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Crítica:XXV FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dos realizadores españoles: Gonzalo Herralde y Jaime Chávarri

ENVIADO ESPECIAL, Raza, el espíritu de Franco, es un documental de largometraje en el mejor sentido de la palabra, en el de la pura creación, en torno a filme famoso entre nosotros. En torno a un filme que debió servir de ejemplo a las familias españolas, enriquecido o anotado por recuerdos y opiniones de dos personajes afines a él por razones diferentes: Alfredo Mayo, su protagonista, y Pilar Franco, hermana del autor guionista, es decir, de Francisco Franco Bahamonde.

En hábil contrapunto, del filme original a las opiniones y recuerdos de los dos personajes aludidos, se nos va revelando cuanto hay de la familia Franco en aquella película que encierta manera marcó un hito en la historia de nuestro cine político.Dejando hablar a sus protagonistas, a ratos con humor, a ratos justificándose y en ocasiones al leve hilo de la pura anécdota, distanciándolos en el tiempo o trayéndolos hasta momentos actuales, el realizador provoca la Ironía, el interés, de lo trivial a lo trascendental con aparente facilidad, reconstruyendo un momento del acontecer inmediato de España que concluye con una manifiesta declaración de principios que, como un círculo cerrado, le hace acabar donde al principio comienza.

La vida de la familia Franco, por un lado, narrada por su último miembro vivo todavía, sumada a la del héroe de tanto cine de ficción de nuestra posguerra, desmitificado hoy por sus propias palabras, ajenos avatares y el paso inevitable de los años, componen un mosaico fundamental para el conocimiento de cierto tipo de razones mal conocidas o vagamente expuestas que explican el devenir de los últimos mornentos españoles. Sin una sola imagen documental de los días a que el filme se refiere, con sólo las secuencias de Raza y las palabras de ambos personajes, de Pilar Franco, sobre todo, Gonzalo Herralde ha sabido poner en pie un capítulo reciente de historia que a todos nos atañe de un modo u otro.

Una película excelente, en suma, y sobre todo original, no por el tema en sí, hoy que tantos realizadores se apresuran a ofrecernos su exclusiva versión de estos últimos cuarenta años, sino por el tratamiento eficaz y en cierto modo objetivo, hasta donde tal tipo de expenencias permite y exige.

Jaime Chávarri, joven director que alcanzó en la pasada temporada un buen éxito con El desencanto, refrendado después a nivel rninoritario con el estreno de sus Viajes escolares, prosigue ahora su difícil camino a través de filmes cada vez más ambiciosos v exigentes. En gran manera éste lo es, difícil de tratar y original de presentar. A ese dios desconocido, este amor entre los hombres con ecos de Lorca, tema vidrioso en nuestra cinematografía habitual, que salvo raros casos, ha procurado orillarlo hasta ahora.

Ese dios al que el protagonista busca en la carne y en el recuerdo a través de un retrato y una voz que recita sus versos en la noche, se nos muestra desde la iniciación de la película, en los días de la guerra civil, como la gran razón de la existencia del personaje principal de una pasión oculta, o mejor escondida, que va de Granada del 36 hasta un Madrid actual, contemporáneo,

A partir de unas cuantas imágenes elementales, Jaime Chávarri ha sabido iniciar el camino del culto asu dios particular, con una secuencia de evocación y nostalgia por el poeta muerto. Luego, pasando al momento presente, nos mostrará al protagonista en otro instante fundamental escuchando o amparándose, en tanto se desnuda, a la sombra de una voz que recita sus versos.

Definida y dividida así la historia en el espacio y en el tiempo entre la Granada del 36 y el Madrid de los años setenta, la primera parte y la presencia del poeta condicionan el desarrollo de la historia, de un modo demasiado determinante, más que lógico. Impuesto en realidad por la voluntad de los autores.

Su ir y venir alo largo de un mundo ajeno y enemigo, lo lleva adelante Héctor Alterio en uno de sus trabajos más brillantes, junto a Mari Rosa Salgado, excelente y aquí recuperada, o una Angela Molina adolescente. Escenas como la de la fiesta, fiesta real con su cante y su habanera, o la de la propuesta. matrimonial como un contrato de seguro mutuo, completan este viaje en busca de una propia entidad soterrada por el tiempo, camino de un desenlace que quedará en el aire.

Quizá un afán de ser más explícitos ahondando en el personaje, a lo largo de una historia ya de por sí un tanto cerebral, complique en ocasiones su curso que con un tratamiento más lineal perdería hermetismo ganando en calidad, lo mismo que los diálogos. De todos modos, este filme notable, bajo apariencias más o menos barrocas, expone más allá de su discurso narrativo, un fondo escondido, íntimo y a la vez desesperado, donde la soledad íntima del hombre se nos muestra en su oscuro patetismo. Muy bien fotografiado por Teo Escamilla, tal como viene siendo habitual en él, cuenta también con una música acertada, justa y excelente de Luis de Pablo.

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