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Invitación a la polémica

El pabellón español en la Bienal de Venecia de este año animó durante dos o tres meses una de las polémicas más soberanamente triviales de las que yo tenga recuerdo. Y la verdad, no acabo aún de explicarme porqué. Ni su argumento original -la discusión del proyecto aprobado por el Ente Biennale di Venezia-. ni siquiera el enredo político donde dio al fin se merecían, en efecto, aquella fúnebre ceremonia de militancias despechadas, insultos sosísimos y jugarretas de serie B con que se castigó a quienes hubiesen preferido aprovechar la ocasión para tratar de lo que se prometía: la producción de vanguardia en España entre 1936 y 1976.

Sin perder de vista los perfil es ideológicos de todas esas peripecias burocráticas, materiales preciosos, por cierto, de una posible sociología de la izquierda española, cabe todavía recoger en su terreno la polémica desperdiciada: las propias obras expuestas en Venecia, que ahora lo son en la Fundación Miró de Barcelona, y el catálogo redactado por el comité responsable, si es que el secuestro legal que sobre él pesa actualmente llegara a levantarse. Sólo así se podrá sacar algo en limpio e incluso repartirse la piel de un oso que algunos querían cazar en los antedespachos de los ministerios de Madrid o en los ubicuos despachos de la oposición democrática, cuando el bicho andaba, quizás, por otra parte.

Decía antes que el deplorable saillete montado este verano aquí y en Venecia no era cosa de darlo por olvidado, y me explico. Lo que se discutió entonces o parecía al menos discutirse, la legitimidad ideológica de los organizadores, reales o frustrados, y de las obras que se seleccionaron o deberían haberse seleccionado, es una cuestión que sigue coleando. Cierto que frente al legitimismo implacable del grupo encabezado por Moreno Galván y Aguilera Cerni, o de algunos sectores de APSA, el comité oficial expresó, a través de unas declaraciones de Alberto Corazón a EL PAIS. que sus intenciones críticas habían sido malinterpretadas o silenciadas y que desde un primer momento su proyecto se pretendía conscientemente tendencioso: pero de algún modo esto se perdió en la algarabía general. Por otra parte, ciertas cartas y réplicas de miembros de este mismo comité no contribuyeron precisamente a subrayar esa voluntad de tendencia, sino a consolidar el equívoco. peregrino sin duda, de que a Venecia irían los artistas de izquierdas de toda la Oda. No sé muy bien cómo a alguien se le pudo ocurrir tal disparate. En este país quien mas y quién menos ha jugado al futbolín en el Hogar del Frente de Juventudes, publicado sus ensayitos universitarios en una revista del SEU o contemplado entre sollozos Embajadores en el Infierno. Conque descartado el método genético por improbable sólo la poderosa sutileza del metafísico -y cada vez son menos desgraciadamente los metafísicos de izquierda- podría decidir sin sobresaltos los límites de nuestro progresismo artístico.

La reconstrucción del Pabellón de España en la Exposición Internacional de París de 1937 causó también no poco disgusto, porque de hecho constituía el lapsus legitimista de un discurso que se decía. insistimos, tendencioso. Tendencioso si, pero en su acepción más descarnada. Debió tenerse en cuenta que arrancar de 1936, fecha que no explica mejor a Miró, Alberto Sánchez o Luis Lacasa que la de 1934, sería interpretado necesariamente como una especie de patente de corso expedida a favor de los artistas de postguerra presentes en Venecia. Si de lo que se trataba era de evitar, tanto las reducciones ideológicas de un Aguilera Cerni, cuanto la deliberada confusión en que solían incurrir los lotes que enviaba la administración en anteriores ediciones de la Bienal, se debió andar con más tino. Péroen fin, mis dudas acerca de la coherencia de este nuevo envío me las reservo para cuando pueda confirmarlas. La Bienal de Venecia empieza ahora, con la exposición de Barcelona y, sobre todo, con la publicación del libro-catálogo, que a la larga será, según ya me malicio, el verdadero centro del conflicto. Buena caza.

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