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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fracaso de la crítica de la religión, aquí y ahora

La historia, en su ritmo acelerado, nos está dando continuamente sorpresas de todo tipo, agradables o desagradables. Una de ellas es la que se describe en este libro, cuyo autor y cuya misma realidad constituyen también una inesperada sorpresa.En efecto: cuando parecía que la «secularización» de nuestra historia contemporánea avanzaba a marchas forzadas para no volver más hacia el camino, antaño trillado, de lo religioso, resulta que la experiencia religiosa se convierte en el centro de atención de una buena parte de la humanidad, sobre todo de la juventud. Lluis Duch es una promesa -hecha ya realidad madura- de la joven teología española, que a veces nos ha hablado en nuestra querida lengua catalana, y otras en en esa otra en que nos entendemos trescientos millones de seres de diversos continentes y que vaya usted a saber por qué llamamos «castellana». Esta vez Lluis Duch nos regala con una obra madura, profunda, extremadamente técnica, pero al mismo tiempo transida de emoción y de esperanza.

Lluis Duch: La experiencia religiosa

Ediciones DB. Barcelona, 1979. 128 páginas.

Duch empieza por constatar que, a pesar de la crítica de la religión, esta última no ha dejado de existir; .es decir, la herramienta crítica no ha destruido su objeto, lo cual equivale a decir que, de alguna manera, la crítica de la religión ha fracasado, aún mejor dicho, fracasa hoy y aquí. Y el joven teólogo catalán se pregunta: ¿no se deberá este fracaso a que lo religioso de las religiones históricas posee un enraizamiento en el ser humano que trasciende lo meramente histórico, porque es algo, en realidad, constituivo de la mismidad humana?

El autor no deja de reconocer totalmente que la religión -concretamente, el cristianismo- se encuentra actualmente pasando por una honda crisis. Pero esta crisis es total y no puede limitarse exclusivamente al ámbito religioso. En efecto: todos los sistemas (económicos, políticos, culturales, religiosos, morales, familiares, etcétera) se encuentran incapacitados para dar a sus miembros la significación de su propia tradición y el sentido que proponen en el presente y para el futuro, tanto desde un punto de vista- individual como colectivo.

Ahora bien, esta crisis globalizante se debe a que, si bien la expresividad humana comporta aspectos conceptuales, axiológicos y, estéticos, la sociedad moderna ha tendido a acentuar cada vez más los dos primeros aspectos en detrimento del tercero. Esto ha ocasionado, por un lado, la reducción del hombre y de su mundo un conjunto de ideas claras y distintas con la finalidad de actuar eficaz y técnicamente sobre la naturaleza y sobré el hombre (como objeto natural, dominio del hombre sobre el hombre, etcétera), y por el otro, ha provocado el empequeñecimiento del ámbito de libertad, que sólo puede ser mantenido en sus dimensiones reales mediante las expresiones estéticas. La consecuencia inmediata de todo ello ha sido la magnificación del poder como agente manipulador de todos los sectores sociales e individuales. La transmisión de la fe ha seguido un camino paralelo al de la sociedad, por la sencilla razón de que la religión nunca se encuentra al margen de las angustias y de los anhelos de cada momento histórico.

Autoridad "versus"poder

Partiendo de esta acertada consideración de la mutilación de la dimensión estética del hombre moderno y de la consiguiente inflación del «poder», Duch establece una relación conflictivamente dialéctica entre «autoridad» y «poder». «Autoridad» -del latín «augere», «aumentar»- implica «aumento de fuerzas, refuerzo»,con un -subrayado muy específico a la liberación total del hombre y de su entorno.«Poder» significa «imperio», «poder político». De aquí se sigue que posee autoridad quien crea, quien hace crecer las condiciones adecuadas para tenerla, lo cual significa que la autoridad no se basa en el orden de los medios, como, por ejemplo, la fuerza o la opresión para ser obedecido, sino, por el contrario, en la posibilidad de abrir nuevos horizontes a los que reconocen la autoridad de una determinada persona. En este sentido, la crítica del poder es un resultado eminente de la capacidad liberadora de la autoridad. Así, por ejemplo, el Maestro de Nazaret no estaba investido de poderes (religiosos, políticos, económicos, etcétera), pero poseía autoridad. Tanto su persona como su mensaje liberaba a sus seguidores del poder opresivo de la clase sacerdotal judía y de los abusos de la potencia dominante. En la historia del cristianismo -y lo mismo se podría decir de todas las religiones- se da una critica constante del poder a partir de la autoridad. Para comprender la evolución posterior del cristianismo, Duch ,nos recuerda que las religiones pueden tipificarse en «contestatarias» y «contestatarias»: las primeras suponen una sociedad que se afirma; las segundas, una que se interroga e incluso que se recusa. El cristianismo empezó siendo una religión contestataria, y a medida que fue pasando el tiempo se convirtió en contestataria, cuando pasó de la experiencia de Diosa sus expresiones doctrinales y éticas. Y es aquí donde surgió la figura sociológica del «hereje»: la punición del hereje será tanto mayor cuanto mayor sea la instalación de una y determinada religión histórica; o sea, la herejía tendrá mayores repercusiones en la vida social de, un grupo humano, concreto en la medida en que la razón de Iglesia y la razón de Estado sean más o menos coincidentes.

Así se comprende que cualquier Estado -aún cuando sus orígenes sean seculares o incluso antirreligiosos- procure hacer coincidir su propia razón con la de la Iglesia que más «autoridad» tenga entre sus súbditos.

Duch termina su estudio sobre la experiencia religiosa en el contexto de la cultura contemporánea afirmando que el poder ha sido la tentación fundamental para todas las religiones. «Quizá sería mejor decir que el poder es la posibilidad pecaminosa por excelencia del hombre. A menudo no hemos distinguido entre poder y poder religioso. La razón es que estamos firmemente convencidos de que la entidad diabólica que fundamenta ambas expresiones es la misma y, en consecuencia, el poder religioso (o el poder en la religión) toma las mismas formas y tiene las mismas consecuencias que el poder tout court

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