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Reportaje:

El año que viene, en Berlín

La República Democrática Alemana (RDA) anunció el lunes pasado la supresión de los puestos de control situados en la línea demarcatoria entre el sector oriental de Berlín y la RDA. Simultáneamente, decidió exigir un visado a los viajeros occidentales para entrar en el este de Berlín. El miércoles, Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos, que con la Unión Soviética se han comprometido a garantizar el estatuto de 1972, hicieron saber que en los próximos días protestarán ante Moscú contra las medidas adoptadas por la RDA. Berlín, máximo símbolo de la guerra fría entre 1948 y 1955, vuelve así a cobrar una preocupante actualidad. Quizás por eso el Gobierno francés, que desde el fin de la segunda guerra mundial se abstuvo muy cuidadosamente de enviar a sus ministros a Berlín, estará presente ahora en el nuevo foco de tensión por medio de una visita que el de Relaciones Exteriores, Luis de Guiringaud, hará a la zona occidental -claro está- el 20 de enero.La supresión de los controles orientales no responde, como lo demuestra la obligatoriedad de visados para los viajeros del Oeste, a un repentino afán liberalizador del gobierno comunista del señor Honecker. Para la RDA,se trata. simplemente, tal como lo señaló el canciller Schmidt en Berlín, en septiembre pasado, de crear antecedentes «jurídicos» con hechos «históricos», que le permitan algún día «probar» que Berlín es «su» ciudad. Los controles eliminados -subrayan ahora tres de los cuatro «aliados» de Berlín- suponían elementos configuradores del carácter especial de la antigua capital del Reich, respecto de los dos estados alemanes. En Bonn se teme que si ese carácter desaparece, aunque sólo sea por la vía del hecho consumado. toda la ciudad de Berlín puede pasar, en poco tiempo a manos de los «vopos» del señor Honecker. Los funcionarios de Bonn, siempre observadores muy atentos de los gestos públicos de los personajes del Este, cuentan la siguiente anécdota. En junio, y al concluir en Berlín la conferencla «cumbre» de los partidos comunistas europeos, el Señor Brejnev, tan afecto, como se sabe, a los brindis políticos. levantó su copa frente al Señor Honecker y en un arranque parafrásico del antiguo saludo judío de buena esperanza, dijo: «El año que viene, ¡en Berlín!». La circunstancia de que los controles estuvieran hasta la semana pasada al cuidado, tanto de los «vopos» como de los soldados soviéticos, revela que en la retirada intervino directamente la mano de la URSS. No podía ser de otra forma, dada la pulcra ortodoxia de Berlín-Pankow.

Desde la firma del acuerdo cuatripartito, la RDA ha venido recalcando, regularmente, que Berlín, y no Pankow, es su capital, y que el convenio de 1971 se refiere «únicamente» al sector occidental. Y así, a tenor de esa tesis, trasladó a la ciudad casi todas sus oficinas gubernamentales, e incluso en los últimos «comicios» generales, a fines de octubre, hizo de ella el cuartel general de la «campaña electoral». Como es Iógico, Bonn no se ha quedado de brazos cruzados, y también instaló allí, si no ministerios, si varios despachos oficiales, lo que inmediatamente motivó airadas protestas del otro lado. Cinco meses atrás, en agosto, la RDA unió la acción a las protestas, y aumentó las trabas burocráticas a lo largo del estrecho corredor que conduce a Berlín por su territorio. Bonn replicó con la presentacion, por parte de Berlín Oeste, de candidatos a elecciones del 3 de octubre. El «filtro» y las reclamaciones orientales se multiplicaron, y al final, entre gritos y tiroteos, fue muerto un camionero italiano, que además, para complicar las cosas, militaba en el Partido Comunista Italiano. Al estilo de las fábulas de viejo cuño, Berlín se transformó de esa manera en el escenario del primer sacrficio de un eurocomunista a manos de un policía comunista, a secas.

Las negociaciones entabladas entonces en Berlín entre la RFA y la RDA para encontrar nuevas fórmulas de aplicación del tratado cuatripartito, se han prolongado prácticamente hasta hoy sin ninguna clase de resultados, en parte porque Schmidt, urgido en ese momento por unas elecciones que se presentaban difíciles, no deseaba remover demasiado el asunto, y en parte también porque Estados Unido, pendiente de sus propias elecciones -y del futuro de la «detente»- no quería intervenir en ese proceso de endurecimiento berlinés. lgual que Francia y Gran Bretaña. sólo interesadas en retirar tropas de Alemania. Pero ahora, vueltas las aguas políticas a sus cauces en el Oeste, tanto la URSS como las potencias occidentales parecen considerar que el problema puede ya colocarse otra vez sobre la mesa, y así el tiroteo se reinicia. ¿Habrá próximo año en Berlín?

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