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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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Franco

Carretera de La Coruña, madrugada del sábado, el coche camino de la sierra y, por la vereda, grupos de sombras, hombres a pie, puñados cortos y oscuros de franquistas que van camino del 20 de noviembre. Así fue el fin de semana.En nuestro coche, hombres y mujeres que vienen del Oriente erótico, la vieja sensibilidad asiática puliendo la flor sexual en la cansada piel de los occidentales. Muchachas que han iniciado el viaje sáfico hacia su propio cuerpo de la mano breve y morena de una azafata del kamasutra. Muchachos que fuman la hierba de la acracia en los trenes que atraviesan de noche Europa. Y a pie por la carretera, al costado del coche, como un margen de sombra y pasado, de violencia y banderas, los patriotas del franquismo, esa caminata de ida y vuelta que inaugura el fascismo español, con el entierro de José Antonio Primo de Rivera, y lo cierra ahora, o lo reabre, en el segundo aniversario de la muerte del general. Las dos Españas tardías, a distinto paso, por la carretera de La Coruña, autopista de Franco hacia su muerte.

Antes o después, los agricultores que se han manifestado en la Moncloa, otra España, todavía, veinte campesinos que desmienten la unidad de los hombres y las tierras, y este interminable viaje hacia la sierra, en que la velocidad va atravesando grupos fanáticos, grupos vindicativos, grupos de obreros y grupos de noche. Antonio Asensio me lo dijo hace un mes en Barcelona:

-En las biografías de Franco Se dice que jamás fue arrestado. Pero en una de las postales a su primera novia le dice que no irá a verla porque está arrestado.

-A lo mejor ésa fue la disculpa, Antonio. Ten en cuenta que a la primera novia se le miente mucho.

-¿Incluso Franco?

-Supongo que incluso Franco.

En todo caso, imagino mejor un Franco teniente que falta a la novia que un Franco teniente que falta a la milicia. No hay más que ver esa primera novia, que se parece tanto a doña Carmen Polo. Hombre de estéticas fijas, de ideas fijas, que son las que se transforman en ideales. Una idea fija que hace fortuna es ya un ideal. Una novia olvidada es un reportaje de interés humano para el segundo año del recuerdo o del olvido. Los excursionistas del pasado hacen altos en el camino para darse lumbre, cambiar impresiones, tomar o dejar los coches pasarse las banderas y otorgarse un poco de realidad unos a otros en esta fantasmal infantería.

Les vamos dando alcance con nuestro coche. Tengo la impresión de que no se llega nunca porque ellos están haciendo un viaje hacia el pasado y nosotros creemos venir del futuro, de esa nueva sociedad consumista y hortera que ha descubierto la masturbación oriental y los paraísos artificiales de un Baudelaire de grandes almacenes, como esas Flores del mal que andan por ahí, en mediocre versión de Jacinto-Luis Guereña. No sé si voy o vengo, no estoy con unos ni con otros. Estoy, quizá, con esos agricultores que se han manifestado en la Moncloa, que han hecho una breve sentada antes de pasar por la Dirección General de la Puerta del Sol donde te ponen a la sombra.

¿No irán demasiado lejos los franquistas, no estará Franco en la Moncloa, después de todo? Si Joaquín Garrigues se quita la chaqueta, se queda en tirantes y efectivamente le echa un pulso a Suárez para presidir el partido, el Gobierno, para presidir algo, España, España, aparta de mí este cáliz. Ha empezado a llover, llueve. noviembre, a veinte de este siglo, sobre la autopista del franquismo, llueve sobre la última marcha -quizá la última marcha- del fascismo español, llueve sobre los campesinos de España que han venido a manifestarse, sobre la realidad y la mentira, todo igualado por la lluvia, llueve contra este coche, contra mi corazón, Verlaine, padre, cansado de sí mismo y de la Historia. Vienen los españoles de su gira oriental, pero Barajas es una ancha tumba, como Cuelgamuros; en jornada de huelga, no se ha firmado nada en la Moncloa, borra esta lluvia ese papel mojado y quizá cuando vuelvan, los franquistas, de su excursión eterna, tomarán Madrid de nuevo -ya hemos pasao- y empezará otra vez la eternidad, que dura siempre cuarenta años.

¿Nos va a salvar el kamasutra tailandés, nos va a salvar el Opio de Cocteau, nos va a salvar el testamento de Franco, que venden ya en placa para el recibidor, quién rayos nos va a salvar? A mí -final del viaje- me esperaba mi gato, peinado por la lluvia, solo en la terraza, con ojos tailandeses que me reconocen en la noche. Le seco y le pongo leche.

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