.

Es el sistema educativo, demasiado distante del medio rural extremeño, el que hace del niño campesino un alumno de segunda, vivero de mano de obra barata para las regiones industrializadas. Y en medio de esta miseria cultural, el maestro aparece como único oráculo de sapiencia, sea ésta progresista o conservadora. Los maestros jóvenes se debaten entre el compromiso con el pueblo y la desilusión, y los más veteranos, casi caciques culturales, son muchas veces alcaldes o se presentan a concejales. Es significativo, sin embargo, el hecho de que muchos maestros vivan en las ciudades cercanas a sus pueblos en vez de convivir con. los vecinos. Y también es revelador que muchos ayuntamientos se desentiendan de las escuelas y no paguen la limpieza ni las reparaciones imprescindibles. Pero lo más terrible es que las concentraciones comarcales dejen a pequeños núcleos sin la sal y el liderazgo del maestro, como ocurre en la provincia de Cáceres. En breve, la población infantil, de las 41 alquerías de las Hurdes pasará a concentrarse en los pueblos más grandes: Caminomorisco, Nuñomoral y Pinofranqueado. Los pequeños pueblos seguirán viviendo de rodillas, a pesar de que Extremadura da 47.000 millones al Estado.

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