Malos tiempos para Bergman
Malos tiempos corren para Bergman. El fisco, al parecer injustamente, le obligó a salir de su país y, lo que es más grave, a realizar sus obras lejos de sus motivaciones, vivencias y paisajes personales. Bergman, como se sabe, reaccionó amenazando con no volver a trabajar entre sus compatriotas, pero a la vista de su primera producción en el exilio es posible que reconsidere decisión tan rigurosa.Porque este filme, este huevo de serpiente a través de cuyo endeble cascarón podemos ver todo el cine del autor casi completo, formado, dispuesto a destilar su veneno incomparable y magnífico por las pantallas del mundo es, si no el peor de sus últimos filmes, sí el menos conseguido, habida cuenta del terna que el realizador propone.
El huevo de la serpiente
Guión y dirección: Ingmar Bergman. Fotografía: Sven Kykvyst. Escenografía: Rolf Zehetbauer. Intérpretes: David Carradine. Liv Ullman. Groet Froebe, Heinz Benet. Dramático. Alemania, EEUU. 1977. Local de estreno: cine Azul.
Pariente cercano de aquel Cabaret memorable del que ha tomado la baza fundamental de su ambientador, aquí, al contrario que en otros Filmes de Bergman, los diálogos no van más allá de la pura información, y los momentos dramáticos caen a menudo en absurdas truculencias. Una interpretación superficial y tópica del nacimiento del nazismo nos lleva, cuadro tras cuadro, secuencia tras secuencia, a un ca rrusel de lugares comunes que, por si fuera poco, una voz en off nos va acotando eronológicamente, informando y, a la postre, juzgando por nosotros. Incluso el contrapurito de momentos grotescos y trágicos, entre escenas de amor e imágenes en el depósito de cadáveres, se evidencia demasiado fácil para un realizador que nunca se distinguió por tratamientos ta a superficiales.
Aquí sí lo es. No basta añadir la consabida escena de la absolución mutila, ni afirmar que el hombre es una perversión de la naturaleza. Las escenas de Alemania en ruinas apenas consiguen convencernos como no nos conmueve la aventura de esta troupe de circo en la que un Carradine monótono recorre kilómetros de decorado en una maratón continua que ni él mismo sabe dónde comienza, ni a dónde le llevará finalmente. Poco más puede decirse del personaje que interpreta Liv Ullman, ingenuamente complicado, tan gratuito como el de su compañero, creado como siempre por su lucimiento, o los demás fantasmas, que en torno a la pareja, forman el acostumbrado guiñol bergmaniano, repitiendo palabras y situaciones de otros filmes.
El fondo se nos escapa, el estilo cae a veces en acusados manlerismos. Se echa de menos el rigor acostumbrado, esas rígidas reglas del autor que dominaba historias anteriores de principio a fin, sin una sola concesión inútil, sin una sola secuencia innecesaria. Aquí, en cambio, nada importa esa escena del burdel, ni los laberintos complicados del archivo médico. La acción discurre por caminos tan absurdos y gratuitamente complicados que acaba por confundir al espectador alejándole, paso a paso, hacia la inhibición o el tedio.
Resulta curioso, cuando no revelador, que Bergman, especialista en actores excelentes, a algunos de los cuales debe en gran parte la exposición válida de sus tenias, haya elegido en esta ocasión como protagonista a este Kung Fú peripatético de monótona expresión, frente a una Liv Ullman inevitable que defiende una Manuela de la que, anécdota aparte, poco o nada sabemos al final de la película.
Babelia
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