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MUSICA

El concurso de dirección Héctor Villalobos en Río de Janeiro

Río de Janeiro, sus gentes, su paisaje, son como la música de Villalobos: la geografía triunfa sobre el hombre y, tal escribiera Erico Verissimo, «fascinan las palabras, los colores y las imágenes» victoriosas sobre las fórmulas y los números. Sucede, sin embargo, que la figura de Villalobos es mal conocida entre nosotros, lo que constituye grave pecado. Todos sabrán su nombre, conocerán un preludio -el más tañido- para guitarra, habrán soñado alguna vez con el barroco carioco de la quinta Bachiana Brasileira. ¿Qué más? Muy poco hecho repertorio. Aisladamente se toca la música de cámara, se programan las series pianísticas, se dio en un par de ocasiones algún concierto. Sin embargo, Héctor Villalobos, aquella ardiente humanidad, aquella febril imaginación creadora, fue uno de los más grandes compositores dados por Iberoamérica.Su recuerdo en Río de Janeiro, la ciudad natal de Villalobos, se mantiene vivo y activo, gracias en gran parte a los desvelos de Arminda de Villalobos, la viuda del maestro. Ella cuida con ejemplar devoción concursos y ediciones, museo y cursos monográficos. Junto a la señora de Villalobos, al gunos de los que fueren sus más fieles intérpretes: Souzo Lima, tantas veces llamado «principe de los pianistas brasileños»; Arnaldo Estrella, concertista y profesor de méritos revalidados mil veces; José Viera Brandao, «hijo espiritual e intérprete oficial» de Villalobos al decir del musicólogo Vasco Mariz, y, tantos más.

Cultivaba Villalobos y conservan sus ardientes exégetas un concepto nacionalista que poco tiene que ver con tópicos patrioteros. Villalobos era una «fuerza de la tierra», algo natural, fecundo y explosivo; creía que «la explotación del patriotismo en música es algo peligroso. En lugar de arte podemos encontrar propaganda».

Siguiendo la voz y los criterios del maestro -autor por cierto de unas Bodas de sangre desconocidas aquí se organiza cada año un, concurso dentro del festival consagrado a la música de Villalobos. Este año se trató del II Concurso Internacional de Dirección y la nota original viene dada por el hecho de estar obli-ados los participantes, a lo largo de todas las pruebas, a interpretar exclusivamente música de autores brasileños. La fecundidad de la competición es, de este modo, máxima, ya que no se reduce a una confrontación de valores personales, sino a una suerte de mostra de la mejor música de Brasil.

Naturalmente, Villalobos tiene parte protagonista, como protagonista es su figura y su obra en la historia musical del gran país, pero a su lado suenan partituras de Kriger y Nobre, de Camargo Guarneri y Tucuchian, de Santoro y Burle Marx, de Nazareth y Lorenzo Fernández, de Mignone y Lacerda, de Siqueira y Blauth.

Una cuarentena de directores se sometieron a las tres pruebas, para las que contaron con el concurso de la Orquesta del Teatro Municipal (uno de los más bellos de América) y la coral del mismo centro. Resultó ganador el luxemburgués Marcel Wengler, seguido por eljaponés Zen Obara y la israelí Delia Atlas. En cuarto puesto quedó el rumano españolizado Octav Calleya. .

Como es normal en toda competición; los juicios del amplio jurado, presidido por Arnaldo Estrella y formado por los brasileños Giancarlo Pareschi, Henrique Morelenbaum, Mario Tavares, Ricardo Duarte y Souza Lima, los norteamericanos André Kostelantez y Howard Mitchell, el francés Gerard Devos, el portugués Gunther Arglebe, el belga Jan Jakus y yo mismo, como representante de España, no fueron compartidos por todos, si bien quedó claro que los ganadores del Premio Villalobos, Premio Stokowsky y Premio Charles Münch, estaban, desde el principio, entre los favoritos.

Como partitura obligada, figuró una bellísima Sinfonietta, de Villalobos, escrita por. encargo de la Filarmónica Romana, que debería ser obra en el repertorio habitual de cualquier orquesta. En cuanto a Wengler, es un director de seria formación, en el dominio de la dirección como en el de la composición, gesto sobrio y eficaz y criterio riguroso. Tiene veintiséis años, lo que quiere decir que ante él se abre una muy interesante carrera. Cuarenta y cinco años cuenta la israelí Delia Atlas, formada en Haifa, Italia, Austria y Suiza. Posee, entre otros méritos, unas dotes nada comune s a la hora de abordar la música contemporánea. Zen Obara practica un gesto efectista y brillante con resultados a tenor de tales características. En suma, un concurso de interés y una ocasión de frecuentar el repertorio sinfónico brasileño.

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