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Columna
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Una factura kafkiana

No alcanzamos siquiera a divisar de dónde emana el poder ni quién lo dirige, pero en caso de divergencia el individuo nunca tiene razón

Una usuaria consulta el recibo de la electricidad.
Una usuaria consulta el recibo de la electricidad.VÍCTOR SAINZ

Al principio reaccioné igual que la afectada, una estudiante de 21 años cuyo nombre no ha trascendido. Como a ella, el asunto me hizo gracia y terminó por inquietarme. La historia se puede resumir de la siguiente manera. Con ocasión de un cambio de vivienda, una joven afincada en Hannover recibió de una conocida empresa energética una factura última por el gas, la electricidad y el agua consumidos. Se trataba de una cantidad moderada que ella abonó sin demora. Pero hete aquí que pasan los días y llega otra factura por el mismo concepto, esta vez por valor de cero euros. Ella se lo toma con humor. ¿Es posible una transferencia bancaria así? Le vuelven a enviar con intervalos regulares la susodicha factura, junto con la advertencia de que tiene un plazo para pagarla. Con el tiempo recibe amenazas de embargo y ella, claro, empieza a ponerse nerviosa. Llama a la compañía. La operaria, al teléfono, encuentra el problema divertido, pero tampoco puede ayudar. La chica expone el caso en X, donde el personal aprovecha para exhibir ingenio y soltar chanzas a granel.

Cien años después del fallecimiento de Kafka, no ha perdido vigencia eso que ha dado en llamarse kafkiano: la inexorable primacía del sistema sobre el individuo. Y, como en la literatura de Kafka, no alcanzamos siquiera a columbrar de dónde emana el poder ni quién lo dirige. En caso de divergencia, el individuo nunca tiene razón. El individuo no es nada, apenas un componente sin relevancia susceptible de ser castigado. Y ay de él como ose introducir la más leve distorsión en la dinámica general del sistema, por muy absurdo que este sea. Tan sólo cuando el asunto de la factura se hizo público y ocupó media página del periódico local, la empresa energética reconoció su “error técnico”, achacable a los ordenadores y no a ser humano ninguno, lo que aterra bastante. Luego hemos sabido que, además de la estudiante, hubo una decena de afectados.

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