Nada es casual
HOY, CATORCE de abril, aniversario de la proclamación de la II República Española, la Monarquía de don Juan Carlos hace frente a la más grave crisis por la que atraviesa desde su instauración. No son ganas de adjetivar. El malestar creado en círculos militares por la legalización del Partido Comunista, la dimisión del ministro de Marina, la irresponsabilidad y falta de patriotismo de la ultraderecha española y de sus órganos de opinión, la bisoñez dramática y perjudicial de la extrema izquierda, coinciden en lo mismo: un intento permanente de debilitación del Poder.Hay que decir que no son los viejos -republicanos -injusta y torpemente detenidos ayer en Madrid-, ni los jóvenes airados de la revolución, en nada representativos de las nuevas generaciones de españoles; ni la izquierda tradicional y clásica o las fuerzas democráticas y liberales, las que han provocado en realidad esta crisis. Son las sombras del pasado, la reacción de grupos de intereses y la orquestación civil de una maniobra que quiere, culpablemente, provocar una vez más a las Fuerzas Armadas.
Hay muchas razones -del miedo a la prudencia- que invitan a callar en un día como hoy. Ni el sentido moral ni el patriotismo permiten, sin embargo, el silencio. La Corona, que se anuncia como Corona de todos los españoles, no puede ser por más tiempo acuciada por aquellos que enarbolan el pasado como justificación de sus privilegios. Los líderes de la Alianza Popular, o las viejas camisas de Falange, los órganos de expresión que les representan, acusan ahora al Gobierno Suárez ni mas ni menos que de tradición y de golpe de Estado. Y eso porque ha dado carta de existencia legal a un partido político encontrable en todos los países Iibres y cuya mayor debilidad es la fuerza de quienes, como este periódico, creen en los valores de la libertad. Emplear una vez rnás el miedo al comunismo como justificación de una situación de privilegio es algo que no debe permitirse sin sonrojo intelectual y moral por parte de nadie. Para qué hablar del miedo a que las cenizas de la II República puedan ofrecer una alternativa pensable a la Monarquía naciente.
La crisis abierta con la dimisión del ministro de Marina, de alguna manera es pareja a la provocación hace meses por la del teniente general De Santiago y Díaz de Mendívil, entonces vicepresidente del Gobierno. Pero si las actitudes personales de estos militares sor del todo respetables, por más que resulten discutibles, no es respeta ble ni admisible la provocación permanente que con motivo d ellas quiere hacerse al Ejército Asistimos a un intento continuado con crisis periódicas, de colocar a las Fuerzas Armadas en medio de camino hacia la democracia. Y habrá más intentos, porque nadie lo que ocurre es casual.
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Por lo demás, entra dentro de la lógica humana y hasta en la de la Historia que en la transición pacífica de una autocracia a una democracia los beneficiarios del Poder anterior intenten por todos los medios colocar sus relojes en las doce menos cinco del golpe de Estado. Por eso hace falta leer la letra pequeña de los libros de Historia y de Derecho Político para encontrar el precedente de una dictadura autotransformada en democracia liberal. Pero resulta que se están manipulando la Historia y los recuerdos, los símbolos y las instituciones. Es demérito de la bandera su utilización partidista como la realizada por la ultraderecha en las calles de Madrid. La bandera de España es la bandera de todos los españoles, cualquiera que sea su sentir político, y hasta la de aquellos que alzan los colores republicanos, no debe contraponérseles ni ser izada como enseña de una determinada facción. Que Fuerza Nueva arbole su bandera y los demás la suya. La de todos dejémosla que ondee en paz en los mástiles oficiales. Y es traición todo aquello que implique una provocación al Ejército un intento de dividirle en su actual unión -ratificada explícitamente por el Consejo Superior- en torno a la Corona, y por medio de tanto recordatorio falso o parcial de la historia común.
En las Cortes republicanas, José Antonio Primo de Rivera replicaba a los diputados que perseguían el fascismo aduciéndoles que prohibir un partido fascista era como desterrar la geometría euclidiana. Las ideas se pueden suscribir o no, pero es irracional prohibirlas. Lo que vale para los fascistas de la derecha -totalitarios sometidos a dineros, disciplinas e ideologías internacionales- vale para todo otro partido.
Hoy, 14 de abril, aniversario de la República española, es preciso decir que sólo una Monarquía constitucional y democrática, como la que está en trance de consolidarse, que reconozca los derechos de todos los españoles -los republicanos incluidos- puede razonablemente superar esta etapa de transición y hacer frente a la conspiración de las sombras. Que sólo un Ejército unido y obediente al mando, exento de incitaciones públicas a la rebelión, puede garantizar la celebración de unas elecciones libres en las que el pueblo español exprese su voluntad. Que sólo una bandera no ultrajada por nadie y respetada por todos, hasta por aquellos que la ensucian haciendo de ella bandería y partidismo de su miedo al futuro y su nostalgia del pasado, puede simbolizar la democracia constitucional española y las libertades públicas, pisoteadas por tanto monopolizador del patriotismo como anda por las calles. Hoy, finalmente hay que decir que la derecha española debe salir de una vez de su escondite medroso y repudiar esa caricatura infamante que la extrema derecha y la derecha autoritaria hacen a diario de ella. La democracia es posible en España porque la derecha es también democrática. Pero la derecha no es la que se ve vociferar pidiendo sangre o recordando la sangre.
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