Idilio en los pasillos
Al final siempre encuentran una última razón para no tirarse los trastos a la cabeza; siempre acaba por funcionar la erótica del pacto. El PSOE y la UCD viven un matrimonio violento de odios y amores juveniles con una pasión política llena de granos, que un día se halaga mutuamente con insultos y otro se tortura a beso limpio. Cuando los platos ya han volado por el ventanal del Congreso, esos púberes amantes de la ira administrativa se buscan y se encuentran en la oscuridad del pasillo y allí se zampan a medias un tarro de miel haciendo números.Así iban las cosas ayer por la mañana, con presagios de tormenta, cuando de repente corrió la noticia de que Adolfo Suárez y Felipe González se estaban dando el pico otra vez en el ángulo oscuro de un salón. Los cronistas midieron el tiempo de este idilio: una hora y veinte minutos. Lo suficiente para hacer los últimos encajes de bolillos sobre el proyecto de elecciones municipales, que en ese momento estaba ya en pleno debate en el hemiciclo. Allí había hablado, abriendo la sesión, el ministro Martín Villa, y el auditorio quedó enterado de que la futura ley era lo más democrático que se les habla ocurrido. Sánchez Montero, con voz lenta y sonora, tratando a todo el mundo de tú, también había defendido la enmienda comunista a la totalidad, porque el proyecto viene a consagrar el bipartidismo, que en este país no es nada sociológico. Pero a medida que avanzaba la mañana y los portavoces se adentraban en el ramaje de las enmiendas, explicaciones, turnos a favor y en contra y el panel electrónico accionado con la llave del voto echaba humo, de forma que había que dejarlo descansar un rato para que se enfriara, en la concurrencia se había establecido una sucesiva convicción de que las tensiones estaban ya ahormadas.
La sesión se vio muy movida de pasillos. La masa de los diputados permanecía sentada, un poco ajena al ajetreo de los primeros escaños, de los pocos elegidos que están en el secreto. Y mientras allí, para entretener al público, se realiza otra vez ese delirio del amor hostil que se llevan entre manos Alvarez de Miranda y el vasco Letamendia, las cabezas socialistas se convocan a un conclave de urgencia en una sala perdida, los punteros de UCD avanzan en grupo por el pasillo con intercambio de señas, consignas y folios. Y al final tejen entre todos una tela de araña, sólo para uso de expertos.
Los demás no se enteran. La gente de a pie y los limpios de corazón sólo esperan que llegue algún punto caliente del proyecto, la elección de los alcaldes por ejemplo, para ver si salta la chispa. Porque en sesiones tan cargadas de electricidad estática como la de ayer nunca se sabe. Basta una simple alusión para que se produzca el golpe de bombo, el gesto de teatro o el desplante tremendista, y entonces la masa crítica del ambiente hace el resto. Por eso los oradores de ayer estaban a verlas venir y llevaban tres discursos preparados, intercambiables, cada uno con un tono distinto, desde el rosa al amarillo, con sucesivos grados de ira. Adolfo Suárez también traía su oración escrita en el bolsillo, con los reflejos a punto, esperando el trueno, atento al último parte meteorológico de Pérez Llorca.
Después todo quedó en nada. En una sesión sudada por este bochorno de tormenta, el proyecto de elecciones municipales, contrapunteado por la llavecita electrónica, ha ido avanzando a través de las enmiendas entre repartos y transacciones, hasta convertirlo en un rosado medio al gusto de todos. La Constitución y las elecciones formarán una amalgama pactada dentro del erotismo político propio de la casa. La opinión general es que el PSOE y la UCD se volverán a casar. Porque en el fondo de su odio juvenil se adoran.
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