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Tribuna:Serrano Súñer responde a Antonio Marquina /2
Tribuna
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Ribbentrop acusó a un ministro español de estar al servicio de los ingleses

Para evitar mayor confusión en relación con los temas tratados en los artículos que analizo, convendría distinguir tres momentos: primero, mi viaje a Berlín en septiembre de 1940; segundo, el encuentro de Franco con Hitler en Hendaya -del que ya me he ocupado en el número anterior de este diario-, y el tercero, mi entrevista con Hitler en el Berghof.Las cosas empezaron así: el coronel Beigbeder, ministro de Asuntos Exteriores en aquel tiempo, hombre de una personalidad singular, con buena cultura «parcial», y con «su inteligencia», era muy inestable, por emplear una palabra hoy tan en uso. Tomó parte en la organización del alzamiento en Marruecos -devoto fervoroso de Franco al principio, y conspirador contra él más tarde-, fue primero falangista exaItado y germanófilo para rendirse muy pronto, pese a su honradez, a ciertos encantos de la embajada inglesa, que empezó así a conocer con demasiada familiaridad y rapidez los documentos, las noticias, los informes cifrados que llegaban a nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores. Alguien, creo que un coronel que luego fue ministro, informó al Generalísimo del malestar que ello producía en la misión militar alemana y en otros elementos de la embajada, y fue este el motivo por el que Franco, disgustado, preocupado por el mal humor de los nazis, en las horas más altas del poderío de éstos, decidió enviarme a Berlín -en razón de mi notoria germanofilia- para clarificar la situación y hacer saber, una vez más, al Gobierno alemán y a Hitler nuestros sentimientos de leal amistad y propósitos de colaboración; todo ello en la línea y en el tono que claramente resulta de las cartas que él me enviaba en avión, y en mano del teniente coronel Tomás García Figueras, ilustres africanista.

Al llegar a Berlín encontré, efectivamente, en mi primera conversación con Ribbentrop, un ambiente de recelo y desconfianza y así, al hablarle de apreciaciones nuestras sobre la situación de Inglaterra, me interrumpió con intemperancia diciendo que algún ministro español estaba al servicio, o poco menos, de la embajada británica en Madrid, a lo que yo hube de replicar que los ministros podíamos estar acertados o equivocados en nuestras actuaciones, pero que ninguno creía servir otro interés que el de España. No insistió sobre el caso Beigbeder, al que sin duda se refería, pero en seguida, ante otra rectificación mía, dijo irónicamente que nuestra fuente de información sobre las cosas inglesas,era la que Sir Robert Vansittart, alto jefe del Foreign Office, proporcionaba a nuestro embajador en Londres.

Ante tan delicada situación, yo, en mis conversaciones con Hitler y con el ministro Ribbentrop, cumplí el encargo de Franco -en términos que merecieron su elogio- de hacer protesta de nuestra verdadera amistad, de nuestra solidaridad, de nuestro deseo de una colaboración activa -por el momento imposible- tan pronto como se resolvieran satisfactoriamente los problemas del suministro de víveres, materias primas y armamento para la adecuada preparación del Ejército, entrando en cifras y detalles, preparados ya en Madrid, y siempre, que se garantizara a España la reivindicación de los territorios africanos, a los que más tarde hizo Franco referencia en Hendaya. Y no obtuve, ciertamente, sobre este punto, como señalan los artículos de referencia, declaración satisfactoria. Nada concreto. Nada efectivo.

Escena delirante

Pude apreciar, en las muchas conversaciones que allí celebré, el gran interés que Hitler y el Gobierno tenían por los territorios de Africa, aunque no estuvieran en la zona de influencia que Alemania proyectaba reservarse. No olvidaré nunca la escena delirante (muchas veces me la ha recordado con humor Antonio Tovar) que nos ofreció Ribbentrop señalando con un puntero, sobre un mapa colgado en la pared, una enorme extensión que abarcaba desde el paralelo del lago Tchad hasta Angola y Mozambique, cogiendo Camerún, el Africa Eucatorial francesa, el Congo francés y el belga, también Guinea y los territorios de Kenia y Tanganica. Todo aquello era la zona de intereses alemanes, el impeno que soñaban en el corazón de Africa, para el pueblo alemán. Y aún otro día, en reunión un poco ocasional -imprevista-, estando yo con Ribbentrop, con el subsecretario Weizseker y el bilingile Gross, me manifestó que también querían algunos enclaves en la zona de las pretendidas reivindicaciones españolas, tales como Mogador y Agadir, para establecer allí bases militares; y al referirse, de añadidura, a la necesidad de establecer otra base para sus aviones en Canarias, fue cuando yo, puesto en pie, le dije que interrumpía toda conversación y me marchaba a España, creándose así una gran tensión que fue resuelta por la cortesía, frecuente en los marinos, del citado subsecretario Weizseker.

¿Fracaso?

Se dice en los artículos de referencia que el viaje fue un fracaso. Veamos: ¿Fracaso por no haber conseguido satisfacción a nuestras reivindicaciones territoriales? Desde luego. ¿Fracaso por no haber concertado la entrada en la guerra? También. Dos fracasos que, con el definitivo de Hendaya, la participación armada en él conflicto no tuvo lugar.

¡Menguado triunfo hubiera sido aquel que nos condujera a la guerra por la concesión de unos territorios que, al fin, tal como se desenlazó el drama del mundo y son hoy sus ideas dominantes, habriamos perdido sin remedio por considerar ilegítimo el título de su adquisición!

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