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Tribuna:
Tribuna
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San Blas

El monumento a los caídos, camino de San Blas, ardía de banderas rojas. La Historia se contradice gloriosamente a sí misma. En el estadio, sol, sosiego, sonrisas, gorritos del pecé y puestos de bocadillos.-Llévame la vitamina roja, anda.

Y me llevo un bocadillo de chorizo. Banderas. Un poeta, Pedro Salinas, hablaba de luz y de banderas. Otro poeta de la banda egregia del veintisiete, Rafael Alberti, trae esta tarde una gorra azul de visera para el sol, el viento y el pelo, que es la melena artística más conseguida desde Leonardo.

El personal le aclama. Venden periódicos y anuncian niños que se han perdido. Hay palabras, aplausos, mítines, altavoces, himnos, puños, viento y juventud. Los que están en el suelo también tienen una consigna política para los que están de pie y, no dejan ver:

-El pueblo sentado está más descansado.

Y lo corean. Pero el pueblo no se sienta, porque quieren ver a Alberti, a Tamames, a los oradores. Hay el que se dirige a los movimientos revolucionarios del mundo y los saluda, hay el que habla de los problemas del barrio, hay la mujer joven de voz quebrada, grito que se extingue en la tarde:

-¿De qué belleza, de qué poesía nos habla Fraga?

Y se mete Macario con los lechuguinos. Macario usa dialéctica de sainete y verdades de albañil, verdades de cal y canto. Un niño, con todos los emblemas del partido encima, juega al yo-yó entre las piernas de los militantes. Antes, después, en el intermedio, bebo en bota con el personal, me hago fotos con el personal, paseo entre el personal.

Enfrente hay unas casas muy altas y la gente está en las ventanas como viendo el fútbol. Algunos agitan banderas. Alberti dijo versos a la Pasionaria, a Javier Verdejo, a los obreros andaluces. En la tribuna, Paco Rabal, Castilla del Pino, Bardem, Federico Melchor y otros.

Todo mitin al aire libre tiene algo de tarde de toros, mucho más que de partido de fútbol, aunque estemos en un estadio pobre y de arena. Los oradores, la rotación del sol y el aire de los pañuelos y las banderas tienen siempre en España la cadencia antigua y luminosa de los toros.

Dice Macario:

-Fraga, que se quita la chaqueta para pelearse con sus paisanos, que se la quite para trabajar.

Me siento en el suelo, en la arena, sobre mi abrigo de cuello rizado, que ya se está pelando. Mediado el mitin, vencido el sol, pasan banderas silenciosas, pancartas, todo entre corrida de toros y procesión de Semana Santa, que ese es el ritmo de lo solemne que tiene el pueblo en España.

Y se siguen perdiendo niños.

Tamames fue el gran goleador de la tarde. Habló el último y lo dijo todo. Nunca le había visto tan convincente, ni en público ni en privado. Decía Ramón lo que al mismo tiempo ha dicho Areilza: que está en marcha la gran máquina para perpetuar y perpetrar el neofranquismo.

Unas gitanillas piden limosna. Un hombre con un bolsón pide para el partido. En la hora crepuscular ha quedado, gritada por Ramón Tamames, una evidencia que se va haciendo figura y amenaza en España, desde la izquierda a la derecha: los que han heredado el Poder de Franco tratan de conservarlo y prolongarlo. ¿Contra eso se lucha en la calle o se lucha en las elecciones? ¿Cómo se lucha contra eso?

-Compañeros, amigos, camaradas, no tiréis los botes de cerveza al suelo -dice el altavoz.

Vuelvo del mitin como de los toros, entre coches que pitan y muchachas cansadas: con el regusto amargo de que se nos ha muerto algo más que un toro. Quizá la esperanza.

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