Escultura s para los tres Pablos
No me siento especialmente atraído, al menos en teoría, por las exposiciones movilizadas en función de un determinado homenaje. Confieso que me cuesta trabajo soslayar cierta prevención hacia esa especie de corona de sonetos leudatorios en que suelen consistir -por lo común- tales muestras artísticas. A veces, sin embargo, los hechos se encargan de desmontar convenientemente unas sospechas que ya empezaron siendo gratuitas. Eso es, más o menos, lo que me ha ocurrido a propósito del Homenaje a los tres Pablos, organizado por la Sala Taller Múltiple 4.17. Se trata de una serie de esculturas de Teresa Eguibar, Antonio Oteiza y José Luis Sánchez concebidas, respectivamente, como solidarias interpretaciones en metal o en piedra de algún paradigma expresivo de Picasso, Casals y Neruda.
La exposición, en efecto, no tiene nada de artificial porque tampoco tiene nada de ostentosa .Limitada a quince esculturas- múltiples, acoge en muy buena medida lo que podría ser el tributo a una militancia humana y, sobre todo, la manifestación de un fervor artístico nada condicionado por la retórica. Resultaría muy fácil encontrarle justificaciones a la reunión de estos tres grandes Pablos de nuestra órbita cultural en un mismo homenaje escultórico. La coincidencia onomástica no pasaría de ser, por supuesto, una anécdota de lo más accesoria. Tampoco podría ser esgrimida como motivación suficiente la circunstancia -de que Picasso, Casáis o Neruda se ejercitaran en una misma pasión creadora y murieran el mismo falaz año de 1973. Me imagino que lo que en verdad puede situarlos ahora en una idéntica tramitación del recuerdo es, la ejemplaridad de sus conductas frente a la historia, sus irreductibles actitudes en defensa de la dignidad del hombre y de la libertad de la cultura.Eguibar
Teresa Eguibar ha querido traspasar al metal algún específico ingrediente de las vertiginosas fabulaciones plásticas de Picasso. Sus esculturas son de reducidas proporciones, pero tiene algo de monumentos a un mundo expresivo cuya más perentoria dimensión es la de su inconmensurable vitalidad. El material elegido por Teresa Eguibar para estos fines ha sido, creo, particularmente arriesgado. Traducir en acero o en bronce una concreta formulación imaginativa picassiana puede resultar empeño excesivo. Pero, según todos los síntomas, la escultora ha obrado a este respecto por exclusión. Quiero decir que ha huido de toda presunta tentación acumulativa para limitarse a la más ecuánime búsqueda de una síntesis. Eso es lo que parece deducirse de estas formas escuetas, aristadas, diáfanas, de una sobria esbeltez, que acaso contrasten con el inevitable lujo adicional de las irisaciones y los pulimentos metálicos. Es posible también que la deliberada estilización formal pueda producir una primera impresión rígidamente esquemática. Pero el propio equilibrio del lenguaje neutraliza de hecho toda presunta frialdad, sobre todo si se piensa en esos abstractos vaciados de la materia tácitamente recorridos por alguna concreta y fascinante memoria picassiana.
Otieíza
Antonio Oteiza contribuye con sus bronces oxidados a una especie de trasvase expresionista de la figura de Pau Casáis. Creo que el más ostensible acierto de estos reconcentrados retratos radica fundamentalmente en lo que podría ser una dialéctica conjunción del músico con su propio instrumento musical. El hombre y el violonchelo se funden, física y moralmente, en una misma e intercambiable prerrogativa de la materia. Aunque ese propósito del escultor pueda parecer obviamente restringido, los resultados han sido ciertamente fecundos. La música es aquí la metáfora que define una forma de ser -un comportamiento- y ese volumen total en que se identifican la tensión del violonchelista y la vibración del violonchelo constituye como una sutil descripción morfológica del arte de Casals. A partir de esa concepción previa, Oteiza va escalonando una serie de variantes narrativas donde las propias excrecencias del bronce -e incluso esas huellas táctiles impresas en el modelado- reproducen con delicada efectividad algunos categóricos emblemas del músico retratado.
Sánchez
Las esculturas dedicadas al recuerdo de Pablo Neruda son obra de José Luis Sánchez. Si las relacionamos con las de Oteiza y Eguibar, podría insinuarse que éstas son probablemente las más ambiciosas, lo cual tampoco quiere decir demasiado. En cualquier caso, José Luis Sánchez ha concebido su particular homenaje en razón de una más compleja disponibilidad de sondeos imaginativos. Ya utilice el mármol de Yugoslavia o de Carrara o el bronce pulimentado, el escultor ha convertido ciertos atributos poéticos de Neruda en objetos de extraordinaria fastuosidad. Unas formas netas y como expectantes parece rodear un núcleo donde se generan los más insólitos barroquismos expresivos. Tal es el caso, por ejemplo, de Extravagario. Se trata de una escultura de sensitiva geometría, compuesta de cubos broncíneos, en cuyo reducto central se aloja como una beligerante agrupación de elementos pertenecientes a alguna supuesta orquestación verbal. Una rigurosa contención también ha evitado aquí la estridencia. A medio camino entre el tótem y la máquina, entre la joya exquisita y la piedra ritual, esta versión a escala plástica de Neruda comporta un ejemplar sistema de engranajes entre el despliegue ornamental de la poesía y su ornamental equivalencia escultórica.
Me parece muy bien que de las quince obras que componen este plausible Homenaje a los tres Pablos se haya verificado una edición que llega a veces a los 68 ejemplares y otras se reduce a siete. No es que con semejante método de esculturas-múltiples vaya a solucionarse ninguna vieja disyuntiva relacionada con la difusión mayontaria del arte.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.