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XXVI Festival de Cine de San Sebastián

Ante un nuevo festival

ENVIADO ESPECIAL, Con tiempo incierto, como el futuro del cine actual, se ha inaugurado este XXVI Festival Internacional de San Sebastián que incluye mayor número de filmes españoles que ningún otro de los anteriores. El tiempo dirá si tal abundancia se debe a un verdadero renacer o simplemente a la necesidad de programar las fechas habituales en un momento de crisis para la industria en sí y para los festivales. El caso es que los filmes se repiten en uno y otro que los buenos no abundan y, sin embargo, los certámenes luchan por sobrevivir de alguna manera sin que ninguna ciudad se resigne a prescindir del suyo.Se dirá que hoy en España cuando todos los filmes llegan ya, desde los más exquisitos a los más mediocres, es inútil mantener tal tipo de exhibiciones, pero el caso es que nadie quiere renunciar a ellas aunque ya no tengan su carácter primitivo de feria de compra y venta de filmes o de semana cultural, tal como se plantean en el momento actual la mayoría.

Este recién iniciado, sin palabras en el escenario, pero con trajes regionales, sin estrellas, pero con la asistencia de algún diputado, incluye historias de realizadores españoles jóvenes cuyo éxito o fracaso en lo artístico o comercial también se presta a diversas consideraciones. El cine, como el teatro o la novela, al menos cierto tipo de cine, va muy por delante del gran público. Ciertas películas se realizan sobre todo para amistosas minorías que las entienden y aplauden. Mas lo que está al alcance del libro o una representación modesta no sirve para mantener una industria cuyo coste por filme viene a ponerse hoy entre los veinte y los treinta millones. Por ello resultará interesante comprobar si al cine de calidad se añade en esta larga semana un cine cara al gran público español, dispuesto a aceptarlo cuando a veces se acierta.

Mientras tanto el festival ha comenzado con un Peckinpah ya vapuleado por la crítica francesa. Por supuesto que este Convoy no es una de sus obras mejores, entre otras razones, porque evidencia muy claramente una serie de concesiones comerciales de las que es consciente el autor, tal como apunta en el final, que viene a ser un gesto cómplice dirigido a sus admiradores.

Se trata de la historia de un desafío entre camioneros y policías de tráfico, mas, sobre todo, de un canto a los grandes colosos de la carretera, a los grandes traylers, a los enormes remolques, a lo largo de las grandes vías que cruzan América, todo ello sazonado por un humor de buena ley y un buen equipo de efectos especiales. El desenlace es malo, sobre todo porque incluye una crítica tópica de los políticos y porque acción y personajes, en busca de un final feliz a toda costa, acaban por no interesarnos demasiado.

En och en supone la aportación sueca a este certamen y ya tuvo una buena acogida en Cannes. Realizada por una actriz de Bergman, su operador favorito y un antiguo director del Teatro Real de Estocolmo, mucha tendría que ser su personalidad para llegar a eliminar de estilo y fondo la sombra de su maestro. Tal como sucede en las obras de la mayoría de sus discípulos, este tipo de filmes acaban por parecerse todos. Son obras confusas y menores. Por otra parte, el tema, esto es, el intento de realizarnos a través de otro, la lucha por inventar un amor como medio de salvación propia en la ya conocida encrucijada de los recuerdos y los años, hace la historia abstracta y convencional. A liberarla o, al menos, a explicarla, ayudan poco unos diálogos y situaciones en exceso teatrales y una técnica un tanto elemental que sólo salva a ratos la excelente Ingrid Tullin, que sólo en lo físico acusa el paso de los años.

Respecto a Venezuela, no ha enviado esta vez su habitual cine político, sino una historia demasiado larga en la que, a ratos, aparece algún aspecto de la Caracas de hoy. Poca cosa para un cine que en anteriores ocasiones apuntaba más sincero y más alto. La distancia entre los camioneros de Peckinpah y estos modestos motoristas del debutante Anzola marca con bastante exactitud la que separa a un cine de otro cine, a la América del Norte de esta otra América que se empeña en nacer a la sombra de los festivales.

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