El petróleo y el turismo, dos grandes amenazas para el mar
El Mediterráneo, atiborrado de productos químicos y cargado de bacterias, no ha llegado todavía al límite de su prolongada pasión. El petróleo, poco a poco, lo invade, amenazándole. Su presencia se evoca menos, llega incluso a ser olvidada cuando ningún petrolero arroja su contenido sobre la costa; pero, cara a los próximos quince años, representa uno de los mayores peligros que corre el mar. El petróleo, esa plaga, es el símbolo contaminante del desperdicio de energía. Cuanto más energía consumimos, más nos contaminamos, más se extiende el petróleo por el Mediterráneo. La contaminación petrolífera, en su inutilidad absurda, es buen ejemplo de la evolución de nuestra actividad y de los perjuicios del capitalismo salvaje, que, no satisfecho con la explotación de los trabajadores, consume también su espacio, su naturaleza, su vida. «¡Después de nosotros, el diluvio!»El petróleo, que molesta y ensucia mientras que los demás productos se dispersan subrepticiamente en el mar, suscita, en el momento de las vacaciones, el descontento de la mayoría. Este oro negro cada vez más extendido, raramente es el «número uno» de la actualidad, pero inspira una inquietud general, como demuestran los sondeos y entrevistas estivales. Estirados sobre la anhelada arena, a pocos metros de sus automóviles brillantes de detergente recién seco y cálidos todavía de resultas del amianto exhalado en los embotellamientos, los bañistas se quejan de las tenaces manchas negruzcas que maculan piernas, manos y bañadores. Maldice al Mediterráneo, cuyas mareas aportan diariamente su cosecha de bolitas negras y viscosas que estallan bajo los pies de los veraneantes. Y, a continuación, destapan los frascos y tubos de productos limpiadores vendidos por las filiales de las mismas empresas cuyos petroleros surcan el mar. (...)
Los indicios de petróleo se acumulan lentamente en los músculos e hígado de los pescados y mariscos, en mayor medida en estos últimos. Lo cual supone la absorción por parte del hombre de elementos cancerígenos sin darse cuenta, puesto que el «mal sabor» ya no está presente. La acumulación es lenta, pero segura. El pescado del Mediterráneo, base de la alimentación de una parte importante de algunas poblaciones costeras, es uno de los más ricos en petróleo del mundo. Los pescadores descubren en todas las costas cada vez más peces de todos los tamaños afectados por cánceres de labios o branquias, una especie de lepra que los va royendo prolongadamente antes de matarlos. Estos pescados son, evidentemente, invendibles. Y la sola idea de la contaminación hipotética es nefasta para los pescadores, pues empaña la imagen de la calidad del pescado en el espíritu del consumidor.
Pero esto no es todo. Desde hace algunos años el petróleo, no contento con amenazar al turismo y a la pesca, afecta a los mecanismos fundamentales del medio ambiente mediterráneo. En algunos puntos del litoral, especialmente en las costas españolas, italianas y yugoslavas, la disminución de las lluvias es directamente imputable al vertido del petróleo. El nacimiento de las nubes es un fenómeno complejo y frágil. La delgada capa de hidrocarburo que cubre miles de quilómetros cuadrados de mar, especialmente junto a las costas, frena la extracción por parte de los vientos marinos de las partículas minerales microscópicas esenciales para la «siembra» de nubes y provocadoras de la lluvia cuando alcanzan cierto grado de concentración y condensación.
Los vientos se cargan, por el contrario, de los elementos más ligeros y volátiles de los hidrocarburos, que extraen de la superficie contaminada o de las nieblas. El maravilloso viento marino es entonces, tanto para los árboles como para múltiples cultivos, un soplo emponzoñado. Tal es el caso, por ejemplo, de los bosques de pinos de la costa italiana de Viraggio, que se van aclarando poco a poco. Hay que poner también en el pasivo de esta película de petróleo la disminución de los intercambios entre el aire y el agua, y, en consecuencia, una oxigenación más débil de un mar que tanto la necesita en las zonas ribereñas contaminadas.
Para mayor perjuicio del Mediterráneo, el petróleo ejerce también una acción indirecta que cada vez inquieta más a los científicos. Los hidrocarburos, pesados o ligeros, ejercen una actividad disolvente sobre todos los pesticidas y otros muchos productos nocivos. Esto acelera su asimilación por parte de todos los organismos marinos y en consecuencia por parte del hombre. El petróleo, veneno ya de por sí, facilita a otros muchos venenos el acceso a la cadena alimentaria. Tal es el caso de la bahía de Muggia, en Italia, en la cual los hidrocarburos han multiplicado los efectos de otros contaminantes, convirtiéndola en un desierto.
El turismo, foco de contaminación
El turismo, considerable fuente de ganancias para el, litoral mediterráneo, se ha hecho contaminante. Contribuye a la destrucción de las costas, los paisajes y del mar mismo. El turismo, exactamente igual que una industria que emponzoña las aguas hasta el punto de perjudicar a otras fábricas, pone en peligro su presente y su porvenir asolando el territorio que pretende explotar. Es uno de los mayores consumidores de recursos naturales.El volumen de las operaciones financieras del turismo mediterráneo representa más de la tercera parte de los ingresos turísticos mundiales. El porcentaje aumenta con regularidad: en unos pocos meses se abate sobre los países mediterráneos un centenar de millones de personas, la mayoría de las cuales se dirige al litoral; sólo en España, que va a la cabeza en lo que a movimiento de turistas e ingresos se refiere, son 35 millones de personas; vienen a continuación Italia y Yugoslavia. En Francia, el litoral mediterráneo llega actualmente a 113.800.000 días de permanencia, lo cual supone más de seis millones de veraneantes, la mayoría de los cuales afluyen entre el 1 y el 15 de agosto.
En los últimos quince años el aumento ha sido en Yugoslavia de un 500%; en Túnez, un 690%; Turquía, 400%; Grecia, 350%; Israel, 300%; Marruecos, 390%, y Chipre, 380%. Una isla como Malta recibe anualmente más veraneantes que el número de sus habitantes: 340.000 contra 320.000, y la progresión no parece decrecer.
No se trata de negar la función saludable del turismo y de las vacaciones, expansión necesaria tras la tensión urbana; pero actualmente éstas no hacen sino agravar dichas tensiones. Una sociedad de consumo sólo puede engendrar un turismo a su imagen: el turismo vende falsos valores, no obedece más que a las leyes del provecho, exacerba la sed de cambio sin saciarla; en resumen, llega a ser el mejor medio de hacernos olvidar nuestros contratiempos cotidianos de la vida y el trabajo. Las vacaciones que se nos venden a precio de oro no son un reposo, son una droga.
Hace una quincena de años la mayoría de los turistas que pasaban a España dedicaban por lo menos la mitad de su estancia al interior del país, entregados a los encantos del turismo «cultural». Esta proporción ha cambiado de modo muy peculiar: el 80% de los veraneantes que viajan a España no abandona las costas.
El sol y la playa se han convertido en signo externo del nivel de vida, signo cuya ausencia es desvalorizadora o ridícula. El bronceado se convierte así en un elemento determinante de la estimación posestival.
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