La necesidad de denunciar las irresponsabilidades arquitecturas
La iglesia de San Pantaleón -n.º 10, de la calle San Pablo-, una de las más antiguas de Cuenca, derribada hace exactamente medio siglo, y de la cual sólo queda un bello arco y unos muros de piedra, es a menudo convertida en depósito de basura. Sirven sus maltratados sillares como piedras para aparcar los camiones. Hace años un municipio con buenas intenciones plantó unos cipreses, que pronto fueron arrancados. Bastaría un poco de yedra, unos bancos y una adecuada limpieza para que cumpliese una función pública.La iglesia de San Antón se está cayendo, y en la zona de la parroquia de El Salvador se ha autorizado el derribo de varias casas, abriéndose un gigantesco solar en una de las zonas clave de la parte antigua. El barrio de la Puerta de San Juan es, desde hace unos anos, una zona urban ísticam ente desgraciada, Hace unos días un grupo de ciudadanos publicó en el diario local una carta de protesta a propósito de un edificio que se está construyendo encima de la histórica puerta y de los restos de la antigua muralla, y que prácticamente ciega la vista tradicional de la Hoz del Júcar. La nueva construcción. que ya suscitó en la prensa local una polémica, no se ajusta al segundo anteproyecto aprobado y constituye ya, antes de su terminación, la más chocante y pesada masa de esta parte de la ciudad. Frente a ella se levanta el mazacote grandilocuente de la nueva Audiencia, con su falso estilo local, desproporcionado y pretencioso. Se levantó hace muy pocos años en el lugar de los palacios de Cervera y del duque del Infantado, derribados de forma rotunda y traidora, contra valiosas opiniones: se trataba, posiblemente, de los dos únicos palacios verdaderos existentes en Cuenca y quedó de esta forma desfigurada para siempre la entrada angosta de la ciudad alta, allí donde todo cambiaba al ser traspuesta la entrada. Su enorme y desequilibrada mole, con sus grotescos balcones de madera, las tristes rejas de pacotilla y su patio, torpemente reconstruido, hacen de este engendro un verdadero crimen arquitectónico de consecuencias irreparables. Hubiera bastado, de querer a toda costa construir la nueva Audiencia en este lugar, y tal como ha sido realizado en otros lugares de España, rehacer el interior para la utilidad deseada, respetando las fachadas originales. Como consecuencia previsible, la zona se degradó rápidarnente. Sucesivos derribos han llevado a la destrucción de toda una parte del barrio para dejar lugar a un aparcadero de coches y las construcciones que se han levantado posteriormente, a pesar de su honesto planteamiento arquitectónico, contienen algunos de los errores ya mencionados con anterioridad.
Para terminar, quisiera citar algunos hechos acaecidos en las zonas periféricas del casco antiguo. Hace muy poco tiempo, un caserón, bello edificio civil del siglo XVI, situado junto a la Diputación provincial, que poseía una sorprendente y originalisima escalera coronada por un rico artesonado de la misma época, fue derribado para construir en su lugar un bloque de pretenciosos apartamentos. Todo el barrio del Hospital de Santiago amenaza ser altera do con cambios sustanciales y hasta lugares de tipo popular, como el juego de bolos situado bajo los enormes chopos junto al río, puede ser destruido para quedar convertido, al decir de algunas personas, «en algo digno de la ciudad», como si este lugar, de sabor tradicional mente popular no fuera suficiente mente bello y no cumpliera una misión digna de cualquier ciudad, sin caer en la estandarización mediocre de cafeterías, piscinas y salas de fiestas para uso de unos pocos. Se plantean pretendidas urbanizaciones de chalets, repartidas por las hoces, lindando los ríos, y junto al puente de San Antón el edificio de la Beneficencia, propiedad de la Diputación provincial, fue desmontado piedra a piedra para ser desplazado solamente cinco metros -en lugar de los trece previstos- al parecer por razones de circulación. Está siendo reconstruido de esta forma, pero después de haber sido reducida caprichosamente la fachada principal, estrechándola varios metros, suprimiendo cuatro de sus ocho ventanas y cubriendo de ladrillo blanco y no de piedra su fachada lateral. El esperpento de proporciones raquíticas es cuanto queda del «respetuoso traslado», del más bello edificio del siglo XVIII que poseía la ciudad.
Y por fin otro hecho de extrema gravedad, que también puede aún corregirse. En todo el casco antiguo las mejores intenciones del mundo, se está realizando la instalación de una nueva red de alumbrado eléctrico urbano. El modelo de farolas escogido no es acertado y la situación de las mismas no ha sido estudiada convenientemente a fin de realzar la ciudad en sus espacios, perspectivas y puntos neurálgicos. Sobran por lo menos tres de cada cinco puntos de luz y han sido colocadas regularmente de forma monótona, no haciendo más que acentuar los defectos de la ciudad. El color rojizo de la iluminación es inadecuado -las farolas antiguas, que todavía subsisten, proporcionan una luz mucho más agradable-, y su intensidad es excesiva. La ciudad parece incendiada en una permanente y deslumbradora aurora boreal y en los caminos montañosos que rodean al castillo -que nunca ha sido verdadera en tradá de la ciudad- se han instalado farolas que serían más adecua das para una autopista. Es indudable que la reforma de tendido eléctrico era necesaria debido al peligro que suponía el estado del mismo, pero no es menos cierto el despilfarro de tal realización, pudiendo además haberse aprovechado la ocasión para, de común acuerdo con los responsables de las demás instalaciones, haberlas hecho todas ellas subterráneas, tal como se ha realizado en otras ciudades históricas, sin necesidad de dañar inútilmente portadas de piedras, fachadas y calles con cables de espesor desmesurado.
Todos estos hechos nos parecen lo suficientemente graves para que una firme y colectiva protesta sea realizada- a fin de atajar y corregir tantos y tan graves errores y pue dan exigirse responsabilidades de quienes actuando tan irresponsablemente ponen en peligro la sobrevivencia de una ciudad.
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