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Los gracilianos no son gracilianos, que son palomos

Los gracilianos ya no son gracilianos, que son palomos. Aquellos toros encastados y bravos pura sangre santcoloma, son hoy unos mansos pelmas, o por lo menos lo fueron el domingo en Las Ventas.Nos hubiera gustado mucho poder decir todo lo contrario; que los palomos de hoy mantienen y aun superan las características de los gracilianos de ayer. De verdad que sí, pues una cosa es Palomo Linares, el torero, veterano diestro ya muy visto y muy juzgado, y otra don Sebastián Palomo, ganadero, a quien suponemos con todas las ilusiones de los de su oficio.

Y le habríamos cantado cosas buenas, si la corrida hubiera salido como fue el primer toro, que si manso -¡mansísimo!-, no paraba, para huir o para atacar; estaba en todo, a todo acometía; seguramente no se le picó bastante y para la muleta era un huracán, al que apenas podía aguantar Salvador Farelo, pese a que la fiera no tiró cornadas, embestía con rectitud.

Plaza de Las Ventas (domingo)

Toros de Palomo Linares, muy bien presentados en terciado, cornalones y astifinos; mansos y difíciles. Joaquín Bernado: Estocada corta, trasera y baja (palmas y división cuando saluda). Media estocada baja (vuelta al ruedo protestada). El Hencho: Media estocada tendida y caída (palmas y no le dejan dar la vuelta, que intenta). Pinchazo pescuecero, otro hondo y descabello (vuelta con algunas protestas). Salvador Farelo, que confirmó la alternativa: Pinchazo hondo, tendido y bajo, y media estocada (pitos). Seis pinchazos y otro hondo tendido (silencio). Presidió con acierto el comisario Pajares.

Un caso espectacular y asombroso de casta (ya hemos dicho muchas veces que puede haber mucha casta y ninguna bravura), que ponía el corazón en un puño, y cada pase era un ¡ay! de angustia, pues temíamos que al tomar la muleta se llevara por delante al torero, o que lo prendiera en e remate, el cual nunca salía limpio, porque era muy difícil atemperar la franela a la velocidad de la res y aquella resultaba enganchada o saltaba rebotada por los aires.

No se entregó el toro ni aun herido de muerte, y ya en el suelo con la boca cerrada, buscaba al matador, a los banderilleros que le circundaban, al puntillero que iba a pegarle el cachetazo. El toro de lidia es así y debe ser así. Cuanto más bravo y noble mejor, hasta configurar la res ideal, por supuesto; pero la base es la casta y esa la tenía a raudales el palomo-graciliano. La corrida, por, tanto, habría sido apasionante de salir con estas condiciones todos los demás, aunque ninguno llegara a alcanzar la categoría de bravo.

Pero no fue así. Terciados, justos de carnes pero lustrosos, finos de cabos, serios y astifinos, con unas astas vueltas como agujas -es decir, impecables de presentación-, sin embargo, no dieron juego. Salían corretones y huidos; se dolían al castigo, del que se iban sueltos; esperaban en banderillas, echando la cara arriba, y para la muleta eran reservones, incluso desesperantemente reservones.

Sólo el quinto llegó noble al último tercio y lo desaprovechó un torero lógicamente desentrenado como es El Hencho, el cual consiguió algunos pases de buena calidad, pero casi todo su trasteo tendió al tremendismo, con demasiados alardes innecesarios. Al tercero, que tenía pocos pases, le muleteó con aseo.

En los otros, los espadas hicieron cuanto podían y sabían. Poco Farelo -si exceptuamos dos ararolados de rodillas en el sexto, al que luego muleteó de pitón a pitón porque se le había quedado sin embestida-, bastante más Bernadó, pues la veteranía es un grado. Pero además del, oficio que da la veteranía, y la consabida pulcritud en la ejecución de las suertes, el catalán estuvo animoso y valiente el domingo, y pisó terreno s comprometidos. Logró meter en la muleta a su huido primero, para una buena serie de derechazos, y aguantó parones del cuarto y más de una tarascada que le tiró a los mismísimos tobillos, con lo cual pudo sacar algunos pases sueltos de mucha calidad, y sobre todo de mucho mérito.

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