Un mundo revisitado
En relación con su predio temático hay novelistas extensos e intensos y Francisco García Pavón es de esta última condición desde que asentó su narrativa sobre el área de su origen manchego, con Tomelloso como centro, y sobre sus recuerdos infantiles y familiares, que es donde ha fundado lo más y lo mejor de sus novelas y narraciones. Es de creer que para hallar un expediente o pretexto y variar algo la condición de su convocatoria temática, inventó con su personaje Plinio unos esquemas de tramas de intriga policíaca o por el estilo, de forma que dejase fluir en los amplios intersticios su vena principal. Realmente este proceso de ahondamiento ha fecundado su intensidad como novelista.La última de sus novelas, constituida por una nueva serie de rememoraciones excavadas sobre el mismo suelo temático de siempre (salvo la serie de Plinio, que no es ajena a un modo oblicuo de volver sobre el tema, su primera novela, Cerca de Oviedo, y una especie de sueño quevedesco, La guerra de los dos mil años, que constituye una aproximación simbólica al problema español, toda su obra es recurrente, como se ha indicado), viene a coincidir, bien para continuar, bien para superponer en alguna medida sobre aspectos que allí se trataron de pasada y ahora se laborean más hondamente, con la circunstancia personal, familiar y social de la que trataban Los liberales y Cuentos republicanos.
Ya no es ayer
Francisco García Pavón. Ediciones Destino. Barcelona, 1976.
Sin embargo, la madurez del autor ha añadido a su nueva obra, que creemos que es la mejor que ha escrito, un curso más entrañable y menos episódico, es decir, menos ligado a la estructura de sucesos importantes dentro de la familia, haciéndolo, en cambio, sobre aspectos más minúsculos, si cabe, pero pertenecientes a una textura muy reveladora e íntima. Al mismo tiempo, desde el propio título de su libro, tomado del grave soneto quevedesco, una suerte de ensoñación y nostalgia, una suerte de delicadeza al devanar el hilo de los recuerdos infantiles del narrador matiza su realismo con extremos de finura que constituyen no sólo su libro más provisto de emoción comunicable sobre un estilo expresivo más dueño de sí que nunca, sino aquel en que sus dotes narrativas han llegado a su punto máximo de calidad y de carácter.
Ya no es ayer se decanta a través del hilo cordial de un recuerdo más sujeto a su propia cronología interior que a la exterior del tiempo vivido. Como sucede en los novelistas que se inclinan sobre su propia infancia y sobre el siempre dramático trance de la revelación de la vida es esta misma, con sus latidos, la que conduce la narración. ¿Novela? ¿Autobiografía literaria? Quizás la respuesta y la proporción sea lo de menos. Existe un protagonista embebido en los rasgos de su revelación vital, en los sabores, los olores, los amores, los cariños, que quedan lejos, cuando ya nada es ayer, sino su huella. Hay unos seres vivos o revividos, un ambiente descrito con fiel emoción, un mundo revisitado (como el Brideshead, de Evelyn Waugh) por un escritor que se mira a sus adentros y que lo describe en uso de su plena forma de narrador. Lo entrañable del tema a que se aplica es el complemento indispensable de una obra redonda del orbe literario del autor.
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