La democracia en juego
Al final de mi anterior artículo sobre el terrorismo en el País Vasco dije que si las cosas continúan como hasta alí ora no hará falta que se produzcan acontecimientos aún más graves que los que vienen ya produciéndose para que la situación se agrave por sí sola alarmantemente en virtud del mero hecho de que no dejan de suceder las mismas cosas a las que, por desgracia, estamos ya acostumbrados. E invité a hacer un esfuerzo de imaginación para figurarnos lo que esa situación amenaza llegar a ser si el problema del terrorismo en Vasconia continúa sin resolverse.En su informe dado a conocer el 2 de noviembre y dirigido a las distintas armas del Ejército español, el vicepresidente del Gobiemo, general Gutiérrez Mellado, ha señalado certeramente las dos direcciones por las que se nos están echando encima unos peligros aterradores. Por un lado, el fascismo vasquista, lanzado a una delirante y sanguinaria provocación encaminada a impedir el asentamiento y la consolidación de la naciente democracia española y, en su seno, de una democracia vasca autónoma que, una vez estabílizada, relegaría a los más remotos limbos de la utopía los sueños que el terrorismo mitómano quiere convertir en realidad por medio dé asesinatos, atracos y voladuras. Por otro lado, el fascismo españolista, agarrado, como a clavo ardiendo, al pretexto que le brinda ETA en bandeja para incitar a las fuerzas armadas a que se subleven contra la democracia, ahoguen en un baño de sangre el terrorismo etarra (y, de paso, y a poder ser los demás movimientos nacionalistas vascos, amén de algún catalán que otro, sin olvidar las diferentes sectas comunistas, el anarquismo y otras minucias), den el cerrojazo a las Cortes, disuelvan los partidos políticos, sometan al Rey a tutela... y, naturalmente, como los coroneles no están hechos para gobernar y carecen de programa de gobierno, pongan la gobernación del país en manos del vociferante cabecilla de Fuerza Nueva y quizá de los espectrales líderes de la FET o, cuando menos, de los equipos que encabezan Sílva Muñoz y Fernández de la Mora (que, a lo mejor, resulta que no lo hacen tan mal, pues preparación no les falta), los cuales toman ya posiciones hábilmente.
"Salvar la Patria"
Ignoro si el predicamento que goza el general Gutiérrez Mellado entre sus compañeros de armas es grande, pequeño o mediano, pues circulan rumores para todos los gustos, y sabe Dios cuáles son los que están mejor fundados. Pero a la vista de la situación creada por el terrorismo en el País Vasco, me parece evidente que el vicepresidente del Gobierno ha formulado un diagnóstico certero y que si en el Ejército no se le hace caso será como consecuencia de un apasionamiento y de una ceguera que pueden costarnos carísimos a los españoles, empezando por los propios ciegos y apasionados.
Prestar oídos a los cantos de sirena que, desde la extrema derecha, invitan al Ejército a «salvar la patria» matando la democracia española en el momento de su llegada al mundo, es algo que pondrá contentísimos a quienes, tras de haber monopolizado el Poder, durante ocho lustros, estiman inadmisible el verse privados de él y piensan que la broma pesada que hace tres años lesjugó la historia ha durado ya demasiado. Pero, además (y esto es importante), es algo que hará exhalar un suspiro de alivio a un número cada día mayor de ciudadanos pacíficos y laboriosos, hartos de que el Estado se desintegre mientras la sociedad se descompone y el costo de la vida sube sin cesar.
Por eso hay que decirle! a esos españoles ansiosos de tranquilidad, de orden y de precios esta bles que después del alivio vendrá un nuevo desengaño. Que no tardarán en comprobar -aunque les costará mucho proclamarlo, pues no se lo permitirán- que los economistas de la extrema derecha no llevan en sus sombreros de copa recetas mági cas más eficaces que las que lle van en los suyos los demás (pues la crisis económica española es un aspecto local de una crisis mucho más vasta que afecta a todo el mundo industrializado), ni en cerciorarse de que si unos días de terror bastan para meter en cintura a los sindicatos y acabar con las huelgas, la agitación social no tarda en retoñar de nuevo, con la agravante de adquirir, ya de en trada, carácter subversivo; ni en darse cuenta de que el precio de las indudables ventajas que aportará el orden puramente externo y material será la supresión de las libertades públicas, el amordazamiento de la crítica, la incensación de los gobernantes, un nuevo intento de intoxicación doctrinal a base de los tópicos más desacreditados, el monopolio de las posiciones dominantes por los grupos ideológicos y económicos que durante tanto tiempo las han monopolizado... y que no renunciarán a ellas, aunque el orden se perturbe de nuevo, como en los últimos años de Franco.
Cuando descubran todo eso los ciudadanos que quizá aclamasen hoy a los «salvadores de la patria» se desilusionarán y, uno tras otro, retirarán su confianza al régimen impuesto por las armas, si es que no han quedado desilusionados y apesadumbrados desde su instauración misma al comprobar, horrorizados, que ésta ha costado, de entrada, varios millares de muertes, amén de las consabidas «desapariciones» y de unas cuantas decenas de miles de encarcelamientos y exilios, y si es que no los entristece y preocupa el pensar que la sangre y los sufrimientos de las víctimas así causadas forzosamente han de servir de abono a futuras rebeliones que ya no serían sólo la de ETA, sino la de otros sectores del nacionalismo vasco, del catalán, de los movimientos izquierdistas y hasta de demócratas más liberales o más conservadores, pero no menos fervientes, pues las conductas se habrán radicalizado entre quienes hayan creído descubrir que sólo la violencia es políticamente rentable. ¿Querrá cargar el Ejército con las consecuencias de esa enorme y general desilusión?
Pero supongamos que los militares no pican en el anzuelo que se les tiende. ¿Cómo,resolver democráticamente el problema del terrorismo? Pues si seguimos como hasta ahora, el problema no se resolverá. Y si el problema no se resuelve, parece imposible que los militares no acaben picando en aquel anzuelo.
¿Medidas policiales? Por supuesto. Pero sin olvidar que éstas no son eficaces a largo plazo, ni siquiera a plazo medio, más que como apoyatura material, como cobertura de unas medidas sustantivas de carácter político. Y que estas últimas, para dar el resultado debido, no pueden ser obra solamente del Gobierno, sino fruto de un acuerdo general entre los demócratas que están hoy en el Poder y pueden estar manana en la Oposición y los demócratas que hoy están en la Oposición y pueden estar mañana en el Poder (al nivel de España entera, o al de las comunidades autónomas). Pues el problema del terrorismo vasco es demasiado grave y demasiado urgente para que los partidos puedan tener la frivolidad de tratarlo como una manzana cualquiera de discordia en los normales enfrentamientos del juego político; es decir, para que los demócratas hagan de él una cuestión de partido, en vez de tomarlo como lo que es: cuestión de vida o muerte para nuestra democracia, y no sólo para ella. Si la crítica situación económica puede justificar la celebración de pactos, la situación del orden público -todavía peor y que, además, agrava la crisis económica- justifica de sobra la formación de un frente unido que comprenda todas las fuerzas democráticas de España, y en especial las del País Vasco, que es el más directamente afectado.
Ese frente, basado en un acuerdo bien meditado y que debe ser cumplido sin desfallecimiento por todos los pactantes, debe constituirse pronto (el tiempo trabaja contra la democracia) y debe tener credibilidad ante el país (un tanto escarmentado de los pactos entre los partidos). Si no la tiene, no servirá para nada. Y si no lo constituyen los partidos, tampoco, pues los partidos son instrumentos imprescindibles de la política en una sociedad democrática. El acuerdo deberá comprender un catálogo de medidas y un calendario detallado para la adopción y la aplicación de éstas. Y habrá de cumplirse con rigor para dejar bien claro que, al menos cuando el terroris mo asedia, los partidos no siguen zancadilleándose, peloteándose las culpas, rehuyendo responsa bilidades y pretendiendo cobrar dividendos electorales a costa del prestigio ajeno. Cuando está en juego el principio mismo de la democracia -y esta vez lo está- todos los demócratas son solidarios, y el desprestigio de algunos de ellos, en vez de beneficiar a los demás, recae sobre éstos. Si, por ejemplo, un retroceso del PNV es un avance del fascismo vasquista de ETA, o si un tropezón de la UCD aprovecha al fascismo españolista del notario Piñar y consortes, ¿qué demócrata auténtico será capaz de felicitarse de ellos? El frente unido para de fender la democracia no puede permitirse el lujo de tener fallos de ese tipo.
Sé muy bien que es más fácil pedir cosas tales que ponerlas en práctica. Pero quienes -a costa de sabe Dios qué esfuerzos- hayan de hacerlas piensen que, si no las hacen ahora, es probable que dentro de no muchos meses no tengan ya, en unos cuantos años, nada que hacer.
El anterior artículo se publicó el pasado día 25.
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