Correcta y sin sorpresas
Entre La Profecía (The Omen) y La maldición de Damien (Omen II) han transcurrido dos años. Richard Donner dejaba, en el último e inquietante plano de su película, abierta la posibilidad de una continuación. La mirada del niño anti-Cristo, Damien Thorn, clavada en los espectadores, era una invitación a la continuidad del miedo en el espectador fuera del tiempo de la película y una puerta a sucesivas rentabilizaciones de una misma idea. Algo semejante supone la huida de Lord Darth Vader al final de La guerra de las galaxias.Richard Donner parece destinado a la realización de cabezas de serie, como prueba el que recientemente haya rodado el último superespectáculo de los hermanos Salkind: Superman. Por ello, el realizador de esta segunda parte de La Profecía ha sido el aspirante a artesano Don Taylor.
La maldición de Damien (Damien-Omen II)
Director: Don Taylor. Guión: Stanley Manny Michael Hodges. Fotografía: Bill Butler. Música: Jerry Goldsmith. Intérpretes: William Holden, Lee Grant, Jonathan Scott-Taylor, Nicholas Pryor, Lew Ayres y Sylvia Sidney. Norteamericana, 1978. Locales de estreno: Paz y Richmond.
Un filme más acabado
Las diferencias entre una y otra película son bastantes. La maldición de Damien es un filme mejor acabado que su predecesor, su desarrollo es más coherente, más verosímil, y su guión más estructurado. Sin embargo, carece del nervio de la anterior. Su coherencia va en detrimento de su efectividad y fin último: asustar a cualquier precio. El precepto hitchcockiano de hacer verosímil lo increíble no debe jamás ir en detrimento de la intriga, del espectáculo. Las lagunas del guión de La Profecía, su irregularidad, no impedían una serie de brillantes golpes de efecto y algunos hallazgos interesantes dentro del género. La corrección general de La maldición de Damien acaba por hacer de la película un producto aséptico, eliminándose así la necesaria dosis de espectáculo.Don Taylor narra las peripecias de Damien Thorn, siete años después de los hechos narrados en el filme de Donner, como si se tratase de la más vulgar de las biografías, lo que no es el caso. Otro elemento que resta interés al filme de Taylor es su protagonista. Jonathan Scott-Taylor carece de la inquietante presencia de Bilie Withelaw, el niño que encarnaba a Damien en La Profecía. Sólo el músico, Jerry Goldsmith, parece haberse tomado en serio su trabajo creando una partitura que acompaña más a lo que el filme debería haber sido que a lo que en realidad es. El final de la película vuelve a ser abierto, tenemos anti-Cristo para rato.
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