Topor
Rolland Topor no es tan sólo un dibujante, un caricaturista o humorista; también es -ha sido, ha querido ser o será- cineasta, literato, francés de origen polaco, fundador, con Arrabal y Jodorowsky, del espantoso Grupo Pánico, políglota, hombre de teatro y etcétera. Ahora, aquí, en Madrid y por segunda vez, cuelga sus dibujos y grabados en los muros de una galería de arte.Si alguien dijo de la pintura que era poesía muda y alguien, posterior y acertadamente, añadió que mejor sería el hablar de la poesía como pintura ciega, alguien también podría hablar ahora, ante lo aquí visto, de dibujos mudos o, mejor, todavía, colocar como frontis de la exposición, un gran rótulo que así rezase: Sin palabras.
Topor
Galería AeleClaudio Coello, 28
Los dibujos de Rolland Topor herederos, por un lado, de la tradición cultural del surrealismo y sus predecesores, e insertos, por otra parte, en la tradición del ilustrador editorial decimonónico, y ahora suspendidos en el blanco del muro, parecen quedar desprovistos de su destino final: el de un texto que les sirviera de correlato. Ilustración, transcripción gráfica de un texto quizá nunca escrito, son dibujos que se pueden contar: «era un rey que tenía tres hijas, las metió en una botija y las tapó con pez ¿quieres que te lo cuente otra vez?». Un mundo inmundo, cuna de despropósitos, escenografía personal y culta, cruel y risueña a la vez quiere plasmarse, con despreocupado pulso, y técnica ingenuidad en esas hojas de papel para contarnos su sermón. El inmediato deseo del espectador de dar con el texto o moraleja describe el desamparo de esas hojas que a uno se le ocurren fatalmente arrancadas del lento y rítmico pasar de las páginas de un libro. Deseo que puede, por ejemplo, verse cumplido en la bella edición de L´Epikon que, con textos y aguafuertes de Topor, diera a la luz Yves Rivière y que ahora aquí se expone. Algo parecido debió ocurrírle al sabio dibujante Hokusai, el loco del dibujo, quien, lamentándose de que los personajes, peces, insectos y demás que recorrían sus dibujos, parecían tener un ansia desmedida por huir de ellos, decidió un día, queriendo inmovilizarlos para siempre, solicitar el concurso de un editor, ocurriendo que, así nos lo cuenta él, «el grabador Ko-Idzumi, muy hábil tallador de madera, se encargó, con su cuchillo bien aguzado, de cortar las venas y los nervios de los seres que había dibujado, pudiendo de tal modo privarlos de la libertad de huir».
El sueño de la cultura, en fin, produce monstruos.
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