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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La racionalidad China

En el estado de instulticia en que se encuentra nuestra cultura desde hace tanto tiempo, debemos más a nuestros traductores que a nuestros pensadores e investigadores. Este es ciertamente el caso de China: la ignorancia y parquedad de la bibliografía española contrasta con la riqueza de información de que disponía nuestro país: en la biblioteca del Escorial se ha encontrado, por ejemplo, un excelente tratado de acupuntura del siglo XVI, único en Europa. Ahora, Alianza Editorial nos regala con una nueva traducción sobre un tema tan sugestivo como poco conocido, traducción bien realizada por Salustiano Masó.Basta repasar el repertorio de Creel para comprender su categoría en el mundo de la sinología. En esta obra nos presenta una especie de compendio abreviado del cúmulo de sus conocimientos, en el que expone, las líneas generales del pensamiento chino en su propio contexto, superando el «eurocentrismo » con que tantas veces se enfoca todo lo chino, sin pensar que es un mundo, no menos universal que el europeo, que se ha formado y desarrollado siguiendo coordenadas propias en un -aislamiento casi total, hasta el punto de que la historia de la cultura parece ofrecer sólo dos polos: el indoeuropeo y el chino.

El pensamiento chino desde Confucio hasta Mao Tse-tung por Herrlee G

Creel (Alianza Editorial «El Libro de Bolsillo» 634), traducido por Salustiano Masó Simón

Uno de los aspectos más valiosos de este libro es que a diferencia de las áridas exposiciones a las que generalmente se limita este tipo de obras, intenta explicar el trasfondo político social del que emergen las distintas corrientes del pensamiento chino: la intención política de Confucio, dirigida a la restai¡raci4n de un' orden político anterior en una época que ya lo había destruido sin haber encontrado otro; el éxito del legalismo en su lucha por doblegar las energías dispersas de la nación para la constitución de su unidad centralizada y de su organización bajo un nuevo criterio, varios siglos después de que el orden confuciano hubiese perdido su eficacia práctica; la alternativa taoísta que, incorporando milenarias corrientes religiosas preconfucianas ofreció, hasta su decadencia, una mística opuesta a los excesos del intelectualismo racionalista que caracterizaron al confucianismo; la extraña combinación de ambas corrientes en la formación del budismo chino, en especial de una de sus ramas, la que luego en el Japón ha recibido el nombre de «Zen»; la eficacia de la metafísica cosmogónica del budismo, en un mundo acosado de desastres, guerras, decadencia y desilusión; la monumentalidad ortodoxa del neoconfucianismo, que al proponer un eclecticismo práctico respondía a las necesidades ideológicas de las grandes dinastías chinas de nuestra era.

Advertimos la falta de algunos elementos importantes en la amena descripción político-filosófica de Creel: el carácter autoritario y conservador implícito en el confucianismo, en algunas épocas auténticamente reaccionario », que ha gravitado como una pesada losa sobre la evolución política y filosófica de China; el populismo del taoísmo, inspirador de las grandes revoluciones agrarias de la historia china; el carácter sorprendente me n te moderno de éstas, precursoras de la revolución de nuestra época; la reacción feudal (por llamarle de alguna manera, pues el fenómeno es muy diverso del europeo) de los confucianos, primero, y del budismo, luego.

Sobre todo, es especialmente limitado al enfocar la época moderna. Comprendemos que las investigaciones de la dinastía Ming estén aún en un estado inicial, pero al llegar al impacto de Occidente en- China y la reacción del pensamiento chino ante la irrupción de las nuevas ideas, en pos de un humillante imperialismo económico, Creel adopta la actitud tan típica del academicismo universitario norteamericano que en aras de un pretendido pragmatismo liberal excluye de su observación zonas enteras de la realidad, que incomodan a sus postulados socioeconómicos.

Esto es particularmente doloroso cuando Creel analiza el papel de EEUU en China, protagonizado por hombres de buena voluntad, pero que sin saberlo estaban ejerciendo una desagradable función colonial. Creel analiza con sorprendente simplismo las reacciones chinas contra esa actitud, pues se niega a reconocer la legitimidad de sus resentimientos.

El autor no se propuso una introducción clara y amena al estudio del pensamiento chino y, salvo su último período lo consigue plenamente, informando con precisión y acuciando el interés del lector por un tema que de tan abstruso es mal conocido, y cuya importancia intrínseca contrasta con nuestra ignorancia.

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