Efectismo y truculencia baratos
Una de las historias más tristes que conozco es la historia del cine español. Un cine sin historia y sin clásicos, en el que hacer algo significa partir de cero, es siempre un terreno propicio para el florecimiento de dioses de cartón, mitos, peregrinos y miserables justificaciones. Uno de los personajes más siniestros del cine español es el técnico o artesano. Pero ¿acaso puede existir el artesano donde jamás hubo arte? Una industria cinematográfica sólida como es la americana ha producido cientos de narradores-técnicos, hombres de oficio que han llegado a pasar por autores y algunos hasta por genios.Las películas de Jorge Grau parecen no convencer a casi nadie, sin embargo, pocos ponen en cuestión su presunta buena factura. Y es que Grau no es en absoluto un director inocente. Tras su puesta en escena existe una reflexión que le hace incurrir en los más atroces excesos. La cámara de Grau es tan inquieta como irritante, entregada a un eterno y gratuito ballet cuya indescifrabIlidad provoca el respeto de algún crítico indeciso. La habilidad de Grau estriba en haber comercializado provechosamente el mismo lenguaje confuso y ambiguo que motivó todos los fracasos de su pretenciosa y pedante primera época.
Cartas de amor de una monja
Director: Jorge Grau. Guión: Gemma Arquer y Jorge Grau. Fotografía: Fernando Arribas. Música: Antonio Pérez Olea. Intérpretes: Analía Gadé, Alfredo Alcón, Teresa Gimpera, Fernando Sánchez Polack y Lina Romay. Española, 1978. Local de estreno: Palacio de la Prensa.
En Cartas de amor de una monja, combinando el ñoño efectismo de un Lelouch de segunda y la truculencia sangrienta de trabajos anteriores, Grau nos cuenta la evolución (?) de una monja española del siglo XVII en sus ideas respecto al más comercial de los diez mandamientos: el sexto. La profunda impresión que causa en ella el ver cómo su hermana se lanza desesperadamente -y en público- al sexo de su marido muerto, en un inútil intento de revivirlo, es el motor de una reflexión apresurada, radical, anacrónica, falsa y, para colmo, edificante. Planteado como un filme epistolar, las cartas que van comentando y explicitando groseramente las nacientes aficiones de la reverenda madre Mariana de la Cruz son quemadas al final del filme en un intento de hacer partícipe al espectador de un secreto que invalida y hace absurda toda la estructura de la película. Se diría que Grau, aun basándose libremente en las «Cartas de una monja portuguesa», ha tomado como lejano modelo el magnífico filme de Rivette sobre La religiosa de Diderot, para sólo conservar los aspectos vendibles del tema -sexo prohibido, lesbianismo, violencia, Inquisición...
Babelia
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