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CAFÉ PEREC
Columna
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Porque a veces la lectura consuela

Ruido con mayúscula es el modo más decoroso de nombrar al sórdido ruido, y ruido de las Redes en su versión más repugnante

El escritor Franz Kafka, en una fotografía tomada hacia 1905.
El escritor Franz Kafka, en una fotografía tomada hacia 1905.Getty Images
Enrique Vila-Matas

Alguien me pregunta por el fin del año Kafka. Es verdad, no había caído, ¿pero puede existir un fin de ese año? Si Messi era Maradona todos los días, Kafka viene siendo Kafka todos los años. La pregunta me ha dejado más perplejo que si me hubieran preguntado por la vida de las hormigas en domingo. No sé qué decir, consciente de que cuanto más se dice es no diciendo nada. Al final, no puedo contenerme y hablo del Ruido con mayúscula, que no sólo era una pesadilla para Kafka, lo fue también para muchos este fin de año. Y si no me extiendo más sobre el Ruido que me amargó la noche es porque no encuentro un adjetivo —atronador, satánico, ensordecedor, maléfico, brutal— que permita calificar con precisión la gresca soportada.

Del daño a los oídos y del esperpento de tanto grito, tanta gamba y cigala y tanto ruido de fin de año me consuelo —porque a veces la lectura consuela— al ver que ha habido obviamente multitud de molestias de fin de año mucho peores. La que cuenta, por ejemplo, André Gide en su diario del 31 de diciembre de 1924, cuando despierta de una anestesia con éter y cloroformo después de una inyección de escopolamina y morfina para poco más tarde sentir “cómo el Diablo ha vuelto a tomar posesión de mi cuerpo y, aunque no creo demasiado en él, lo nombro porque es la forma más cómoda de expresarse de forma decorosa”.

Lo mismo podríamos decir del Ruido con mayúscula, que es el modo más decoroso de nombrar al sórdido ruido, y ruido de las Redes en su versión más repugnante. Y lo mismo podría decirse de ese cansino mantra de “Las Redes dicen…” que tragamos a todas horas, como si estas sentaran cátedra.

En el fondo, el ruido o trompeta nacional ha sido el invitado más coherente para este fin del año Kafka. Es el mismo ruido que vi aparecer por primera vez en las páginas de su diario de febrero de 1915. Ahí se comenta con precisión su lucha por sentirse arropado por el silencio más absoluto y así poder concentrarse y escribir. Es un ruido que a Kafka le desbarata cualquier perspectiva de escritura ya en el mismo primer día de haber tomado una habitación en una casa de la Bilekgasse: “Primera noche. El vecino se pasa horas y horas charlando con mi patrona. Ambos hablan en voz baja, mi patrona de forma casi inaudible, lo que todavía es peor. Interrumpido quién sabe por cuanto tiempo. ¿Me aguarda esa misma calamidad, ridícula, absolutamente letal, en toda patrona que me alquile una pieza para escribir?”.

Para que después digan que en Kafka no hay humor. Que se lamente de lo inaudible que es su patrona al hablar con Ruido minúsculo, es un indicio de su risa a prueba de bomba y también de su afán de saber. Recuerdo que en Descripción de una lucha hay una voz que, entre exclamaciones, pide que le cuenten todo, pero Todo, del principio al fin, dice, porque menos no piensa escuchar.

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