Un Picasso de antología
Ya están en Madrid, aunque hasta el próximo día 23 no sean accesibles al público, los treinta Óleos de Picasso que. junto con un gouache de 1909. constituyen una muestra antológica en sentido estricto. Seis son las décadas que de la infatigable actividad picassiana se recogen y ejemplifican en esta bien nutrida y bien venida exposición. Y si ninguna de las obras que la integran puede decirse que sea maestra, las más de ellas dan pie a la trama de un claro y emocionante curriculum que permite al visitante pasar del concepto al afecto reconstruir, in vivo, unos cuantos capítulos decisivos en la conformación de la imagen de nuestro tiempo.
En la noticia del inminente suceso, todo induce a elogio, salvo el anacronismo con que va a producirse y la consiguiente perplejidad de juicio que comporta. Pena es, en efecto, y también vergüenza, que una tan somera nota introductoria no haya tenido cabida, entre nosotros, a lo largo de estos cuarenta últimos años. Inconfesables desdenes y explíclitas prohibiciones oficiales han relegado, prácticamente, hasta el día de hoy la exhibición pública de un coherente puñado de obras debidas al español más universal del siglo. Apenado, avergonzado y perplejo. voy a limitarme a apuntar uno sólo de los nexos que en el cómputo global de la presente exposición facilita la lectura viva del buen hacer de nuestro hombre.
Si las Señoritas de Aviñón constituyen la pieza clave del invento picassiano (y de toda la estética, posiblemente, de nuestra edad), en esta exposición de la Fundación Juan March se nos ofrecerá de ella un ejemplo cabal y ejemplarmente contrastado, con otras huellas de su quehacer antecedente y subsiquiente. No nos es dado aquí admirar el famoso cuadro del Museo de Arte Moderno de Nueva York, pero si un conocidísimo y soberbio boceto en que se nos revelan no pocas de sus secretas intenciones, así como el certificado de una audaz ruptura para con el éxito de su obra inmediatamente anterior, y la arriesgada incertidumbre dé la próximamente venidera. Un Picasso entre dos aguas, que no dudará a la postre en renunciar a lo sabido, unánimemente aplaudido y, pregonado, para adentrarse en lo desconocido, en lo dificultoso, en lo demoledor de las normas, las categorías y, los gustos.
A espaldas suyas queda (en el ámbito de esta inminente exposición) una muestra del posimpresionismo (la Cabeza de mujer, de 1907), un recuerdo de la época azul (Madre e hijo. de 1902) y dos claros augurios de la primera actitud revolucionaria (Cabeza de mujer, de 1906, y Cabeza de joven, de 1907). Ante sus ojos (de usted y de Picasso) se abre el incipiente horizonte precubista (Arlequín, de 1909) y la luminosa plenitud de la revolución definitiva mente provocada por el cubismo (la Mandolinista, de 1911 ). Y en medio de una y otra edad, este dramático boceto de las Señoritas de Aviñon condensa el testimonio vivo de una austera renuncia y una audaz expectativa (en la que se juega, a cara y cruz, una nueva aniulación del universo), y le invita a usted a ponerse en la piel de su hacedor, dando de lado el análisis, el comentario específico del arte.
Tal cual va a exporterse en las salas de la Fundación Juan March el boceto de las Señoritas de Aviñón (dramáticamente inciso en el tránsito de dos edades) nos empuja, en efecto, a aproximarnos a la actitud vital del personaje, en vez de analizar concertualinente su obra: ¡la liquidación, en pleno éxito, y en su propia carne, de toda la producción antecedente, Y el grado inicial de toda una refutación histórica! Porque es, justamente, este gesto incontestable de refutación, de negación, de antítesis, el que entraña la mejor parte del temperamento picasslano, de cara a la creación, y pone muy de relieve su insólita capacidad de aventura. Pablo Picasso, que Inicia la época azul contando sólo veinte años, y concluye la rosa apenas cuniplidos los veinticinco, liquidará, dos años después (y el testimonio de este boceto de las Señoritas es suficientemente ilustrativo) ambos períodos, con olímpico desdén de fama y fortuna.
«La diferencia que media entre un hombre inteligente Y un necio -solía decir Sacha Guitry- es que el primero se repone fácilmente de sus fracasos, en tanto el otro jamas se repone de sus éxitos.» En esta edad incipientemente creadora, y ya auténticamente picassiana, el pintor malagueño ha sabido como nadie reponerse del éxito, e incluso combatirlo, hasta el extremo de convertir en realidad palpable el acento, entre irónico y paradojico, de la sentencia de Gultry. Pablo Picasso, cabe decir en lenguaje llano, se ha jugado el todo por el todo : porque ha sido la totalidad de su indagación anterior lo que en ese boceto ha desdeñado alegremente atento, sin pestañear, a lo incierto y arriesgado de una nueva luz vislumbrada ante la incomprensión de los más y el aliento sólo de una minoria revolucionaria.
Reponerse del éxito
A caballo entre dos épocas, el boceto de la Fundación Juan March pregona el venturoso advinimiento de las Señoritas de Avñón y asigna a Picasso, en la risueña juventud, una capacidad inusitada de exploración, de riesgo, de expectativa. ¿Quién como él osaría apenas adolescente, sin el menor conocimiento de la lengua francesa, sin otro bagaje que la conciencia de su propio designio, trasladarse a París para participar vitalmente del campo intelectual de su tiempo y al lado de una minoría (los Apollinaire, Jacob, Salmon, Reverdy... ) elegida entre milliones y a millones enfrentada? ¿Quién sin él trocaría la sonrisa de un triunfo tempranamente impreso en sus épocas azul y rosa, por la mueca insultante de las Señoritas de Aviñón?
Plasmar, en los citados período rosa y azul, un arte diferente, pero acogido con aplauso internacional y destruirlo intrínsecamente (rosa por rosa y azul por azul) en pro de un arte aún más diferente, expuesto ante la universal incomprensión o
repudio o enemiga. ¿no denota, junto a. la diáfana consciencia de un designio irrenunciable, la máxima capacidad de exploración, de riesgo, de aventura? Porque es de saberse (retrotrayendo la historia hacia el boceto que hoy tenemos la suerte de contemplar in vivo), que si las dos épocas antedichas supusieron, en el común sentir, el mayor de los éxitos, el espectáculo de las Señoritas de Aviñón entrañaba, en la opinión de los más, el mayor de los fracasos.
Un rosario picassiano
Delante y detrás de él, las ya aludidas obras tal como van a exponerse en los locales de la Fundación Juan March; y más adelante todavía, las sucesivas cuentas de un rosario picassiano que llega hasta los albores prácticamente, de nuestra década, sin omitir ninguna de las que la preceden. Centre el visitante su atención en la tan repetida pintura, incorpore ante ella, y en la medida de lo posible, el papel de su hacedor y, desdeñando todo análisis teórico, procure dar vida interior al personaje, para llegar a la conciencia de que, entre la repulsa del ayer y la posterior glorificación, en este desgarrado boceto ahínca sus razones nada menos que evolución del arte de nuestro tiempo.
No, no hay en este eventual rosario picassiano obras de las llamadas, maestras, pero sí una estratégica selección de ejemplos que, desde 1901 a 1968, nos van dando noticia, década tras década, de la precocidad de nuestro hombre, de su lucha despiadada contra su propia y congénita facilidad, de la apertura y renovada angulación que acertó a conferir al universo, de su auge sucesivo y, también, de su decadencia. Son, repito, 31 las obras que la próxima semana quedarán expuestas en los salones de la March, cifra apretada de todo un tortuoso y ejemplar curriculum, y ocasión que ni soñada (aunque sea con la boca chica) de poder exclamar ¡Por fin, Picasso!
A propósito del célebre retrato de Gertrude Stein, cuentan los biógrafos que la aguda escritora mostró, tras la primera sesión, su entera complacencia con el primer boceto. Exigió Picasso otras noventa sesiones, a cuyo cabo, y luego de borrar la mayor parte de la obra, la rehizo sin la presencia de la modelo. Cuando Gertrude Stein contempló la nueva versión, no pudo reprimir sus más que fundadas dudas en cuanto al parecido. Picasso -agregan los biógrafos- se limitó, señalando el retrato, a sugerir: «Algún día usted se le parecerá.» Otro tanto me cabe decir de este tan traído y llevado boceto de las Señoritas de Aviñón. En él ha quedado plasmada un nuevo semblante al que usted (y usted y usted...) se le parece con mayor verosimilitud de lo que imagina, porque en él ha quedado conformada, a partir de una luminosa mañana de 1907, la nueva mirada, la nueva angulación, la nueva imagen y semejanza del hombre.
Babelia
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