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Cuenca, en el camino de su destrucción

Cuenca es quizá una de las ciudades españolas que menos ha visto alterada la fisonomía de su parte antigua en los últimos años. Debido a su relativa marginalidad, fuera de los circuitos turísticos tradicionales, tal vez por la ausencia de un verdadero interés artístico-monumental que hace que el turismo sea pasajero y no estacionario ni masivo, y sin duda alguna porque hasta fecha muy reciente, el casco antiguo no ha tenido verdadero valor especulativo, la ciudad se ha conservado en un estado relativamente satisfactorio.

Cuenca, que aparte de la catedral no posee monumentos históricos extraordinarios, plantea un problema muy delicado al tratarse de un conjunto arquitectónico popular y espontáneo cuyas bases de conservación no pueden establecerse con suficiente claridad. Se trata, en realidad, de una ciudad que ha crecido encerrada en su espina dorsal como una fortaleza natural limitada por dos ríos confluyentes. Las casas, acumulándose a través de los siglos en espléndida adaptación a la orografía, se fueron apoyando unas a otras hasta formar un entramado arquitectónico sin alardes exhibicionistas.La ciudad se hunde poco a poco y sólo es conservada y reconstruida aquella zona que tiene abertura directa al espléndido y dramático paisaje. Son buscadas por los especuladores las casas que tienen «vistas», al decir po pular, o sea una pequeña parte de la ciudad, quedando el resto rele gado y abandonado. El interés que ofrece Cuenca radica precisamente en su totalidad orgánica, siendo alterada la misma con modernas construcciones que ra ramente responden a ese milagro de lo espontáneo a que nos referimos. Es sabido que todo aquello que se realiza por necesidad y no por presunción suele quedar bien, acabando por integrarse en el movimiento orgánico del conjunto. Este ha sido el resultado de la arquitectura popular a través de los siglos. Esto es lo que el arquitecto generalmente no tiene en cuenta al querer marcar con su impronta personal aquello que no debe poseerla, o simplemente la del propietario a quien esta apreciación le tiene sin cuidado. El exceso o el pastiche sustituyen siempre volúmenes antes sobrios e impersonales, siendo curioso observar que incluso aquellas obras realizadas con relativo respeto de las ordenanzas acaban también por desentonar, El abuso de galerías de madera o de solanas -la mayor parte situadas a poniente o en fachadas principales, imitando las Casas Colgadas, que, dicho sea de paso, no pueden ser ejemplo de arquitectura del país, ya que son construcciones anacrónicas y recientes-, el sacar a la luz el tramado estructural de madera de una arquitectura que siempre ha sido revocada de yeso, los recuadros de piedra en puertas y ventanas dejados salientes y que tradicionalmente han estado siempre a ras de muro los balcones de cemento imitando malamente los antiguos, los carretes también de cemento, falsos y no funcionales, colocados en las fachadas y pintados luego de color madera, los falsos o mal colocados escudos, las rejas y portadas trasladadas desde otros lugares e inadecuadamente instaladas, los nuevos arcos y ojivas de torpe trazado, los artificiosos volúmenes salientes en las fachadas, el empleo sistemático de ventanas cuadradas, la tentación de la policromía con la que, por ejemplo, se acaba de malograr una casa situada en la plazoleta de entrada a la zona de museos y cuyos huecos de fachada han sido milagrosamente respetados, todos estos ingredientes -tópicos en las nuevas construcciones- nos muestran de forma fehaciente. los peligros que con lleva la transformación de una ciudad antigua y las dificultades que presenta su adecuada restauración. Creo que es aquí donde debe situarse el verdadero problema. Porque no se trata de rehacer algo muerto, de convertir esta ciudad de vida popular en algo museístico, de rehacer la ciudad medieval, o la ciudad renacentista, sino de conservar el casco antiguo tal como es hoy día. Pero incluso este planteamiento, en apariencia tan simple, está en realidad plagado de dificultades. Exigir que reformas estructurales importantes se practiquen teniendo en cuenta los postulados orgánicos que rigen espontánea mente la ciudad es difícil de lograr. Se trata del problema de toda una ciudad que ha guardado milagrosamente su unidad desordenada y es de desear que por lo menos las pocas fachadas importantes que se conservan sean respetadas y que las refor mas que a partir de ahora se realicen no alteren sustancialmente el aspecto externo de la fisonomía de la ciudad. Recientemente se ha redactado, encargado por el Ayuntamiento, un plan general de urbanismo para toda la ciudad sin discriminación. Lo ideal sería que en un futuro próximo y antes que sea demasiado tarde, se pudiera redactar un plan especial de urbanismo para la parte antigua que tuviera el suficiente rigor y a un tiempo la flexibilidad necesaria para que los desmanes a que vamos a referirnos no nuedan repetirse.

Lo positivo y lo negativo

Como este comentario pretende ser de crítica constructiva es lógico que el aspecto negativo predomine, aunque sería injusto no referirse, aunque fuera de pasada, a cuanto de positivo se ha realizado en el transcurso de los últimos años en la ciudad. Para quien ha conocido Cuenca cuando todavía muchas de sus calles eran de tierra y los servicios de muchas casas vertían inmundicias en callejones cerrados y acantilados, el aspecto positivo cuenta de forma preponderante. Hace más de veinte años se realizaron algunas obras que han quedado definitivamente inscritas en la textura urbanística de la ciudad vieja: se convirtieron en calles esvacios acotados como huertas, se pavimentaron y abrieron calles y escalinatas, se establecieron zonas de circulación peatonal al borde de los desfiladeros que abrieron insospechadas posibilidades paisajísticas. Las canteras, que durante decenas de años fueron explotadas y marcaron con sus heridas irreparables un paisaje, precisamente abiertas en los lugares más estratégicos de la ciudad, fueron clausuradas cuando el daño no tenía remedio. La reestructuración del conjunto de la Plaza Mayor, obra discutible, realizada por Bellas Artes, mejoró sin duda alguna el aspecto de la misma. Las Casas Colgadas, imagen arquetípica de Cuenca, fueron convertidas en Museo de Arte Abstracto, remodelándose su estructura interna con amor y firmeza nada común. La restauración más discutible del caserón donde se han instalado las colecciones del Museo Arqueológico y la futura instalación del Museo Catedralício acabarán por completar con acierto una zona crucial de la ciudad, convirtiéndola en uno de los más agradables lugares de peregrinación cultural del país.

En el aspecto negativo, y dentro de la misma zona a que nos referimos, habría que destacar el abandono de ambas laderas de la ciudad con espacios que no son otra cosa que vertederos de basuras y algunos edificios que permanecen inacabados desde hace años. Uno de los más graves atentados cometidos hasta la fecha fue realizado hace ya tiempo al revestirse la fachada del convento de San Pablo con piedra de elección desacertada y elevarse sin autorización la altura del mismo, hecho que deformó sensiblemente la bella presencia de un edificio situado en un paraje clave de lit ciudad. El convento, antiguo seminario, permanece hoy abandonado y el hermoso edificio no tiene un destino cierto. Recientemente se ha estado barajando la idea de construir un parador de turismo en Cuenca, e incluso se dio por cierta su realización en las ruinas del antiguo castillo, lo cual hubiera constituido un grave error no solamente por la transformación del lugar que hubiera supuesto su realización, sino por los problemas insolubles de circulación que hubiera planteado. Lógicamente sería el convento de San Pablo el lugar más adecuado para dicha función, al permanecer alejado de la ciudad y a un tiempo frente a ella en el lugar más bello y accesible. Cosas más complicadas que convencer al Obispado han sido realizadas en esta ciudad, como por ejemplo el verdadero cataclismo que supuso la repoblación forestal de una de las colinas que entornan la ciudad y que fue practicado mediante la utilización de un buldozer. Se abrieron caminos paralelos y regulares y se realizaron las plantaciones de forma monótona y sistemática, quedando así malograda la posibilidad de que en un futuro el monte pudiera tener un aspecto espontáneo y diversificado. Las pocas casas verdaderamente puras que quedan corren graves peligros de destrucción. En la calle de San Pedro, por ejemplo, que une la Plaza Mayor con el camino que conduce a las ruirtas del castillo, y que es una calle fundamental en la historia de la ciudad, quedan algunas fachadas de casas que en el pasado fueron desguazadas con el fin de vender sus maderas, hoy propiedad del Ayuntamiento. Se trata de bellas fachadas que lentamente se desmoronan, con escudos magníficos que se desprenden en trozos y contraventanas vapuleadas por el viento. Una de ellas -en el n.º 15- corre peligro de ser convertida en cine y en lo cales comerciales, siendo lógico el temor por su integridad al tener en cuenta cambio tan radical en sus funciones. Otra de ellas -el n.º 56-, una de las más hermosas, ha sido también adquirida por una constructora para ser destruida y convertida en vivienda de apartamentos si el Ayuntamiento no interviene con firmeza. La mole de un inmenso mamotreto, la casa más alta y sa liente de todas -el n.º 43-, cuya presencia deforma el panorama de la ciudad desde diversos puntos de vista, ha sido terminado recientemente después de ser concedida la licencia de obras, precedida de una denegación de la misma por el Ayuntamiento al considerar que el edificio proyectado no constituía un conjunto armónico con el resto del paisaje, de una multa a la constructora por comienzo indebido de las obras y del informe favorable de, la Comisión del Patrimonio.

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