Un dudoso experimento
Los mercaderes del cine inventaron a las estrellas y, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces -más de sesenta años-, aún funciona esta hábil maniobra publicitaria. Las estrellas no se confunden necesariamente con los actores y actrices; es más, muchas veces no tienen nada que ver con ellos, aunque bien es verdad que algunas personalidades fuera de serie reúnen ambas características -Marlene Dietrich, John Wayne, Emil Jannings, Marlon Brando, Humphrey Bogart...-, y se convierten en el gancho que arrastra a los espectadores a las salas. Por desgracia o por suerte, una película no se puede basar íntegramente sobre el atractivo o, si queremos, sobre la fascinación mágica que despierta uno de estos personajes míticos. Una película es, cuando llega a ser algo, un conjunto de aportaciones interrelacionadas y necesarias, ninguna de las cuales puede sostener por sí sola el edificio total.
Festival Anna Magnani (Un incontro, con Enrico Maria Salerno, La sciantosa, con Massimo Ranieri, L'automobile, con Viltorío Caprioli)
Director: Alfredo Giannetti. Estreno en Bahía
Las estrellas no son, nunca, responsables ni autores de las películas, salvo en el caso de que asuman también las funciones directivas: (Que los hermanos Marx o Buster Keaton, por citar sólo dos ejemplos ilustres, sean autores de sus filmes es algo que ni se discute hoy, pero junto a ellos se alinean cientos y cientos de individuos que sólo ponen la cara, y mal.) La aparición de una figura fuera de serie, y la Magnani lo era, por supuesto, no garantiza nada, absolutamente nada, del resultado final. El dudoso festival que origina mi comentario, es sólo un pretexto para dejar suelta a este monstruo sagrado, entregado al más inútil y narcisista de los trabajos: demostrar que sabe encarnar a tipos muy distintos, todos ellos enmarcados en la mujer viva y directa, desgarrada y tópica que ella ejemplificó en vida.
Cada una de las tres películas es un triste ejemplo de ineptitud e incompetencia de Alfredo Giannetti, su director, empeñado en una tarea sin sentido, como es montar unos relatos exclusivamente sobre la Magnani, en lugar de emplear los viejos sistemas: escribir un buen guión, buscar los actores más adecuados, sean o no famosos, y contarlo de la manera más sencilla y directa posible. Así no se asegura la genialidad, desde luego -flor rara y exquisita, de presencia esquiva-, pero al menos se anulan estos experimentos muertos antes de nacer, que ya en el papel eran más que dudosos. Es una pena que Anna Magnani, una mujer que supo graduar sus apariciones en el cine, y elegir muy hábilmente sus trabajos, cediera a esta tentación torpe del one-woman-show, especialmente con un director tan escasamente dotado para confeccionar un producto atractivo. El resultado es una acumulación insoportable dé tics, una narrativa elemental y torpísima, donde el aburrimiento alcanza cotas inmarcesibles y la vergüenza ajena se apodera del inocente espectador.
No existe el gran intérprete «a priori», capaz de apechugar con cualquier bodrio y salir indemne. La actuación sobresaliente siempre es el resultado de una técnica puesta al servicio de unos personajes y una historia, que en estas películas brillan por su ausencia.
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