El Sahara, dos años después / 2
Escritor
Paralelamente a este prejuicio tenaz, impera una desinformación general respecto a las realidades magrebís que llega a menudo a extremos fantásticos. Cuanto mayor sea el desconocimiento de los problemas que plantea el conflicto, mayor será el entusiasmo y convicción con que se abraza la posición unilateral y esquemática de alguna de las partes. Ignorando la historia del Magreb, su cultura, sus lenguas, sus complejísimas realidades sociales, los periodistas y líderes invitados a Argel y Tinduf actúan con el mismo fervor y candidez que los «turistas revolucionarios» que denunciaba Hans-Magnus Enzensberger en un célebre ensayo.
Como escribía recientemente Serafín Fanjul, profesor del departamento de Árabe de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del PCE, «quienes desde hace años intentamos acercarnos a los pueblos de Argelia y Marruecos mediante el contacto directo, el estudio y la buena fe ( ... ) sufrimos de innumerables dudas y escepticismos ante los argumentos utilizados para el consumo interno por los partidos españoles. Y frente a nuestras dudas está -en boca de nuestra izquierda- toda la razón de un lado. No es poco avance que numerosísimos militantes de estos partidos, que hace dos años no sabían del Sahara, sino que era un mal sitio para hacer la «mili», ahora sepan perfectamente repartir méritos y culpas con tanta tranquilidad. Con tan buena conciencia de jueces que conocen su oficio».
Esta desinformación se extiende a los elementos más importantes del problema y, aunque sea a vuelapluma, nos vamos a referir a ellos.
Derechos históricos marroquíes
En lo que concierne a los derechos históricos marroquíes sobre el ex-Sahara español, nuestra opinión pública ignora, por ejemplo, que al completarse la ocupación del territorio en 1934, las autoridades coloniales lo hicieron en nombre del jalifa del sultán en la zona controlada por España y que hasta bien Tetuán (esto es, del representante avanzada la década de los cuarenta, el Gobierno político-militar de los territorios de Ifni y del Sahara se autotitulaba «Zona Sur del Protectorado» (véase documento adjunto); que, desde la proclamación de la independencia en 1956, Mohamed V expresó claramente las reivindicaciones marroquíes acerca de la zona sahariana ocupada por España; que, en 1957, esta fue liberada en su casi totalidad por el Ejército Marroquí de Liberación y solo la intervención francesa (la llamada operación Ecouvillon) permitió su reconquista por las fuerzas coloniales franquistas; que hasta comienzos de esta década todos los movimientos que lucharon contra la administración hispana lo hicieron en nombre de la reunificación con Marruecos; que para el PCE, igualmente, las reivindicaciones marroquíes sobre el Sahara resultaron legítimas hasta 1970...
El papel de España
En cuanto al papel desempeñado por España en la génesis del actual conflicto, las múltiples declaraciones de alguien tan poco sospechoso de simpatías promarroquíes como el coronel Rodríguez de Viguri muestran sin lugar a dudas que la iniciativa de alentar las tesis independentistas partió de un anticolonialista tan notorio y ferviente como el difunto general Franco. El ejército, ha dicho, estaba dispuesto a defender la autodeterminación «tanto por ser convicción íntima, como por ser reiterada consigna del Caudillo». A la pregunta de un periodista: «Si Franco hubiera vivido, ¿no se habría firmado el acuerdo de Madrid?», Rodríguez de Viguri muestran sin «No, seguro, que no».
(La historia se repite: de igual modo que en 1936-37, a fin de ganar los marroquíes a su causa, las autoridades del Movimiento les Concedían las mismas libertades sindicales y políticas que estaban aplastando despiadadamente en España, en 1974-75, el Caudillo defendía a machamartillo la autodeterminación de los saharauis, pero no la de los españoles. La izquierda no ha analizado todavía seriamente las causas de dos actitudes solo a primera vista paradójicas).
Los refugiados saharahuis
La misma desinformación, en todos los niveles, se manifiesta en lo tocante al número de refugiados saharauis. Las cifras proporcionadas por Argelia y el Polisario varían, según las circunstancias y grado de credulidad de los interlocutores, entre 70.000 y 350.000 (tengo una sabrosa lista de sus declaraciones contradictorias al respecto), siendo así que, conforme al único censo digno de confianza (me refiero al llevado a cabo por España en 1974) la población total de la zona administrada por Madrid ascendía tan solo a 73.497 habitantes.
El récord de imprecisión y extravagancia lo bate con todo Enrique López Oneto en un reciente artículo de Mundo Obrero, cuando, después de afirmar serenamente que la población general del territorio es de 750.000 y la de refugiados de 110.000 -lo que, si la aritmética no me falla, situaría actualmente en las zonas mauritana y marroquí del Sahara occidental una población de 640.000 almas-, afirma unas líneas más tarde que el imperialismo «pretende repartirse una tierra eliminando al medio millón de seres que la habitan» (entre tanto, en el espacio de los párrafos, él ya ha «suprimido» a 140.000).
Si la gigantesca explosión demográfica que habría conocido nuestra exprovincia africana en cuatro años (¡nada menos que de un mil por cien!) concuerda difícilmente con las acusaciones de «exterminio» y «eliminación de la especie» que el portentoso mago de la estadística formula en su crónica, justifica en cambio lo del «crecimiento más rápido que se ha conocido jamás de una organización guerrillera» que atribuye al Polisario (aunque sus nuevos reclutas fueran niños de teta). Inútil agregar que tal acumulación de dislates no fue publicada el «Día de los Inocentes».
Un simple cálculo de las viviendas abandonadas en El Aaiún, Smara, Bojador y Dajia establecido por testigos imparciales en enero de 1976 -no hay que olvidar que la población del territorio era sedentaria en un 72% y se concentraba en media docena de aglomeraciones-, nos permite cifrar el número aproximado de fugitivos entre veinte y treinta mil.
Las argucias de Argelia
Que Argelia intenta hacer pasar por refugiados del Sahara occidental no solo a sus propios erguibats sino también a decenas de miles de tuaregs, chaambas y otros nómadas procedentes de Mali y aún del Níger (que abandonaron sus habituales zonas de pastoreo a consecuencia de la dramática sequía del Sahel) es algo que no ofrece la menor duda. Los políticos y periodistas europeos invitados por el Gobierno de Bumedian pueden distinguir difícilmente unos de otros (como una eventual comisión de en cuesta de la OUA distinguirla difícilmente a un peninsular de un canario), lo que explica el increíble número de disparates y errores que a cada paso transmiten nuestros medios informativos.
Únicamente una comisión investigadora de la Liga Árabe podría fijar con un mínimo de rigor la cifra aproximada de saharauis oriundos del territorio que administrara España; pero Argelia no parece deseosa -es lo menos que se puede decir- de esclarecer definitivamente el asunto en razón de la rentabilidad política que su prolongación le procura. (Según el testimonio, que debemos usar con precaución, de algunos tránsfugas del Polisario: «en los campos de refugiados de Tinduf hay un tercio de población saharaui ( ... ). La tribu más numerosa en el Frente Polisario es la de Erguibat, procedente en su mayoría de Argelia y Mauritania.» (Véase EL PAIS, 20-11-77).
Seguir hablando de «exterminio» mauritano-marroquí y exhibir fotografías de niños y mujeres saharauis famélicos me parece sencillamente aberrante, y es un arma que a la postre se vuelve contra quienes la emplean, pues estos niños y mujeres no sufrían de raquitismo y desnutrición durante la ocupación española del territorio ni estos males se manifiestan hoy en las zonas marroquí y mauritana.
Si al cabo de dos años de estancia en territorio argelino adolecen de ellos es porque el Gobierno de Bumedian lo quiere o, cuando menos, lo permite: si Argel tiene medios de suministrarles las armas ofensivas más sofisticadas al costo de docenas de millones de dólares, debe disponerlos también para alimentarles y cuidarles de modo digno y decente.
Dicho esto, creo que una comisión investigadora de la ONU y la Cruz Roja Internacional tendría que examinar lo bien fundado de las acusaciones del Polisario sobre el uso de napalm por los marroquíes en 1976 y las que han formulado recientemente Senghor y otros dirigentes senegaleses tocante a supuestas matanzas de carácter racial que habrían llevado a cabo en territorio mauritano los guerrilleros saharauis (no hay que olvidar que la esclavitud de los negros era una práctica corriente entre los erguibats y tuaregs hasta hace pocos años).
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