El amor como tema
La simple enumeración de una jornada en el festival es suficiente para comprender el carácter multidirecional del cine. El pasado sábado el espectador podía contemplar, entre otras, cuatro películas significativas de cuatro tendencias y conceptos distintos del cine y, por ende, del mundo: El hombre que amaba las mujeres, de François Truffaut- Tabu, del sueco Vilgot Sjoman; El acorazado Potemkim, de Eisenstein, y The Shootist, del norteamericano Don Siegel.Las dos primeras se refieren de manera directa e inmediata al tema del amor, no en un sentido mixtificado del concepto, sino en el más cotidiano y prosaico de su práctica; sin embargo, las dos son radicalmente distintas. Todo parece indicar que Truffaut y su hombre que amaba a las mujeres, continúan un discurso que comenzó con Antoine Doinel y aquellos 409 golpes que conmovieron a los cinéfilos. El realizador francés, presente en el festival, suele realizar dos grandes tipos de películas: aquellas que pueden ser catalogadas en un terreno más íntimo y personal (como es toda la serie de Doinel), y aquellas otras en las que suele basarse en una novela o historia ajena, inicialmente, a sus propias reflexiones (La sirena del Mississippi, El niño salvaje, Dos inglesas en el continente). Pues bien, El hombre que amaba a las mujeres, pertenece sin duda al primero de los apartados, pese a que el personaje, perdida definitivamente la etapa juvenil e inmadura, sea un ingeniero físico de cuarenta años. El problema, o uno de ellos, radica en el grado de interés que puedan tener las reflexiones personales de Truffaut. Si existe un término que resuma esta película ese será el de banalidad, y conste que su aplicación no supone un significado peyorativo, al menos inicialmente. Incluso uno de los posibles debates sobre esta película debería girar en torno al concepto de banal. Parece, evidente que Truffaut, de manera consciente, no pretende trascendentalizar sus reflexiones sobre el deseo y el amor. Lo que ya no lo es tanto es si esta superficialidad se debe a que el tema lo es en sí o a que la excesiva proliferación de títulos del realizador le permite poco tiempo para la reflexión. Una película en clave de comedia encantadora para gente encantadora.
Tabu, de Sjomann, exhibida en la sección del cine sueco, es un reportaje directo y de indudable impacto visual sobre el mundo de los homosexuales, los exhibicionistas, los travestíes y los partidarios del sado-masoquismo, subgrupos todos ellos inmersos en lo que genéricamente podríamos denominar también el mundo del amor No se trata de reivindicar lo directo sobre las mixtificaciones, pues el cine es, entre otras cosas, un arte, y sería absurdo, a más de dogmático, exigir a todos los cineastas que realizaran el mismo tipo de obra. Sirvan estos dos ejemplos para comprender que el cineasta es muy libre de decidir por sí mismo el tipo de cine que quiere realizar y que sus resultados poseen siempre elementos suficientes para el análisis y la reflexión.
The Shootist, de Don Siegel, proyectada fuera de concurso tiene el aliciente, para el cinéfilo, de ser un western clásico realizado con la maestría que los norteamericanos poseen, y para el ciudadano quizá el principal atractivo del filme es que supone el canto del cisne de uno de los personajes más legendarios en la filmografía del género: John Wayne, que muere en esta película y que, todo parece indicarlo, no volverá a realizar ninguna otra similar.
Potemkim, proyectada en la retrospectiva del cine soviético es, si se quiere, otra película de aventuras en la que los indios tradicionales son los burgueses de la Rusia zarista y el aguerrido Marsahll, previamente colectivizado, se reencarna en las vanguardias concienciadas de la marinería.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.