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Argentina'78

Mañana volverá el silencio

El viento celeste y blanco volvió a inundar la noche bonaerense. Entre tres y cuatro millones de argentinos se manifestaron por las calles de la capital para expresar su contento por el triunfo y para volcar en el fútbol otros desahogos reprimidos. Entre tres y cuatro millones de habitantes hubo en las calles. Y no hubo más porque la policía cortó los accesos a la gran capital para que el Gran Buenos Aires no colapsase totalmente la ciudad. El puente de Avellaneda fue levantado y los del «dale rojo» se quedaron en su barrio. Al menos, 50.000 familias de las que llenaron las calles con su bullicio el domingo por la noche invadirán también la calzada a partir del primero de julio a causa de la ley de alquileres. Y para entonces, ya quedará lejano el «Vamos, vamos, Argentina».

Dentro de tina semana será todo recuerdo. Dentro de una semana ya nadie recordará el discurso, patriótico del final del partido que dio el título a Argentina. El altavoz oficial, antes de que Passarella recogiera la copa de la FIFA, lanzó una arenga patriótica del más puro estilo de nuestros pasados años. La voz que discurseaba, a mí me recordó a la de Pepe Solís. Tenía su mismo timbre y decía casi las mismas cosas. Dentro de una semana ya se habrá calmado la euforia. Para entonces ya no estará en la avenida 9 de Julio esa inmensa pancarta vertical en la que se dice: «Sigamos construyendo unidos» y «Argentina, futuro».Los argentinos se olvidaron de sí mismos con una generosidad sin límites cuando «Kempes Corazón» le marcó los goles a Holanda. Los argentinos, a los que alguien les ha contado que Europa ha estado contra ellos -nadie les ha explicado la diferencia que existe entre hablar de un pueblo y de un gobierno-, han querido decirle al mundo que las penas con goles son menos. Y el pueblo argentino, feliz por su tarde de pan y goles, aplaudió a su selección, aplaudió a Videla como quizá no lo ha hecho nunca y quizá como no lo volverá a hacer, aplaudió a su bandera y la enarboló por doquier. La marea humana que se extendió sobre la ciudad no tenía otro color que el blanco y celeste.

Los goles de Kempes han acabado por producir una exaltación patriótica difícil de encuadrar. Aquí no ha habido necesidad de recurrir a estímulos alcohólicos como en otras partes para enfebrecer de entusiasmo. Aquí nadie ha dado un mal paso en sus manifestaciones; todo ha sido ordenado dentro de un desideratum inconmensurable.

El viento celeste y blanco que se ha convertido en la sublimación de toda una simbología ha tenido incluso en el Ejército una declaración en la que, entre otras cosas, se dice «El cuestionarlo y hostigamiento que padeció el país contra su integridad y sus símbolos, se han visto hoy arrasados por la soltdaridad y unidad. En esta ocasión el motivo fue un evento deportivo mundial que tuvimos la responsabilidad de organizar superando inlil dificultades, na turales unas, insidiosas otras En el futuro lo serán todas aque llas causas necesarias y glorio sas que opongan -a cualquier co lor extraño y a cualquier bandería disolvente- las fajas celestes y blancas de la bandera nacional. »

Hace unos días decía el escritor Ramón Plaza, ¿cuántas torres Eiffel nos dan por Luque? De nuevo la victoria. Argentina puso en la cancha, como dicen los comentaristas, individualidades, no muy distinto de lo que puede ofrecer el país en otras áreas., Menos mal que las tenemos. Menos mal que de cuando en cuando hacen un gol desde fuera del área.

«Kempes Corazón» ha hecho félices a miles de argentinos que inmediatamente le inventaron una copla para proclamar su categoría de máximo goleador mundial. En Argentina el pueblo improvisa las canciones para sus mitos. Y los intelectuales, salvo Borges, no andan lejos de las plateas populares cuando engarzan sus versos. Leopoldo Marechal le ha dedicado al viejo medio gol los siguientes: « Los jugadores se reunieron a dar la bienvenida/como de un lejano honzonte/se levanta la pelita del córner, /abriendo su vuelo de serpentina ... /se encoge la guardia de los jugadores/y ajusta el paredón del gol ... /entonces,/ entre las frentes endurecidas,/ una frente,/aristada de voluntad,/en un salto más alto que ninguno,/ quiebra como un florete/el acero flexible de la parábola del córner.»

Mañana volverá el silencio.

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