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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La correspondencia del exilio de Juan Ramón Jiménez

Cartas literarias

Juan Ramón Jiménez. Editorial Bruguera, S. A. Barcelona, 1977.

«Yo salí de España porque quise, ya que, no estaba de acuerdo con lo que se hacía en ninguna de las dos partes. No es fácil dividir un país en dos mitades, una toda buena y otra toda mala. Yo no pertenezco a ningún «partido político», no soy comunista, nazista, fascista, monárquico, republicano, socialista, etcétera. Y nunca he aceptado cargo alguno con la República ni con la Monarquía española ni ha cobrado un sólo céntimo, en ningún concepto, de su erario público» (22 dejunio de 1948).

El 22 de agosto de 1936, Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, su mujer, dejan su madrileña casa de Padilla, número 28, en busca de la tranquilidad de La Habana, donde poder cumplir un importante encargo anterior del Departamento de Educación de Puerto Rico. Es el principio del largo exilio del poeta, que finalizará en 1958 con su muerte, a los 77 años, en San Juan de Puerto Rico.

Prueba viva de estos veintidós años de exilio, es esta antología de «Cartas literarias», americanas, escritas entre 1937 y 1954 a una amplia gama de intelectuales castellano parlantes. Gran escritor de cartas, que como él mismo dice «...las escribo con el pensamiento, completas y, a veces, hasta hago borradores, si no tengo a mano un papel conveniente » (3 de marzo de 1946), Juan Ramón Jiménez durante los últimos años de su vida recopiló y ordenó una gran parte de su abundante correspondencia con la idea, que nunca llegó a poner en práctica, de editarla. Esta interesante selección, que acaba de publicar la Editorial Bruguera, es un documento vivo sobre sus preocupaciones durante aquellos años, sus fobias, su personal forma de ser y escribir.

A través de ellas se puede advertir una fría preocupación literaria. «Constantes peticiones y envíos de libros. Suscripciones a múltiples revistas de poesía. Colaboraciones, generalmente desinteresadas, a las más variadas revistas. Elogios a poetas y novelistas. Agradecimientos y puntualizaciones a críticos. Y, también, una concreta forma de ser. Constantes rechazos de homenajes. «...me negué tres veces a ingresar en la Academia Española, con la Monarquía, con la República y con el falanjismo» (¿1954?). Minuciosas indicaciones sobre las ediciones de sus libros: cuerpo del papel, tipo de letra, composición de las páginas, diseño y color de la portada. Continuas correcciones. Obsesión por las erratas. Y constantes diatribas contra Rafael Alberti, José Bergamín, Jorge Guillén, Pablo Neruda y Pedro Salinas, desde un terreno que se inicia en lo profesional y termina en lo personal.

Pero también en ellas hay referencias a preocupaciones mucho más personales. Cambios regulares de residencia que, aunque para él, una mudanza era como un naufragio, se vio obligado a realizar en un largo itinerario que gira en tomo a La Habana, Florida, Washington, Maryland, Puerto Rico y sobre sí mismo y hace que se pierdan libros y papeles, que se extravíen cartas. Disculpas por utilizar la máquina, dado que no se atreve a escribir a mano porque teme que los censores no entiendan su complicada letra y censuren su despolitizada correspondencia o no llegue a su destino. Problemas de residencia, de pasaporte. Malas temporadas por enfermedades suyas o de su mujer que le impiden trabajar. Y las relaciones con sus editores, desde sus dificultades con la Editorial Losada, de Buenos Aires, hasta la imposibilidad de publicar en su país. «En España no puedo publicar hace unos años un libro de versos (que no me disgusta), porque yo escribo dios con minúscula, como escribo también padre, madre, mujer, hermanos; que me parecería ridículo escribir con mayúscula. Y si no me decido a enviar libros nuevos a Madrid es porque no quiero comprometer a nadie, porque no estoy dispuesto a cambiar por nadie una coma» (6 de abril de 1953).

Así como también se encuentran una serie de continuadas referencias al asalto de que en 1939 fue objeto su piso de Padilla, número 38, dejado al cuidado de una servicial cocinera, por un grupo de poetas falangistas que se llevaron toda clase de objetos, una gran parte de su biblioteca, carpetas con originales inéditos y su colección de cartas de amigos y compañeros, grandes personalidades de la literatura castellana, y que diez años después sigue tratando de recuperar, de rehacer. Unas veces, porque da las gracias a alguien que ha conseguido devolverle alguna parte; otras, atacando directamente a quien cree responsable de los hechos, siempre amargado, distante, resentido y entristecido por este hecho que cree una injustificable y absurda venganza personal.

Por su impecable estilo, su extremada corrección, su particular ortografía, su muy peculiar humor, late en este epistolario, no sólo una absoluta dedicación y amor a la literatura, sino, antes que nada, una extraordinaria personalidad que hace que estas cartas, como vivos y dispersos fragmentos de vida, se lean con una mezcla de profunda reverencia, especial entusiasmo y peculiar perplejidad, porque descubren «aspectos, seguramente desconocidos, de un gran poeta.

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