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Entrevista:

El investigador británico termina una revisión de su obra sobre la muerte del poeta

Juan Cruz

lan Gibson, escritor británico, autor del mejor análisis de las circunstancias en que se produjo la muerte del poeta Federico García Lorca, acaba de terminar una completa revisión del texto en el que trató este apasionante tema. La experiencia historiográfica que le dio La muerte de Lorca (editada en español por Ruedo Ibérico y premiada internacionalmente en alguna ocasión), le ha permitido a lan Gibson en aprender la tarea de escribir la biografía de Federico GarcíaLorca, para la que recopila datos en la actualidad. El trabajo de Gibson no se centra, por otra parte, en este único y capital personaje de la literatura universal. Con anterioridad, en Inglaterra, el autor de La muerte de Lorca publicó un documentado estudio sobre lo que los franceses llaman el vicio inglés: el sadontasoquismo, que tiene sus raíces en la misma vida escolar. Sobre su dedicación a la biografía de Lorca y sobre este otro texto, aún no traducido al castellano, lan Gibson habló para EL PAIS.

EL PAIS. ¿Qué datos aporta la nueva versión de La muerte de Lorca?

IAN GIBSON. Esta versión más completa de mi investigación sobre la represión nacionalista en Granada y la muerte de Lorca saldrá el año que viene en Estados Unidos e Inglaterra y, por supuesto, también en España. Entre otras cosas, contiene un nuevo estudio sobre la cuestión de la apoliticidad de Lorca, que creo tiene interés. Yo nunca había creído en la apoliticidad del poeta y he encontrado en la prensa de la República, y especialmente en la del Frente Popular, muchos textos que dan fe de su compromiso político. Aunque Federico no pertenecía a ningún partido político, no cabe la menor duda de que era hombre de izquierdas y de que era tenido como tal por las derechas.

Un personaje de la literatura erótica

P. En El vicio inglés, libro que publicó recientemente en Gran Bretaña, usted habla de un personaje fascinante de la literatura erótica: Henry Spencer Ashbee, sobre el que ahora termina una investigación. ¿Puede adelantarnos sus conclusiones?

R. Henry Spencer Aslibee era un victoriano fenomenal, conocido principalmente como el autor de una extraordinaria bibliografía de libros eróticos que se publicó privadamente a finales del siglo. Ashbee era también hispanista (publicó varios trabajos sobre Cervantes), viajero, hombre de negocios y bon viveur como pocos. Yo tuve la suerte de localizar a sus descendientes y éstos me prestaron sus diarios, que tienen un gran caudal de información sobre su vida y la de sus amigos, muchos de ellos célebres, como Richard Burton y lord Houghton. Yo creo que -y este podría ser un hallazgo de importancia- Ashbee escribió My secret Life (Mi vida secreta), el libro erótico más famoso del siglo, cuya traducción española, en la que se conserva el anonimato, acaba de ser publicada. Los eruditos han mantenido siempre que este libro, escrito en forma de autobiografía, es verídico, es decir histórico. Yo creo que no, que es una obra de fantasía, de imaginación. Si esto lo puedo demostrar, caerán muchas cabezas.

P. Usted emprende ahora su trabajo sobre la biografía de García Lorca, que le llevará tres o cuatro años de trabajo. ¿Cómo un investigador que se dedica a estudiar la vida y la obra de un poeta como este es capaz de hallar espacio para analizar la vida erótica de Gran Bretaña?

R. En 1971 salió la edición en lengua española de mi libro sobre la muerte de García Lorca, editada por Ruedo Ibérico en París, y en 1972 se editaron las ediciones británica y neoyorquina. A partir de entonces yo consideraba terminada mi «etapa lorquista». Estaba cansado del tema y quería hacer cosas nuevas. Habíamos pasado un año y medio en Granada y aquello me había deprimido bastante, indagando sobre la represión y hablando con muchísima gente abrumada por aquella tragedia. En fin, estaba obsesionado por lo que había pasado con Lorca y con Granada y necesitaba ir por otros caminos.

Fue entonces, allá por 1973, cuando empecé la larga investigación que ha desembocado en la publicación, el pasado mes de abril, de mi libro El vicio inglés. La idea me había ocurrido en Granada, precisamente una tarde: cuando subía a la ermita de San Miguel el Alto, detrás del Albaicín. En Granada conocía a un judío norteamericano, hispanista y conversador estupendo, Sanford, Shepard -por cierto, un libro suyo, sobre El Pinciano, está publicado por Gredos-, que sabía bastante de Swinburne, el gran poeta maldito inglés. Me prestó un ejemplar de un libro de Ssviriburne poco conocido, Les bía Brandon, esbozo de una no vela, donde aflora el tema sado masoquista que analizo en mi li bro, y me contó muchas cosas más que yo iba relacionando con otras lecturas. Especialmente con el brillante libro de Mario Praz, La carne, la morte y el diavolo nella letteratura romantica, que tiene un famoso apéndice sobre le vice anglais, es decir, sobre el sado masoquismo británico y, por más señas, la flagelación sexual, especialidad, según los franceses, de los pérfidos habitantes de Albión. Supongo que existe una traducción al español de este libro fundamental. Pues bien, la idea de hacer un estudio del vicio este cuajó aquella tarde en Granada, pero su realización tuvo que esperar bastantes años. En 1975, ya avanzada mi investigación, decidí abandonar mi carrera universitaria -era profesor de literatura española en el Birkbeck College de la Universidad de Londres- e irme a Francia a escribir. Digo decidí, pero siempre contaba con el apoyo de mi esposa. Vendimos la casa que teníamos en las afueras de Londres y nos largamos, sencillamente. En Francia, entre 1975 y 1977, terminé el libro. Entre tanto había muerto Franco, las imágenes transmitidas por la televisión francesa alegrando -la vista y el oído, y empecé a pensar que me gustaría volver a España.

Razones morales

P. ¿Cuáles son las razones sociológicas, culturales, éticas, morales o culturales que mantienen en el Reino Unido lo que los franceses llaman le vice anglais?

R. A ver si puntualizo: En el Reino Unido, a diferencia de casi todos los países de Europa, excepción hecha del mío, la triste República de Irlanda, se siguen infligiendo castigos corporales a los escolares. Parece increíble, pero es así. Nunca se ha promulgado una ley prohibiendo tales tratamientos, a pesar de las decenas de debates habidos en el Parlamento sobre el tema. Estos castigos se aplican o a las manos o a las nalgas, y en mi libro me refiero, claro está, a estos últimos, pues, como todo el mundo sabe, aparte de los británicos, hay una bien establecida conexión entre la excitación sexual y la flagelación aplicada a los glúteos. Pues bien, paralelamente con la práctica de estos castigos en las escuelas.del Reino Unido, existe una masiva explotación pornográfica del tema de la flagelación sexual. No hay escaparate de sex shop británico que no ostente ante el paseante varios ejemplares del género -revistas, libros, instrumentos a veces- y es absolutamente claro que la demanda para esta clase de materiales es enorme, lo cual, desde luego, no es el caso en Francia, Italia o España, aunque sí en Alemania, donde solamente se abolieron hace poco tiempo los castigos corporales en las escuelas.

No hubiera escrito el libro si no fuera por el daño que el sistema inflige a muchos niños. Me parece una enormidad que se pueda continuar con estas prácticas, máxime en vista de que desde el siglo XVI hasta ahora se ha reconocido el nexo entre la impotencla y la flagelación. Es decir -y esto lo constató el mismo Freud a principios de nuestro siglo- que los niños cuya sexualidad ha sido excitada por haber presenciado o experimentado este tipo de castigo vergonzante pueden muy bien no liberarse nunca del fantasma y no poder funcionar sexualmente sin recurrir a él o bien en la imaginación o en la realidad. Lo cual supone un terrible fracaso sexual y vivencial para el individuo y una vergüenza para la sociedad que permite tales abusos.

Las prácticas de las escenas públicas

¿Por qué han continuado los ingleses con una práctica considerada nociva no sólo por médicos tanto británicos como extranjeros, sino por el mismo Consejo de Europa, que hace pocos meses condenó a las autoridades jurídicas de la isla de Man -que disfruta de cierta autonomía parlamentaria de Inglaterra- por seguir utilizando el látigo en castigo de crímenes de violencia y sexuales? La respuesta que propongo en mi libro, y que no es nueva, es la siguiente: como todos saben, la clase dirigente inglesa procede en su casi totalidad de las famosas escuelas públicas, las cuales son, a pesar de su nombre, archiprivadas. Estas escuelas, las más famosas y antiguas de las cuales son Eton, Winchester, Harrow, Charterhouse, Westminster, St. Paul's, Rugby y Slirewsbury, se especializaban hasta hace muy poco -y algunas siguen especializándose- en los castigos corporales tipo disciplina inferior, como los llamaba la Iglesia. Y como castigaban así en estas escuelas, tan admiradas por los ingleses, todas las demás escuelas las imitaban. La licencia venía de arriba y no había nada que hacer. Las escuelas públicas eran dirigidas -digo eran, porque las cosas han cambiado- por eclesiásticos de la Iglesia anglicana, señores que se consideraban representantes de un dios flagelante (el Viejo Testamento está lleno de recomendaciones en este sentido). Claro que los pedagogos se daban cuenta de la excitación que producían tales fustigaciones, que a menudo se infligían en público, pero este no era un problema, puesto que en Inglaterra no se hablaba de tales cosas. Si debajo del sayal había algo, pues no importaba, con tal de que nadie lo viera. Y así, década tras década y hasta hoy, la hipocresía británica ha venido negando la verdadera significación de estas prácticas. Sé que todo lo que voy diciendo puede parecer ridículo y exagerado, pero es la verdad. No abolen los castigos corporales porque nadie se atreve a decir en público, con poquísimas excepciones, lo que realmente significan.

Reacción británica

P. ¿Ha habido una reacción británica a este libro? ¿Cómo responde el puritanismo a un análisis que pone en cuestión precisamente la pureza de las costumbres de esa tierra?

R. La reacción de los críticos que han reseñado el libro ha sido buena. Pero varios periódicos y revistas importantes se han negado a reseñarlo por considerarlo pornográfico. Ya ves, tratas seriamente de analizar cierto aspecto pornográfico de la sociedad británica y luego te tachan de pornógrafo. Es una reacción de gente castrada y emocionalmente subdesarrollada. Me dijo el otro día Lindsay Kemp, el de Flowers, a quien acabo de conocer: « Los ingleses, hombre, ni te tocan con los ojos.» Hablaba, claro, de la clase dirigente británica y no del pueblo, que es otra cosa. Hay todavía una gran hipocresía, y en lo que concierne al tema de mi libro prefieren negar su existencia, no tocarlo «ni con los ojos». Poco tiempo antes de que saliera el libro me encontré en una comida de la City sentado al lado del hijo de Alec Douglas Home, en su tiempo primer ministro conservador. Al enterarse del contenido del libro, este tipo, por más señas producto de Eton (establecimiento que desempeña un papel importante en el «vicio inglés»), me dice: «¿Por qué no has hecho algo más importante para el país?» La frase la habría podido pronunciar cualquier miembro de la clase dirigente. Otro indicio del mismo fenómeno es que ninguna casa seria de libros de bolsillo quiere comprometerse a publicar el libro (la primera edición fue de tapas duras, claro, como ocurre casi siempre en Inglaterra), lo cual no es el caso en Estados Unidos, donde saldrá pronto el libro.

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