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Algo más que una película

Ángel S. Harguindey

Ya se estrenó en Madrid Ultimo tango en París. Con ello -pese a que parezca una boutade- el proceso hacia la democracia parece consolidarse.Es evidente que una democracia burguesa u occidental se define de muy diversas maneras. Todos los estudiosos de la teoría política podrían recitar, como si del catecismo se tratara, las instituciones y libertades mínimas indispensables para distinguir un sistema democrático de otro que no lo es. Pues bien, el simple estreno de un filme puede convertirse en un componente más de esas libertades institucionalizadas.

Una de las fotografías típicas del Portugal cotidiano tras el 25 je abril fue la de las colas del cine en que se exhibía la película de Bernardo Bertolucci. Meses después -no muchos- las agencias distribuían una nueva cola: la de los espectadores de Garganta profunda, de Linda Lovelace, hito importante en el cine llamado pornográfico. Aquellas fotografías suponían, entre otras cosas, que los portugueses habían alcanzado una mayoría de edad que, por supuesto, tenían desde siempre, pero que no se les había reconocido.

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Entre el amor y la muerte

Los españoles ya pueden contemplar una película mítica y todo parece indicar que en breve podrán contemplar -aquellos que lo deseen- el filme de la Lovelace. Es decir, se va diluyendo en la noche de los tiempos ese concepto maniqueo e hipócrita de los mesianismos autoritarios que solía imponer sus propios criterios morales al resto de los conciudadanos.

Alguien se rasgará las vestiduras. Es probable que alguna pía asociación proteste, pero lo que ya es un hecho es que a todo aquel que desee contemplar una obra maestra del cine sólo se le exigirá la correspondiente entrada. Si en una democracia el único que tiene derecho a llamar a la puerta a las siete de la mañana es el lechero -y no la policía- también rezuma libertad el ponerse a una cola para ver a la pareja Brando-Schneider.

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