Los costes ecológicos también cuentan
Ese material blanco, ligero, aislante térmico, amortiguador de impactos, que de unos años a esta parte se ha convertido en el embalaje universal, recibe -entre otros- el nombre de poliestireno expandido. Mariscos, calculadores, máquinas de escribir, piezas de recambios, electrodomésticos pequeños y medianos, tomavistas, helados y muchos artículos más salen de fábrica rodeados de este corcho artificial que los protege hasta que llegan al comprador. Y aquí termina la vida útil del producto químico. Al hacerse el consumidor con el ansiado contenido, el continente es basura. Basura muchas veces de grandes dimensiones que sobresale de -los raquíticos cubos y a menudo acaba en la calle, donde recibe patadas de los chavales, es arrastrada por el viento, se rompe, mas no se descompone. Como a los demás plásticos, no le afecta el sol ni el agua (flota en ella). Podernos hacernos viejos y el trozo de styropor seguirá, por incivismo de unos y desidia de otros, obstruyendo una alcantarilla. Si arrojar un papel (que los agentes atmosféricos destruyen en poco tiempo) es sancionado con mil pesetas, tirar éste u otros plásticos o vidrio debiera penalizarse con 10.000.Incluso cuando sigue la ruta normal de¡ cubo al camión y de éste al vertedero o incinerador, el porexpan es engorroso: el volumen, en el primer caso, y el apestoso humo negro, en el segundo, aumentan el precio que la comunidad paga por deshacerse de él. Aparte de¡ dinero, nos cuesta toneladas de aire limpio. Se trata de una expoliación lenta, pero implacable. De un aprovechamiento del patrimonio colectivo en beneficio de algunos. Y en esta afirmación no hay ceguera ni radicalismo. Los defensores del sistema dirán que ya no quedan robinsones, que los productos industriales llegan al último pueblo de España rodeados de esa espuma sólida, dirán que, en definitiva, todos somos pecadores contra natura. Tal vez, pero, desde luego, unos (los que gastan mucho dinero) más que otros (con nivel de vida modesto). Por esta razón la justicia comparativa exige que cada cual restituya al patrimonio colectivo lo que toma de él. Sólo internalizando en las economías domésticas y empresariales los costes ecológicos, a la voz de «el que contamina, paga», cabe esperar una orientación de la producción hacia la mínima agresión ambiental. En el caso que nos ocupa, podemos sospechar que al sumarle al precio del porexman un impuesto que tradujera a pesetas los inconvenientes citados resultase más caro que otras materias degradables tales como papel, corcho, madera o cartón, lo que significaría -por las leves de mercado- un abandono fulminante de aquél en beneficio de éstos. Y si para determinadas aplicaciones continuara empleándose, los usuarios devolverían a la colectividad por la vía del impuesto los bienes (aire, agua, espacio, saneamiento) sacrificados en su particular beneficio en la medida que lo hubieran hecho.
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