Un ofrecimiento de futuro
Carlos Edmundo de Ory
Lee sin temor
Alfar, colección de poesía
Editora Nacional
He aquí un libro -cuatro poemarios recopilados bajo el título de uno de los que lo integran- que es una excitante propuesta para el lector de poesía. Carlos Edmundo de Ory, en este libro, acrecentando los que le precedieron, nos ofrece la incesante combustión de un ser humano imaginativa, sensible y libre. La realidad que nos expone no está fuera, no es naturaleza ni son calles: sucede como un adentro desbordado, se quema de sí mismo, es el caos dicho, el desorden legible. La exigencia interior del poeta ha encontrado su expresión y una percepción desmesurada, una lúcida amoralidad se ponen al alcance de nuestra experiencia. El poeta no se refiere a las cosas ni a las reflexiones ni,a lo sentido, sino que dona, se dona haciéndose su propia palabra: la carne se ha hecho verbo.Si con Saussure aceptamos que «no tenernos otra cosa que no sea el lenguaje, que éste es la realidad humana plena y específica», Ory nos disipa cualquier duda que pudiera quedamos con la incontestable prueba de sus versos. Domestica la naturaleza, materializa los conceptos haciéndolos palpables, comestibles, situables. Intercomunica los reinos animal, vegetal y mineral. Ensaya generosamente la renuncia -de antemano fracasada- del yo. Desplaza ejes, destruye códigos, nos alumbra una verdadera mañana.
El lenguaje, en este poeta, se convierte en transustanciación de sí mismo, en un delirante fenómeno que vegeta impulsado por lo incontenible. Así, en sus textos es frecuente que las palabras generen palabras por aliteraciones brotadas de la inercia de su propio sonido, dando lugar, por escisión, a inesperadas paronomasias que aparecen sin continencia ni.aparente sentido, como una sorprendente rama imprevista. Sus juegos fónicos, manejando las vocales como un trompetero de feria los sonidos, sin más mesura que su propio divertimiento; sus copiosas y eficaces anáforas, las interjecciones, los vocativos, los desvergonza,dos ripios en unas rimas ágiles y sabias (en la sección subtitulada Otrora, que supongo de una época muy anterior al restodel libro) harán las delicias de los especialistas investigadores en estilística.
Desde un punto de vista semántico, Ory obliga a las palabras a soportar significados extraños y a vecindades con términos incompatibles que fortalecen paradoja y desconciertan la sintaxis. Emplea tan arbitrariamente las conjugaciones de los verbos que nuestra orientación a través de sus tiempos, modos y formas resulta utilizable. En alguna ocasión remansa el imperativo en el que fluía un exhorto moralizador en un infinitivo resignado. Esquemáticas secuencias sin un solo verbo desembocan en estrofas donde el verbo es lo único que circula. Sustantiviza pronombres, verbaliza sustantivos inventa necesarias o caprichosas palapras, puesto que «desde siempre el silencio/está nuevo». Para un infatigable poeta- investigador, para un insaciable poeta-consumidor, para un opulento poeta-dilapidador, el diccionario queda estrecho y almidonado. No puede ceñirse a las gradaciones que matizan un mensaje, no puede solucionar la tramisión total de la tensión emocional de la palabra. Nada tiene de extraño que Ory improvise sus «musicativa», «llovecido», «inllorado», «jardino», «níñecida», y, en fin, lo que le venga en gana, amén de que no hace más que seguir una tradición iniciada en su libro Los poemas de 1944, y practicada copiosamente en toda su obra.
La toma de conciencia del caos, en Carlos Edimundo de Ory, es un trasparente proceso de inocencia. Desde su conocimiento, desde su actividad, el poeta desanda caminos no elegidos, recuerda sus posibilidades atrofiadas, se las representa y las revive. Y las recrea y las predica. En todo el automatismo de los verdaderos poetas brota la huella de lo paradisíaco, la convocatoria a lo imposible (posible, puesto que ellos lo nombran), el necesario desquiciamiento. En su palabra late el cimiento de la realidad perdida y su memoria es anterior a las catastróficas civilizaciones. Ellos son las grandes víctimas del progreso, los frágiles expoliados. Su amoralidad es limpia («la amoralidad esencial/de los dioses antiguos»): se empecinan en afirmar que el mal no es posible.
Al perder sus referencias convencionales, el lector de Lee sin temor vive una vertigino,sa emoción de novedad, se integra en el engranaje creador y participa fatalmente en él, puesto que el poeta le va desmontando sus rutinarios reflejos interpretativos y lo deja en la intemperie de su propio lenguaje desprovisto súbitamente de vigencia, por lo que no le queda otro remedio que transitar a través de el que Ory le ofrece, inventarlo y aceptarlo con él, redimiéndose de su habitual estado. Es una metamorfosis fecundante la que se lleva a cabo mediante el desplazamiento de la lógica y la alteración de cansadas bisagras culturales. Un desmantelamiento en el que chirría lo que se está cambiando. En estos poemas -en todos los poemas de Ory- se percibe el envés de la soledad y sus palabras testimonian la descomposición. Partiendo de esos maestros que él mismo se ocupa de citar laudatoriamente en su obra, no hay tradición incuestionablemente aceptada sino una incómoda actitud contracultural por la que este autor ha pagado el caro precio de ser largamente silenciado. Carlos Edmundo de Ory no ofrece consuelos, sino futuro.
Babelia
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