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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Bartolí

Hay gente, a la cual pertenezco, que es del exilio como se es de un país. Bartolí es un nombre que apareció «pisando fuerte» en el exilio español de México. Aquel libro, Campos de concentración, con dibujos de Bartolí y textos de Molins i Fábrega, aquel libro que he tenido dos veces y dos veces me han robado, era una ilustración en tinta viva de una de las pesadillas de la historia: final de los años treinta, la diáspora republicana, las desoladas playas francesas cercadas de alambre de púas, una pululación de hombres vencidos y de piojos victoriosos, los miserables comienzos de la España peregrina, los spahis vigilando los barracones, la gendarmería husmeando en París, en Burdeos, en Bayona, a los «spagnols de merde», a los rojos, a los extranjeros sin papeles y, ya desde un fondo de futuro cada vez más cercano, la otra guerra que avanzaba, la segunda guerra mundial. Bartolí había dibujado todo eso con una rabia muy lúcida, con el corazón afiebrado y la mano precisa.Bartolí pisaba fuerte. Bartolí vivía el exilio mexicano con un paso enérgico, con un vozarrón carpetovetónico estriado de catalanismos, iah, pudrit!, calibraba a ojo de buen cubero las ancas de las buenas mozas al paso, cruzaba como un viento cortante por las tertulias de refugiados, zanjaba las discusiones políticas y, sobre todo, las nostalgias de terruño con alguna palabrota definitiva, definitoria, bien plantado en su mediana estatura de hombre hecho de nervios robustos y bien templados. Una especie de bárbaro que hilaba fino, que mantenía en fuego su pasión antifranquista.

Bartolí

Galeria Skira. José Ortega y Gasset, 23

Cuando empezó a pintar sucedió lo que era de preverse y lo que Bartolí aceptó con un sarcástico encogimiento de hombros: la gente decía que los cuadros estaban bien, sí, algunos hasta muy bien, pero que, ah, el fuerte de Bartolí era el dibujo. Bartolí se veía encarcelado en su línea de dibujante.

Lo cierto ahora es que Bartolí expone en Madrid una serie de montajes pictóricos de sus dibujos. Dibujos que se ensamblan unos en otros, que se contaminan entre ellos, que dialogan y se contradicen en el mismo cuadro o el mismo tablero: una comedia humana irrisoria y dramática, un retablo de rostros y figuras y pelos y señales que planta rostros patéticos y esperpénticos en la superficie del lienzo (¿o es el papel?) o del papel (¿o es del lienzo?). Cultura de diccionario ha llamado Bartolí a este show aquietado en pasmo que es su exposición. Cultura de diccionario o catálogo de los clichés, los eslóganes, los percutientes leit motif que, en España o en San Francisco o en México o en Tokio, nos cercan y nos violan y nos atropellan y nos vencen y hasta -el colmo- nos convencen. Mundo de la sociedad de consumo, de los mass media, del folklore mercenario, del motel y el crimen y la putería. Ni más ni menos, como Valdés Leal le puso de lema a la carroña de cualquier grande de este mundo. Males nacionales y de todo el ancho mundo: el dólar y las represiones y el machismo y la chulapería y el racismo y otras infecciones e inquisiciones de aquí y de ahora.

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