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Tribuna
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Elegía de Extremadura

Manuel Vicent

Como es de rigor, antes de comenzar la sesión, el presidente del Senado, Antonio Fontán, lamentó el asesinato del director general de Instituciones Penitenciarias. Y después se extendió en un silencio sonoro sobre el apaleamiento hasta la muerte del anarquista Agustín Rueda, a cargo de unos carceleros de Carabanchel. Hubo una falta de simetría en el dolor de la mesa. Pero este quejido rítmico por sucesos de sangre se ha convertido ya en un estribillo parlamentario, en una oratoria dolida y amanerada, que se levanta como un frontispicio literario a la cabeza de cualquier orden del día.Ayer se veía mucho aparato de fuerza en la puerta del Senado, bajo la consigna de la mosca en la oreja, aunque en el interior de la casa no hubiera otra cosa que vigilar que el aburrimiento casi científico de un temario trillado, mil veces lamido por el vals de las olas. Ayer los senadores extremeños formularon un canto lastimado al abandono de su tierra por parte del poder central. Cañada Castillo convirtió los problemas de Extremadura en una elegía tercermundista en forma de paro, emigración, riqueza no explotada, discriminación presupuestaria y todas esas maldades que provoca un Gobierno, aunque sea de UCD. Extremadura va camino de convertirse sólo en una finca de recreo, en un cementerio de ilusiones y a este paso, dentro de poco, su renta será la más cápita de todo el país, porque allí no va a quedar más que algún encargado de coto. José Luis Leal, por parte del Gobierno, le contestó que no había que levantar catedrales en el desierto, pero después usó un cuarto de hora en demostrar que Extremadura no era un desierto. Y todo así de ñoño y bonito, entre la literatura redentorista y las promesas de ver un día la tierra de promisión desde la loma.

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Cuando la sesión iba mediada, aunque parezca mentira, volvió a aflorar el caudal del Tajo en mitad de la Cámara. El concierto fluvial para flauta lo trajo a colación otro senador extremeño de UCD, el señor Hurtado de Simón, armado con la lira de la hispanidad y la convicción de que su pueblo es cuna de conquistadores. Lo del Tajo-Segura es el mito de Osiris, que describe un meandro de expedientes en cada distrito electoral. Una vez más Joaquín Garrigues con una desgana infinita elevada al cuadrado ha tenido que contestar a una ristra de preguntas sobre el hecho surrealista: una polémica de Obras Públicas que se abre cuando la obra ya está casi terminada y se han desenvainado más de 10.000 millones de pesetas. El concierto musical Tajo-Segura son disquisiciones sobre hechos consumados. En la tarde de ayer, hasta el humor del ministro del flequillo newyorquino, naufragó en una papelera de informes. El hombre ha cruzado este río a nado lo menos siete veces.

El aburrimiento del Senado no hay quien lo remedie. Ni siquiera Moreno de Acevedo hablando de preautonomías, que es un tema de charco de avispas. Y allí en la calma chica de terciopelo en el Senado se veía a Martín Villa haciendo los deberes en el banco azul, a Lamo de Espinosa, tan fino, con sus orejas desabrochadas, con cara de nuevo, bajo el tedio genérico y a Camilo José Cela y Víctor de la Serna hablando de angulas en el bar. Y el resto, nada entre pan.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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