Bishin Jumonji
El viejo equívoco de que la fotografía es un arte ajeno a la mentira es ya, y desde hace mucho, agua pasada. Doctores ha habido para dejar esto en claro, como aquel André Bretón que, en Le surréalisme et la peinture saludaba a Man Ray como el hombre atareado en despojar el quehacer fotográfico del carácter positivo, que ilícitamente se apropiara. Sólo que, a menudo, tendentes como somos a tomar por artículo de fe lo meramente contractual, nos dejamos sorprender con mayor intensidad por la convención fotográfica que por la pictórica, al haber sido, esta última, repetidamente desenmascarada. Así, la fantasmagoría sobre el lienzo será mera representación, pero al impresionar la película sensible, bien pudiera resultar irrefutable prueba de parasicólogo. La obra del japonés Bishin Jumonji participa, en parte, de esté fantástico verosímil. Proveniente, en lo profesional, del campo publicitario, de cuyo trabajo, en este sentido, se exponen también varios ejemplos, denota marcadas influencias de los usos inherentes a dicho lenguaje. Así, la excesiva inmediatez de los efectos o la elección de mitos descaradamente obvios harán que, a veces, los trabajos degeneren en meros chistes, dentro de un género sub-pop en el que, sin embargo, obras como la del montaje escenográfico de una viñeta de cómic serán capaces de trocar carencias en virtudes. Dejando aparte las realizaciones en que únicamente demuestra sus dotes de buen fotógrafo, mucho más interesantes resultan aquellas en que, declinando casi siempre el empleo de hábiles trucos y sofisticados atrezzos, se limita a escoger el momento feliz en el cual lo supuestamente cotidiano puede deslizarse del lado de lo fantástico. De este modo, la maestra que salta sobre sus pupilas, la mujer atropellada por el atleta, o las más elaboradas caídas del boxeador y el jockey, demuestran un espíritu de mayor intuición poética, donde lo insólito no es ya lo que se nos cuenta, sino nuestra propia posición como espectador privilegiado de un espectáculo que sospechamos posible, pero que tiempo y movimiento nos vetan. Entonces, cuando Jumonji declara irónicamente que su objetivo sólo puede recoger lo veraz, y nosotros nos hacemos cómplices de su sonrisa ante tanto delirio de guardarropía, nos invade al final la amarga sospecha de que el sentido oculto de tal afirmación no es otro que el de nuestra eterna dependencia del artificio.
Bishin Jamonji
La Photogalería. Plaza de la República Argentina, 2.
Babelia
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