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Ciclo sobre la cultura española de la autarquía

En el Instituto Alemán se ha celebrado el primero de una serie de ciclos que quieren analizar el fenómeno cultural de la España de Franco.Como se dice en el programa, «nuestro trabajo se limita a estudiar aquellas prácticas realizadas en el interior (tanto las válidas como las fracasadas, tanto las progresistas como las reaccionarias) en un intento de apreciar, en sus justos límites, una parcela de la cultura española de la autarquía».

Comenzó las sesiones el poeta Agustín Delgado, quien analizó la producción poética de los años 1939 a 1953. Pasando revisión al concepto de rehumanización que reclama para sí la generación del 36 y comparándola con aquella otra humanización de la poesía de anteguerra e incluso de la poesía producida durante los años de combate, Delgado concluía definiendo estos intentos como resultada del poderoso aparato cultural oficial omnipresente que consigue no sólo la advocación de sus fieles, sino también arrastrar a su campo de juego a los opositores obligada mente enterrados en la moderación.

Con la conferencia de Juan Angel Juristo, se ultimó el análisis de la producción literaria. Si en poesía nos encontramos con un campo desolado en el que aparecen sucesivamente algunos brotes no carentes de interés, en el campo de la narrativa la impresión yerma del paisaje es todavía más acusada. Las dificultades económicas, el bajísimo nivel cultural, propician la producción casi exclusiva de novelas baratas fácilmente digeribles y transporte firme de los valores más reaccionarios.

Será necesario aguardar al año 45 para que la concesión del Nadal de novela a Carmen Laforet y el conocimiento de La familia de Pascual Duarte, de Cela, presenten una cara distinta de esa España que el régimen pretende configurar como habitada sólo por viriles y castos falangistas o por hermosas novias nunca jamás elevadas a la categoría de mujeres. El tantas veces denigrado «tremendismo» es la puerta franca al realismo de los años cincuenta y sesenta.

Arquitectura, música, arte

En la primera mesa redonda, sobre La alternativa arquitectónica, Carlos Sambricio señaló la impotencia creadora a nivel ideológico de un Estado burgués policíaco (que no fascista), los ejemplos por él producidos no son sino parcial continuación de aquella ciudad concebida por la República. Antón Capitel planteó la irrelevancia de los juicios de la crítica moderna a una producción, realizados desde puntos de vista formales e ignorando la disolución que se produce de la disciplina arquitectónica en favor de una ocupación del territorio por el capital. Finalmente, Luis Azurmendi trató el tema de la estructura de Madrid como capital del Nuevo Estado destacando la frustración del proyecto inicial al ser los grupos económicos y no los ideológicos los encargados, en última instancia, de decidir su futuro. Llorenc Barber revisó la estructura de la música en la España de los cuarenta, centrándola por un lado en los intentos de producción de una música falangista y por otro en el análisis de la Comisaría General de la Música, la educación musical y la ordenación y fines de la Orquesta Nacional. Su conferencia, ordenada básicamente con material documental de la época, dejó como conclusiones la imposibilidad de una música azul, la ineficacia de la Comisaría, la triste imagen de la no-educación musical y la finalidad meramente propagandista de la Orquesta Nacional.

Finalmente, se realizó la segunda mesa redonda, que en este caso estudió la producción artística. Mariano Navarro revisó los criterios ideológicos del pensamiento oficial u oficializado en aquellos momentos, caracterizándolo como anti- vanguardista, nacionalista, íntimamente vinculado al aparato sacral y litúrgico de la Iglesia más reaccionaria y respondiendo fundamentalmente a los gustos de una burguesía que es, en definitiva, la vencedora del conflicto armado.

Francisco Rivas expuso las intenciones y logros de aquellos grupos más moderados y que comienzan su actuación justamente en los años cuarenta, Academia Breve, Salón de los Once, Indalianos, Escuela de Vallecas, caracterizándolos irónicamente y mostrando cómo a pesar de todo son la necesaria puerta para una recuperación de la vanguardia española.

Juan Manuel Bonet comentó aquellos movimientos que podrían ser considerados como radicales, tal la Escuela de Altamira y Dau al Set, señalando su vinculación a la práctica inmediatamente anterior a la guerra civil, con lo que constituyen, si no un puente perfecto entre uno y otro momento, sí la primera realidad acorde con su tiempo en esos años.

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