Una amenaza para Europa
EL SECUESTRO de Aldo Moro, que ha costado la vida a cinco servidores del orden público, escoltas del presidente del Partido Democristiano y ex presidente del Gobierno italiano durante la experiencia del centro-izquierda, se inscribe en la estrategia global de las maniobras desestabilizadoras en el sur de Europa.La extrema izquierda y la extrema derecha, unidas entre sí por la búsqueda del mismo objetivo y organizadas en tramas rojas o tramas negras de ámbito internacional, utilizan desde hace años la violencia y el crimen como sustitutivo de su impotencia para conseguir la adhesión electoral de esos conciudadanos a los que pretenden salvar de la opresión capitalista o de la amenaza comunista. Pero, sin duda, también la perspectiva de una Europa unida, soberana,. próspera y democrática es una posibilidad histórica, cargada de promesas para un planeta amenazado por el hambre y cautivo de cruentas dictaduras, que las agencias secretas y los servicios paralelos de las grandes potencias desean destruir.
En España hemos sido testigos y víctimas de esas tristes hazañas, perpetradas por los parientes políticos de las Brigadas Rojas italianas que han reivindicado el secuestro. En el oscuro túnel de los grupos conspirativos y de las organizaciones de gángsters que se autodenominan políticas, todos los gatos son pardos; en el doble sentido de que resulta imposible verificar el pelaje ideológico de unos criminales cuyos objetivos son congruentes con los delirios, tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda, y de que la destrucción de las instituciones democráticas en Europa sólo podría dejar, hoy, el campo libre para dictaduras fascistas émulas de las que asolaron el continente hace cuatro décadas.
Mientras las posibilidades de instauración de la dictadura del proletariado en Italia, Francia o España mediante la lucha terrorista de organizaciones ácratas, maoístas o nacionalistas son iguales a cero, la desestabilización de los sistemas pluralistas y parlamentarios tienen una alternativa autocrática improbable, pero no imposible, para el mantenimiento del modo de producción occidental con procedimientos que se ensayaron en Alemania bajo Hitler.
Por otra parte, si los secuestros y los asesinatos de funcionarios del orden público perpetrados por los GRAPO y por ETA tienen como objetivo primordial impedir la consolidación de las instituciones democráticas en España o la pacífica negociación de la autonomía para el País Vasco, la emboscada tendida al señor Moro parece destinada a tener repercusiones continentales. No es casualidad que se haya producido en la misma semana que el señor Andreotti presentaba ante la Cámara su programa de gobierno, por vez primera respaldado parlamentariamente por los votos comunistas, y que los electores franceses tienen que decidir la composición de la Asamblea y poder ejecutivo, tras una primera vuelta en que la izquierda ha salido -aunque mínimamente- ganadora.
En el nivel ideológico, este crimen puede ser atribuido, sin necesidad de otras hipótesis, a grupúsculos de extrema izquierda. Pero en el terreno propiamente político, la naturaleza de las cosas y la dirección de los acontecimientos hacen difícilmente concebible que esta sangrienta operación no cuente con las bendiciones y los apoyos de quienes desean impedir que los socialistas afronten sus responsabilidades de gobierno en Francia y que los comunistas italianos y galos pongan a prueba su credibilidad democrática.
La democracia europea, todos los partidos que la animan y la encarnan, se enfrenta desde hace años con la difícil tarea de defender el sistema de libertades y de gobierno representativo frente a sus enemigos mediante procedimientos que, a la vez, resulten eficaces y sean congruentes con el espíritu de las instituciones a las que se trata de salvaguardar. Es una tarea difícil. La impunidad de los criminales que, desde la extrema izquierda o la extrema derecha, de forma independiente o en connivencia con los servicios secretos de las grandes potencias, asesinan y destruyen para sembrar el odio y provocar la discordia, pondría en serio peligro la estabilidad del sistema democrático y el necesario apoyo que éstas precisan de instituciones, estamentos y grupos ideológicos y de intereses. Por el contrario, si las necesarias medidas para la defensa de la democracia tomaran prestados de sus enemigos los procedimientos y los métodos, podríamos asistir al progresivo deterioro de las libertades y del gobierno representativo; y, a través de esa insensible contrarrevolución pasiva, los secuestradores del señor Moro y los asesinos de los funcionarios del orden público en toda Europa terminarían por lograr lo que con sus crímenes no alcanzaron.
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